Susana Domínguez Manzano | Reseña de “Contra la indiferencia” , de Josep Ramoneda
“Duererías. Analecta Philosophiae”, Revista de Filosofía, 2ª época, nº 2, febrero 2011 | ISSN 1989-7774 Página
¿Para qué pensar? Reseña de “Contra la indiferencia”, de Josep Ramoneda
[ed. Galaxia Gutenberg – Círculo de Lectores, Barcelona, 2010]
Susana Domínguez Manzano
El periodista y filósofo Josep Ramoneda, actual director del Centro de Cultura
Contemporánea de Barcelona, es conocido por el gran público, sobre todo, porque
habitualmente colabora con el diario El País y la Cadena Ser. Recordaremos que,
también, ha sido director del Instituto de Humanidades (1986-1989) y profesor de
Filosofía Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona (1975-1990), y que
entre sus publicaciones cabe destacar, al menos, Después de la pasión política (1999) y
Del tiempo condensado (2005).
En este breve ensayo que reseñamos a continuación, Contra la Indiferencia,
Ramoneda aborda un tema de debate de la sociedad actual, el que se ha venido a
presentar bajo la supuesta dicotomía seguridad-libertad, y reclama el uso público de la
razón crítica frente a la indiferencia (acriticismo), siguiendo en todo momento el ideario
del kantismo ilustrado. Fiel a su estilo aforístico y, por tanto, directo, comienza con un
aviso: “las democracias occidentales en pérdida de calidad parecen ir directas al
totalitarismo de la indiferencia” (p. 10). En esto se cifraría la actual decadencia de la
civilización occidental y, en particular, de Europa. Este aviso es el tema fundamental de
reflexión de la obra, que nos presenta estructurada en tres partes correspondientes con
tres ámbitos de reflexión de la Filosofía práctica: la Política, la Estética y la Ética.
Desde estos tres ámbitos analizará el “totalitarismo de la indiferencia” y tomará
partido por la emancipación ilustrada en términos kantianos.
En palabras del autor, el objetivo de este ensayo es defender que “el único ideal
digno del hombre es la emancipación individual” (p. 9), es decir, la capacidad de pensar
y decidir por sí mismo, según la formulación de Inmanuel Kant. Frente a la aceptación
acrítica de lo que hay y de lo que nos cuentan, Ramoneda reclama una sociedad de
“espíritus libres” que haga uso de la razón crítica para así evitar la indiferencia hacia la
que deriva la sociedad occidental1
. Esta es la conclusión a la que nos hace llegar tras un
lúcido análisis de Europa, que toma como punto de partida la construcción de la
1 El mismo llamamiento hacía Inmanuel kant en 1784, en su famoso opúsculo ¿Qué es la Ilustración?: “Mediante una
revolución acaso se logre derrocar un despotismo personal y la opresión generada por la codicia o la ambición, pero
nunca logrará establecer una auténtica reforma del modo de pensar; antes bien al contrario, tanto los nuevos
prejuicios como los antiguos servirán de rienda para esa enorme muchedumbre sin pensamiento alguno. Para esta
ilustración tan sólo se requiere libertad y, a decir verdad, la más inofensiva de cuantas pueden llamarse así: el hacer
uso público de la propia razón en todos los terrenos. Actualmente oigo clamar por doquier: ¡No razones! El oficial
ordena: ¡No razones, adiéstrate! El asesor fiscal: ¡No razones y limítate a pagar tus impuestos! El consejero espiritual:
¡No razones, ten fe! Impera por doquier una restricción a la libertad. Pero ¿cuál es el límite que la obstaculiza y cuál
el que, bien al contrario, la promueve? He aquí mi respuesta: el uso público de su razón tiene que ser siempre libre y
es el único que puede procurar ilustración entre los hombres”. (Traducción de Roberto R. Aramayo, en ¿Qué es la
Ilustración? Y otros escritos de ética política y filosofía de la historia, Alianza Editorial, Madrid, 2004, pp. 85-86 ).
