DIARIO PUBLICO, EDITORIAL
31 DE AGOSTO DE 2016
La investidura, fallida en primera instancia, de Mariano Rajoy pasó sin pena ni gloria y dejó el escenario político exactamente igual que estaba el 26 de junio. Solo sirvió realmente para una cosa: para confirmar que Rajoy es un pésimo político, incapaz ni tan siquiera en esas circunstancias de ofrecer una idea nueva, un proyecto renovador o un plan capaz de atraer, no ya el voto, sino tan siquiera la curiosidad de otros grupos. Rajoy demostró, sí, que es un parlamentario sardónico, al que le encanta reírse de Podemos, hacer juegos de palabras e interpretar el personaje del cacique decimonónico. Es decir, demostró una vez más que tiene muy acentuado el espíritu del desprecio por quienes no piensan como él y por quienes considera que no están en posición de hacerle daño. Rajoy no es capaz de cambiar ni un milímetro su manera de ser ni de actuar. No perdería nada la política española con su desaparición de la escena política. Más aún, habrá que agradecer siempre al líder socialista Pedro Sánchez que se mantuviera firme en su negativa a permitir que siguiera gobernando. Sin él al frente del PSOE, es muy probable que algunos otros dirigentes nos hubieran hecho pasar por el bochorno de tener que soportar a Rajoy otros cuatro años como presidente. Gracias, señor Sánchez, por no confundir responsabilidad con claudicación.
La cuestión es ahora el siguiente paso. Los políticos tienen una pronunciada tendencia a colocar siempre a los ciudadanos ante disyuntivas elementales: o esto o lo otro. Afortunadamente, la vida, incluida la vida política, es mucho más matizada y complicada. Así que en muy pocas ocasiones existe una única opción. Tampoco ahora: no es cierto que solo existan dos salidas a la crisis política actual: o unas terceras elecciones consecutivas (el 25 de diciembre) o un Gobierno presidido por Pedro Sánchez en alianza exclusiva con los grupos nacionalistas y soberanistas. Hay más opciones. Pueden ser mejores o peores, pero haberlas, haylas. Puede ocurrir, por ejemplo, que el Partido Popular se decida, por fin, a sustituir a Mariano Rajoy, y que ese prodigio, el nuevo candidato, sea capaz de convencer a los socialistas de que se abstengan. Puede ocurrir, por ejemplo, que el PNV, pasadas las elecciones vascas, decida apoyar un nuevo intento de Pedro Sánchez y que el candidato socialista reúna también el voto favorable de Podemos y de un repentinamente moderado PDC, con la abstención de Esquerra Republicana, Bildu y CC. Puede ocurrir que los soberanistas acepten la interesante propuesta de Xavier Domènech en el sentido de que el famoso referéndum de autodeterminación catalana se interprete como un referéndum posterior a una reforma constitucional y dentro de su ámbito. Puede ocurrir, incluso, que se celebren esas terceras elecciones, pero una vez cambiada la fecha del 25 de diciembre mediante una reforma exprés de la ley electoral (tuvo razón Pedro Sánchez en amonestar a la presidenta de la Cámara, Ana Pastor, que ha dejado la institución a la que representa por los suelos al aceptar semejante propuesta).
Pueden pasar muchas cosas. Se supone que la segunda vuelta de la investidura de Rajoy será igualmente fallida y que, a partir de ese momento, se abrirán las negociaciones entre los distintos grupos. Es de esperar que en esta ocasión nadie pierda el tiempo en tacticismos idiotas y que todos tengan ya bastante claro cuál es su posición y su margen de negociación. El mínimo para CTXT es un plan de choque contra la violencia machista, una reforma constitucional para encontrar un nuevo encaje territorial que solucione los problemas actuales, un programa inmediato contra la pobreza, la subida del salario mínimo hasta cifras decentes, la recuperación de los derechos laborales arrebatados por las sucesivas reformas, la persecución efectiva de la corrupción y la derogación de la ley mordaza y de la Lomce.
Se diría que hay bastantes diputados que comparten esos proyectos. Veremos en pocas semanas hasta qué punto. Y emplazamos, como siempre hemos hecho, al PSOE y a Unidos Podemos a emplearse a fondo en la búsqueda de una alternativa razonable y pragmática a las propuestas inmovilistas de la derecha.
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