Carlos A. Trevisi
Desde que Francisco asumió
el Papado hubo un cierto desconcierto en la “vieja” catolicidad acostumbrada a
un “ve tranquilo que yo en nombre del SEÑOR te perdono”.
La iglesia que imponía
condiciones, que tiraba prohibiciones por la cabeza a los creyentes,
prohibiciones que venían en un catálogo de pecados que se fue alimentando con
los años y tenía el valor de una verdad absoluta, ha quedado atrás.
Lo
cierto es que Francisco ha modificado sustancialmente la relación entre pecado
y libertad humana. La consideración tradicional del pecado como expresión del
Mal, causado por la desobediencia al mandato de Yavé —relato del Génesis— llevó
a construir desde el catolicismo una historia de la humanidad presidida por el hecho
fundacional de la Caída. El Catecismo de Ratzinger lo
refrendaba, según mostré en mi artículo La construcción de Dios. Ahora
el eje del dilema entre el Bien y el Mal se dirime en el interior de la
conciencia de cada uno, pudiendo contar además con la ayuda de la gracia divina
en el marco de una concepción antropológica optimista. La reivindicación de la
autonomía de la razón y de la libertad individual se encuentra además reforzada
por la confianza en una salvación cuyo promotor es Cristo, por efecto de la
cual el perdón reemplaza al castigo. El “pecado” aparece una sola vez en la
exhortación y es para ser asimilado a la tristeza y al aislamiento, superables
mediante el recurso al Evangelio.
La
réplica de Lombardi a Scalfari alude indirectamente al Papa, recordándole, como
jesuita, que en los ejercicios espirituales, el pecado ocupa un papel de
protagonista. Por algo la referencia fundamental para el nuevo Papa es
Francisco de Asís, y no Ignacio de Loyola. Pero el episodio indica que la
renovación exigida por Francisco tropezará con serios obstáculos (Antonio
Elorza)
El
“fenómeno Francisco” ciertamente ha modificado la percepción de la Iglesia
católica que tienen muchos de sus fieles y otros que no lo son. Y, después de
un año de su elección, la fuerte relación de simpatía y de filiación de muchas
personas con el Papa tiene a mantenerse; mientras que a veces se advierte en
algunos sacerdotes y obispos cierto desconcierto. ¿Qué Iglesia propone
Francisco con sus palabras, sus gestos y sus decisiones? ¿Cuáles son los
cambios que se exigen? ¿Cuál el horizonte hacia donde se encamina?
Acaso
la exhortación apostólica Evangelii gaudium –comentada en su momento en
CRITERIO– sea la hoja de ruta más explícita, no obstante las incógnitas que sin
embargo pueda albergar. Además, hay que señalar algunos hitos de esta primera
etapa de su gobierno: el continuo diálogo con las multitudes que asisten a la
plaza San Pedro los miércoles para las audiencias y los domingos para el rezo
del angelus; el viaje a la isla de Lampedusa primero para solidarizarse con los
inmigrantes que arriesgan su vida y luego a Río de Janeiro para la Jornada
Mundial de la Juventud; la encíclica Lumen fidei que marcó un anhelo de
continuidad con su predecesor, Benedicto XVI; el texto para la Jornada Mundial
por la Paz (“La fraternidad, fundamento y camino para la paz”) y el mensaje a
los jóvenes en preparación de la jornada a celebrarse en Cracovia en 2016
(atento a las bienaventuranzas evangélicas: los pobres de espíritu, los puros
de corazón, los misericordiosos). A su ya proverbial austeridad, que tanto
gusta en general y que le confiere gran credibilidad a sus palabras, no hay que
olvidar las decisiones de gobierno dentro de la Iglesia, su pasión por el
ecumenismo y el diálogo interreligioso y con los agnósticos, la presencia de la
Iglesia en la política internacional (intervención por Siria). (Revista CRITERIO) Leer más
Comienza
a implantarse una Iglesia nueva que exige una aguda lectura de los propósitos
que persigue el papa Francisco: una Iglesia madre, sensible, abierta a la
escucha, responsable y misionera. Las raíces de la visión y de la experiencia
eclesial del papa Francisco arraigan en la Iglesia de un continente que vive
dinámicas con acentos diversos a los del Occidente septentrional. Sobre todo se
destaca la importancia de la naturaleza popular de la Iglesia latinoamericana,
construida a partir de una humanidad rica y diferenciada. De allí llega el
desafío de comprender el estilo y el léxico de sus retos: piénsese en el
significado diverso de términos como relativismo, secularización,
evangelización, pueblo… leídos a la luz de la experiencia de este Sur. Los
mismos senderos latinoamericanos y “meridionales” de la experiencia de Dios no
coinciden con los de la especulación del norte del mundo al que estamos
acostumbrados ni a la experiencia de la interioridad, que a menudo imaginamos
en términos marcadamente individuales. El pueblo latinoamericano tiene siempre una
dimensión radicalmente colectiva, de “pueblo”, y por ello capaz de estimular una
especial creatividad y alegría colectivas
Se
aprecia además con claridad que el Pontífice está actuando de una manera que
torna obsoletos los rígidos esquemas del progresismo y del conservadurismo.