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modernidad desde el ideal de la Ilustración. Nos remite a la sacralización de la razón, -
abandono de la crítica-, como origen de los totalitarismos. Define la identidad de
Europa frente a la guerra civil. Afirma el error de la posmodernidad al proclamar el fin
de la historia. Y reflexiona sobre el momento actual en que el miedo, la búsqueda de
seguridad, está “anestesiando la libertad” y abocando al denominado “totalitarismo de la
indiferencia”, que sólo podrá ser superado desde el ejercicio de la razón crítica.
Así, en la primera parte del libro, Política, comienza definiendo los contornos de
la tolerancia y de la libertad de expresión desde la pregunta por la indiferencia entre lo
diferente como un motor de libertad o una forma de desactivarla. Y, cómo no, desde la
“cultura del miedo” en que parece haber cristalizado esa indiferencia. El autor
ejemplifica esta “cultura del miedo” con el debate que se suscitó hace algún tiempo
sobre las caricaturas de Mahoma publicadas en Dinamarca, ante el cual, nos dice, “la
Europa aparentemente secularizada y laica ha demostrado un temor de Dios inaudito”
(p. 28).
El monoteísmo, afirma, es la pieza clave de los sistemas de dominación: un
Dios, un Estado. Frente a ello hay que hacer emerger la polivalencia identitaria, el
pluralismo que es el reconocimiento de que todos tenemos derecho a la palabra, que no
significa el reconocimiento de todo. Si entramos en la indiferencia renunciamos al
ejercicio de la libertad - la desactivamos, por tanto -. El monoteísmo es, también, el del
mercado: la sociedad de consumo genera angustia, la angustia genera miedo, y el miedo
funciona como arma de control social. La única salida es la emancipación, la capacidad
de pensar por sí mismo y decidir por sí mismo.
Llegados a este punto, analiza la actitud ilustrada desde las tres categorías clave
de su definición: el yo, el pensar y el decidir. El Yo como individuo autónomo y su
natural “insociable sociabilidad”. El Pensar, frente a la servidumbre voluntaria que
marcan el hábito y la tradición, “pensar por sí mismo tiene que significar que todo es
susceptible de crítica: no hay nada sagrado, (…). Lo único sagrado ha de ser la
intimidad, la autonomía de la persona” (p. 38-39). Aquí tropezamos con otro de los
desvíos hacia el totalitarismo de la indiferencia: “cuando desaparece el espacio propio
de cada individuo; cuando las conversaciones privadas se hacen públicas; cuando hay
cámaras y micrófonos hollando nuestra privacidad (…)” (p. 39). - Se advierten en esta
frase los ecos de la magnífica obra de George Orwell, 1984 -.
Ahora bien, ¿para qué pensar? “Pensar libremente para Decidir libremente”.
“El primer objetivo de la razón crítica es el propio uso que de ella se hace” (p. 42). En
la actitud ilustrada, nos recuerda, prima la subjetividad y la convicción de que no todo
es posible. Lamentablemente, “los discursos de la posmodernidad (conformismo) y del
fin de la historia convocaron el entierro de la razón ilustrada” (p. 44).
Otro de los peligros de la sociedad occidental se esconde bajo el nombre de
“multiculturalismo” que, como nos hace ver Ramoneda, supone fijar nuestros orígenes
como criterio determinante de nuestra identidad. Y no sólo nuestros orígenes, sino
también, nuestra religión: “Discursos como el choque o la alianza de civilizaciones
reconocen a la religión el carácter primordial a la hora de determinar quiénes somos,
de dónde somos y qué tenemos que hacer. Los resultados son evidentes: la idea de
verdad se pierde en el laberinto de las creencias, las tradiciones y las imposiciones; la
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idea de bien se convierte en ideología de combate en unas sociedades temerosas de
hablar mal del mal” (p. 50).
Terminando su análisis político, recupera a Maquiavelo para negar a la política
un ideal absoluto de referencia y evitar eludir la realidad: “El mal tiene dos caras: el
abuso de poder o la servidumbre voluntaria” (p. 56).
“El fin de la historia anunciaba la llegada de una sociedad en que la política ya
podría ser sustituida por la simple administración de las cosas. Alcanzados los fines, ya
sólo sería cuestión de los medios, los instrumentos. (…) Pero la historia no está
dispuesta a retirarse tan fácilmente, (…) han reaparecido algunas de las más clásicas
figuras del abuso de poder: etnicismo, el nacionalismo que excluye y el fanatismo
religioso” (p. 57).
