lunes, 12 de septiembre de 2016

UN ANTES Y UN DESPUÉS DEL PAPA FRANCISCO

Carlos A. Trevisi

Desde que Francisco asumió el Papado hubo un cierto desconcierto en la “vieja” catolicidad acostumbrada a un “ve tranquilo que yo en nombre del SEÑOR te perdono”.
La iglesia que imponía condiciones, que tiraba prohibiciones por la cabeza a los creyentes, prohibiciones que venían en un catálogo de pecados que se fue alimentando con los años y tenía el valor de una verdad absoluta, ha quedado atrás.
Lo cierto es que Francisco ha modificado sustancialmente la relación entre pecado y libertad humana. La consideración tradicional del pecado como expresión del Mal, causado por la desobediencia al mandato de Yavé —relato del Génesis— llevó a construir desde el catolicismo una historia de la humanidad presidida por el hecho fundacional de la Caída. El Catecismo de Ratzinger lo refrendaba, según mostré en mi artículo La construcción de Dios. Ahora el eje del dilema entre el Bien y el Mal se dirime en el interior de la conciencia de cada uno, pudiendo contar además con la ayuda de la gracia divina en el marco de una concepción antropológica optimista. La reivindicación de la autonomía de la razón y de la libertad individual se encuentra además reforzada por la confianza en una salvación cuyo promotor es Cristo, por efecto de la cual el perdón reemplaza al castigo. El “pecado” aparece una sola vez en la exhortación y es para ser asimilado a la tristeza y al aislamiento, superables mediante el recurso al Evangelio.
La réplica de Lombardi a Scalfari alude indirectamente al Papa, recordándole, como jesuita, que en los ejercicios espirituales, el pecado ocupa un papel de protagonista. Por algo la referencia fundamental para el nuevo Papa es Francisco de Asís, y no Ignacio de Loyola. Pero el episodio indica que la renovación exigida por Francisco tropezará con serios obstáculos (Antonio Elorza)

El “fenómeno Francisco” ciertamente ha modificado la percepción de la Iglesia católica que tienen muchos de sus fieles y otros que no lo son. Y, después de un año de su elección, la fuerte relación de simpatía y de filiación de muchas personas con el Papa tiene a mantenerse; mientras que a veces se advierte en algunos sacerdotes y obispos cierto desconcierto. ¿Qué Iglesia propone Francisco con sus palabras, sus gestos y sus decisiones? ¿Cuáles son los cambios que se exigen? ¿Cuál el horizonte hacia donde se encamina?
Acaso la exhortación apostólica Evangelii gaudium –comentada en su momento en CRITERIO– sea la hoja de ruta más explícita, no obstante las incógnitas que sin embargo pueda albergar. Además, hay que señalar algunos hitos de esta primera etapa de su gobierno: el continuo diálogo con las multitudes que asisten a la plaza San Pedro los miércoles para las audiencias y los domingos para el rezo del angelus; el viaje a la isla de Lampedusa primero para solidarizarse con los inmigrantes que arriesgan su vida y luego a Río de Janeiro para la Jornada Mundial de la Juventud; la encíclica Lumen fidei que marcó un anhelo de continuidad con su predecesor, Benedicto XVI; el texto para la Jornada Mundial por la Paz (“La fraternidad, fundamento y camino para la paz”) y el mensaje a los jóvenes en preparación de la jornada a celebrarse en Cracovia en 2016 (atento a las bienaventuranzas evangélicas: los pobres de espíritu, los puros de corazón, los misericordiosos). A su ya proverbial austeridad, que tanto gusta en general y que le confiere gran credibilidad a sus palabras, no hay que olvidar las decisiones de gobierno dentro de la Iglesia, su pasión por el ecumenismo y el diálogo interreligioso y con los agnósticos, la presencia de la Iglesia en la política internacional (intervención por Siria). (Revista CRITERIO) Leer más


Comienza a implantarse una Iglesia nueva que exige una aguda lectura de los propósitos que persigue el papa Francisco: una Iglesia madre, sensible, abierta a la escucha, responsable y misionera. Las raíces de la visión y de la experiencia eclesial del papa Francisco arraigan en la Iglesia de un continente que vive dinámicas con acentos diversos a los del Occidente septentrional. Sobre todo se destaca la importancia de la naturaleza popular de la Iglesia latinoamericana, construida a partir de una humanidad rica y diferenciada. De allí llega el desafío de comprender el estilo y el léxico de sus retos: piénsese en el significado diverso de términos como relativismo, secularización, evangelización, pueblo… leídos a la luz de la experiencia de este Sur. Los mismos senderos latinoamericanos y “meridionales” de la experiencia de Dios no coinciden con los de la especulación del norte del mundo al que estamos acostumbrados ni a la experiencia de la interioridad, que a menudo imaginamos en términos marcadamente individuales. El  pueblo latinoamericano tiene siempre una dimensión radicalmente colectiva, de “pueblo”, y por ello capaz de estimular una especial creatividad y alegría colectivas