Sería también miope pretender encasillar el año de pontificado de Francisco en
las categorías de continuidad o discontinuidad con respecto a sus predecesores.
Se exige, en cambio, tener la paciencia para evaluar la originalidad y el valor
específico en este preciso momento histórico, y valorar oportunamente la
especificidad in fieri de este pontificado. Leer más
Recuerdo cuando se
proclamó la asunción de la virgen, allá por la década del 50. Ese fue uno de
los primeros golpes que recibí por parte del templo al que concurría
diariamente para prepararme para la primera comunión. Hice comentarios a los
que me impartían catecismo. Todos ellos eludieron el tema explicando que era la
madre de Jesús y etcéteras varios.
Por aquel entonces
comenzaba la diáspora de la Iglesia. Sus dictados todavía no amenazaban a la
feligresía, pero había unos cuantos que comenzaban a cuestionarse ya no solo la
existencia del infierno; comenzaba a comentarse las muchas barbaridades que
vivía el mundo, especialmente las bombas atómicas, la Segunda Guerra Mundial y
la actitud de la jerarquía eclesial respecto de algunos sacerdotes “revolucionarios”
que comenzaban a hablar de una “Iglesia hermana y madre” de los necesitados.
Los católicos vivieron
décadas sin respuesta alguna. El Concilio Vaticano II, que lanzó un cambio,
fue “olvidado” por los papas que
siguieron a Juan XXII. El papa Polaco no
hizo ningún esfuerzo y el que lo siguió, Ratzinger, tampoco.
De pronto aparece en
escena Francisco.
Francisco termina
con la “Iglesia Institucional” y
promueve una Iglesia “Hermana y
Madre”. Desde el primer momento de su papado surgen cambios que afectan lo
establecido desde antiguo:
No hay cambios que no se hayan producido:
desde el ámbito de la Iglesia ha otorgado el perdón a todas las mujeres que
hayan abortado y se arrepientan; ha
promovido encuentros como el gobierno cubano, Fidel Castro incluido, algo
impensado antes; se ha comprometido dando la opinión de una Iglesia nueva y
distinta en el orden político y social; ha sido categórico respecto de aquellos
sacerdotes pederastas que ensuciaban el templo;
acepta el control del número de hijos en el matrimonio; se ha
comprometido con el medio ambiente; no utiliza el coche blindado que solían
usar los papas anteriores (papamóvil) para trasladarse de un lado al otro; mantiene un diálogo permanente con todos aquellos
que lo buscan porque necesitan el apoyo de una Iglesia que no puede solo
responder al mandato de los poderosos; ha jerarquizado la presencia de la mujer
en el ámbito de su participación en el templo más allá de la prestación de
servicios domésticos en el templo, según había sido desde siempre.
Todos estos cambios han sobresaltado a una
tradición a la que se habían hecho los que inocentemente adherían y los que
negociaban con el pecado.
La tradición, alentada por una derecha sobresaltada
(y no me refiero a la derecha política que cambia de actitud según le conviene:
me refiero a su militancia). Destacan que la Iglesia tiene que moverse en torno
de los principios que le han permitido sobrevivir a lo largo de los siglos como
una institución cuya trayectoria no debería cuestionarse. Si así fue siempre,
no entendían por qué el cambio que estaba impulsando Francisco.
La catolicidad que practicaban los católicos
hechos a la vieja escuela, ha quedado si no en el olvido, sí en el
desprestigio. Se acabó una historia en la que los católicos cumplían con su
deber para con los demás a través donaciones, visitas a los hospicios, y
prestando servicios en el templo. Por fin ser católico significa ser en los
demás, estar y vivir con los demás para crecer todos juntos.
Falta mucho todavía en este largo caminar. Si
los miles y miles de personas que se están acercando a Francisco ponen en acto
su compromiso para levantar una nueva Iglesia habrá temblores, pero los cambios
se mantendrán en pie.
¿Sería necesario ser católico para coincidir con el texto que presento más arriba? Pues no lo creo. No soy católico.Soy apenas un cristiano sin fe. Carlos A. Trevisi
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