Carlos A. Trevisi
Sin
duda nuestros políticos –la mayoría de ellos- nos toman por idiotas sin darse
cuenta de que, si bien podemos serlo, al no tener obligaciones de estado, lo
disimulamos.
Los
políticos de la derecha española llevan a cabo su gestión a partir de las
ventajas que otorgan a los poderosos – lo cual no los inhibe de lanzar entusiastas
mentiras a todos aquellos que sin serlo aspiran a una posición social que les dé
lustre: pertenecen a una clase media venida a menos que la precipitación con la
que lograron una posición económica importante no los ha cualificado como
depositarios de una cultura transmisora de usos y costumbres valederos como sucede
en otros países. Se podrían atribuir estos rasgos –no saber ponerse en común,
no poder ser más allá de lo que ellos mismos imaginan que pueden ser, un individualismo
extremo, entender la libertad como una parcela incompartible, y muchas otros
vicios que vemos a diario en su comportamiento cotidiano en relación con los
demás: quejarse sin más, sin actuar en defensa de lo que proclaman acaso porque
cualquiera habla pero muy pocos saben hacer.
El
PSOE, sin actuar del mismo modo, vive un debate que plantea por un lado lo que manifiesta Felipe González en el sentido
de acompañar al PP para que haya gobierno, y por otro un despistado Sánchez que
se debate entre ser socialista-socialista o lo que los votos que le restarían serlo
si se candidateara a “algo” en las elecciones.
El
joven Rivera – hablar de su partido sería una exageración- anda a la pesca de
quién podría favorecerlo en un futuro cada vez más nublado como el que se le
avecina. Con todo, es un joven brillante, acaso uno de los más brillantes de los
políticos del espectro actual.
La
situación que se plantea actualmente con motivo de sucesivos intentos de elegir
gobierno pone en boca de todo el mundo el cansancio de la gente y la culpa que
les cabe a los políticos por no ser capaces de resolver el problema.
La
gente se harta de tanta especulación, pero no hace nada como no sea derivar el voto
de un partido a otro –y no todos, claro-, como si esa fuera la solución. El
periodismo ofrece más de lo mismo: discutir las eventuales alianza entre
partidos para no llegar a una tercera elección.
El
fracaso de la postulación de Rajoy se remató, el mismo día en que se le dijo
que no en la Cámara de Diputados, con el nombramiento de un ex ministro al que
ya registra la historia como mentiroso compulsivo, para director del Banco
Mundial.
Hay
dos o tres cosas que el periodismo no se atreve a decir: que Rajoy no puede repetir
como presidente porque es un tonto de capirote; que tiene que haber algo gordo por
detrás para que el PP no lo cambie por algún otro candidato más competente,
solución ésta que votaría muchísima gente que se ríe de él, aún en el PP y, finalmente, que si la mayoría de la
ciudadanía no quiere nuevas elecciones es porque entiende que esto no tiene
solución y no tiene mucho interés en que la tenga.
Mi
opinión personal, aparte de lo ya vertido, es que los políticos son incapaces
de afrontar la realidad sobre todo porque aspiran al “puesto” privilegiado que ocupan sin hacer gran cosa y
saben que no tienen conocimientos para escalar una montaña de dificultades que no están
en condiciones de resolver (salvo unas pocas excepciones –la mayoría conocidas
por el gran público).
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