martes, 16 de agosto de 2016

HANNAH ARENDT: LOS REFUGIADOS

Hannah Arendt. De cómo es preferible a veces para los refugiados convertirse en criminales (III)

Víctor Sampedro y Andrea Lorenzo
Tercera y última parte de la serie de la filósofa alemana y dedicada a los refugiados en “Los orígenes del totalitarismo”. En esta ocasión se retoman algunos fragmentos que demuestra que huir del propio país, sin el reconocimiento legal del derecho de asilo convierte automáticamente al refugiado en un transgresor de la ley y le enfrenta a una situación de vulnerabilidad permanente.
 Hannah Arendt expone con crudeza esta realidad en el capítulo IX, “El declive del estado-nación y el fin de los derechos del hombre”, un escenario con el que conviven miles de refugiados en Europa y que el fotoperiodista Olmo Calvo ha sabido retratar con su objetivo. Las instantáneas se pudieron ver en la exposición que el EFTI (Centro Internacional de Fotografía y Cine) acogió hasta el 27 de julio:
“El apátrida, sin derecho a residir y sin derecho a trabajar, tenía por supuesto que transgredir continuamente la ley. Era susceptible de acabar en la cárcel sin llegar a cometer un crimen. Aún más, toda la jerarquía de valores, propios de los países civilizados se invirtió en este caso. Puesto que estos individuos eran la anomalía que no amparaba la ley general, resultaba más beneficioso para ellos convertirse en una anomalía que sí que se viera reflejada, la del criminal”.
Quienquiera que no se encontraba dentro de la red estaba fuera de toda legalidad“.
Arendt hace aquí referencia a la trama tejida por los tratados internacionales, que protegían a los ciudadanos fuera de sus fronteras quedando sujetos a la legislación de su Estado de origen. La consecuencia de esta situación:
Durante la última guerra los apátridas estaban irremediablemente en una peor situación que la de los enemigos, quienes seguían indirectamente protegidos por sus gobiernos a través de los acuerdos internacionales“.
Así, las consecuencias de no gozar de un estatus legal reconocido por la sociedad internacional tuvo (¿tendrá?) serias consecuencias:
Incluso los nazis empezaron el exterminio de los judíos primero privándoles de cualquier estatus legal (el estado de ciudadanos de segunda clase) y aislándoles del mundo de los vivos al encerrarles en guetos y en campos de concentración. Y, antes de que pusieran en marcha las cámaras de gas, habían explorado el terreno y descubierto para su regocijo que ningún país reclamaba a esta gente. La cuestión es que la condición de completa falta de derechos se había creado antes de que el derecho a vivir fuese amenazado“.
De esta forma:
“La preservación de sus vidas se debe a la caridad y no al derecho, ya que no existe ninguna ley que pueda forzar a las naciones a alimentarles; su libertad de movimiento, si es que la tienen, no les da el derecho a residir, del que incluso los criminales encarcelados disfrutan; y su libertad de opinión es la libertad del tonto, pues, de cualquier manera, lo que piensan no importa”.
Como se ha dicho antes, esta situación deriva de un sistema organizativo humano que no contempla, más bien reniega, de cualquier realidad más allá del estado-nación. No es consecuencia, como dice Arendt, de una falta de civilización:
 “Porque, nos guste o no, hemos empezado a vivir en un Único Mundo. Sólo con una humanidad completamente organizada podría la pérdida del hogar y del estatus político convertirse también en la expulsión de los individuos del género humano en general”.
“Se les priva no del derecho a la libertad, sino del derecho a la acción; no del derecho a pensar lo que quieran, sino del derecho a opinar”.
Como rescata más tarde la filósofa, la ofensa de la esclavitud a los derechos humanos antes y durante el largo proceso abolicionista no era que anulase la libertad. Su verdadero efecto era excluir a cierta categoría de personas de la posibilidad incluso de luchar por la libertad.



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