Se aprecia además con claridad que el Pontífice está actuando de una manera que torna obsoletos los rígidos esquemas del progresismo y del conservadurismo. Sería también miope pretender encasillar el año de pontificado de Francisco en las categorías de continuidad o discontinuidad con respecto a sus predecesores. Se exige, en cambio, tener la paciencia para evaluar la originalidad y el valor específico en este preciso momento histórico, y valorar oportunamente la especificidad in fieri de este pontificado. Leer más

Recuerdo cuando se proclamó la asunción de la virgen, allá por la década del 50. Ese fue uno de los primeros golpes que recibí por parte del templo al que concurría diariamente para prepararme para la primera comunión. Hice comentarios a los que me impartían catecismo. Todos ellos eludieron el tema explicando que era la madre de Jesús y etcéteras varios.
Por aquel entonces comenzaba la diáspora de la Iglesia. Sus dictados todavía no amenazaban a la feligresía, pero había unos cuantos que comenzaban a cuestionarse ya no solo la existencia del infierno; comenzaba a comentarse las muchas barbaridades que vivía el mundo, especialmente las bombas atómicas, la Segunda Guerra Mundial y la actitud de la jerarquía eclesial respecto de algunos sacerdotes “revolucionarios” que comenzaban a hablar de una “Iglesia hermana y madre” de los necesitados.
Los católicos vivieron décadas sin respuesta alguna. El Concilio Vaticano II, que lanzó un cambio, fue  “olvidado” por los papas que siguieron a  Juan XXII. El papa Polaco no hizo ningún esfuerzo y el que lo siguió, Ratzinger, tampoco.
De pronto aparece en escena Francisco.
Francisco termina con la “Iglesia Institucional” y  promueve  una Iglesia “Hermana y Madre”. Desde el primer momento de su papado surgen cambios que afectan lo establecido desde antiguo:


No hay cambios que no se hayan producido: desde el ámbito de la Iglesia ha otorgado el perdón a todas las mujeres que hayan abortado y se arrepientan;  ha promovido encuentros como el gobierno cubano, Fidel Castro incluido, algo impensado antes; se ha comprometido dando la opinión de una Iglesia nueva y distinta en el orden político y social; ha sido categórico respecto de aquellos sacerdotes pederastas que ensuciaban el templo;  acepta el control del número de hijos en el matrimonio; se ha comprometido con el medio ambiente; no utiliza el coche blindado que solían usar los papas anteriores (papamóvil) para trasladarse de un lado al otro;  mantiene un diálogo permanente con todos aquellos que lo buscan porque necesitan el apoyo de una Iglesia que no puede solo responder al mandato de los poderosos; ha jerarquizado la presencia de la mujer en el ámbito de su participación en el templo más allá de la prestación de servicios domésticos en el templo, según había sido desde siempre.

Todos estos cambios han sobresaltado a una tradición a la que se habían hecho los que inocentemente adherían y los que negociaban con el pecado.
La tradición, alentada por una derecha sobresaltada (y no me refiero a la derecha política que cambia de actitud según le conviene: me refiero a su militancia). Destacan que la Iglesia tiene que moverse en torno de los principios que le han permitido sobrevivir a lo largo de los siglos como una institución cuya trayectoria no debería cuestionarse. Si así fue siempre, no entendían por qué el cambio que estaba impulsando Francisco.

La catolicidad que practicaban los católicos hechos a la vieja escuela, ha quedado si no en el olvido, sí en el desprestigio. Se acabó una historia en la que los católicos cumplían con su deber para con los demás a través donaciones, visitas a los hospicios, y prestando servicios en el templo. Por fin ser católico significa ser en los demás, estar y vivir con los demás para crecer todos juntos.


Falta mucho todavía en este largo caminar. Si los miles y miles de personas que se están acercando a Francisco ponen en acto su compromiso para levantar una nueva Iglesia habrá temblores, pero los cambios se mantendrán en pie.

1 comentario:

  1. ¿Sería necesario ser católico para coincidir con el texto que presento más arriba? Pues no lo creo. No soy católico.Soy apenas un cristiano sin fe. Carlos A. Trevisi

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