En la segunda parte, dedicada a la Estética, el autor sostiene que la tensión entre
democracia y capitalismo es una tensión permanente y necesaria en las democracias, “si
no la hay, es decir, si los gobiernos proponen y el poder económico dispone, ante la
indiferencia general, entonces la democracia deriva hacia el totalitarismo de la
indiferencia”. A mitad del discurso nos encontramos con un Diccionario del malestar
de la cultura; recupero, al menos, un término: indiferencia, “en política: proceso
ideológico que consiste en desprestigiar la política y favorecer que la ciudadanía se
desentienda de ella con el objetivo de construir un sistema en que los ciudadanos sean
estrictos comparsas de la gestión de una oligarquía económico-política y mediática. Es
lo que llamamos totalitarismo de la indiferencia” (p. 81).
Ciertamente, la sociedad parece haber llegado a un grado de “servidumbre
voluntaria” que se manifiesta en la indiferencia ante las pérdidas de libertad. Frente a
esto, urge recuperar el sentido de la palabra. De ahí la fundamentalidad del teatro,
presencia de la palabra, a pesar de la colonización de las tecnologías: “somos animales
con máscara”. La recuperación de la palabra enlaza con la ética y la política, siguiendo
el argumento de Aristóteles: “Somos el único animal que tiene palabra” y ésta nos hace
animales políticos.
“La palabra es el vehículo de la política democrática ya que se funda en la
renuncia al uso de la violencia y en la sublimación del conflicto” (p. 105). Nos
encontramos ya en la tercera parte del libro: Ética.
Josep Ramoneda defiende que por encima de la paz se encuentra un valor más
importante, la libertad. Efectivamente, la mera ausencia de guerra no es garantía de paz
ni de “vida buena” y, sin embargo, “en nombre de la paz se han ido aceptando
renuncias que suponen la debilitación de los valores democráticos básicos” (p. 123). La
ciudadanía parece estar entrenada para no ver lo que “no se quiere” que se vea2
.
“La libertad de expresión es cuestionada permanentemente en nombre de la
seguridad y esto hace que la democracia se resienta”. Al parecer, nos estamos
olvidando de que muchas de esas inseguridades surgen del crecimiento de las
desigualdades y de que “nadie tiene derecho a exigir que sus ideas no pasen por el
2
“Tras entontecer primero a su rebaño e impedir cuidadosamente que esas mansas criaturas se atrevan a dar un solo
paso fuera de las andaderas donde han sido confinados, les muestran luego el peligro que les acecha cuando intentan
caminar solos por su cuenta y riesgo”. (Kant, I., ob. cit. p. 84).
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cedazo de la razón crítica, quienes aspiran a ese privilegio son las religiones, los
nacionalismos y las ideologías totalitarias” (p. 107).
Ha llegado el momento de plantear una alternativa al concepto de
“multiculturalismo” y vendrá de la mano de Zygmunt Bauman, la “pluralidad o
policulturalidad”. El primero, multiculturalismo, prima la pertenencia y en nombre de
la diferencia se desliza hacia el relativismo. La propuesta del autor es la de una
identidad abierta, que requiere sujetos emancipados, capaces de pensar y decidir por
sí mismos. “Cada vez que Europa ha renunciado a su principal arma, la razón crítica
que le permitió dar el gran salto a partir del Renacimiento, y ha entregado la razón al
servicio de la voluntad de poder (…) se ha abierto el camino a la guerra civil y al
desastre” (p 150). Europa debe defender la laicidad y la neutralidad institucional como
territorio común a todos” (p. 151).”La peculiaridad de la identidad europea es su
carácter de identidad abierta o trascendente, que no se define por la exclusión del otro,
sino por la incorporación al nosotros de todos aquellos que rechazan la guerra civil,
independientemente de su origen o procedencia” (p. 152).
De modo que, en palabras de Husserl, “el mayor peligro para Europa es el
cansancio”. Y, la manera de superarlo, advierte Josep Ramoneda, es “sólo convirtiendo
la irritación en indignación y ésta en política podría romperse la espiral de la
indiferencia. (…) Sólo cabe recuperar la razón crítica (…) el ideal ilustrado”
3
(p.
182)
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