Ser intelectual
¿Qué significa ser intelectual? ¿Acaso saber quién era Kant o Borges?
Entiendo por “intelectual” a aquél que está en condiciones de evaluar la
realidad a partir de la elaboración propia de conclusiones que derivan del
conocimiento adquirido en el análisis de una acabada reflexión acerca de la
vida.
Un intelectual vive circunstancias semejantes a las que viven los miles y
miles de personas a las que no se puede clasificar como tales, lo que, por
supuesto, no es significativo de peyoración.
La gran diferencia radica en que
el intelectual trabaja “los adentros” del mundo y los demás “operamos” en la
superficie adecuándonos a una realidad que no siempre entendemos pero que aprendemos
a soslayar para poder sobrevivir lo más dignamente posible.
El compromiso del intelectual es darnos a entender todo aquello que esconde
la realidad para poder afrontarla según
nuestras capacidades afectivas, volitivas e intelectuales, pero nunca lo que tenemos que hacer ni cómo
hacerlo que es de nuestra exclusiva incumbencia. En otras palabras, su
obligación como intelectual es facilitarnos las claves para saber cómo insertarnos
en el mundo a partir de lo que somos y del medio en el que nos movemos.
El intelectual tiene la obligación de abrir puertas que nos conduzcan a la
reflexión. Tiene que ser tan amplio como para no transmitir ideología alguna,
aunque la tenga. Su compromiso es expandir un ideario de vida que contenga
valores universales tales como saber vivir en comunidad, ser tolerante, estar
en los demás, ser fiel a un proyecto de vida coherente con sus posibilidades,
ser un luchador en defensa de la justicia, a “ver” antes de condenar, en fin, a recuperar una cultura que se
fundamenta en SER en los demás y no
en TENER.
La influencia de los intelectuales en política debe encerrar una actitud no
partidista aunque esclarecedora. Nadie como un intelectual puede analizar objetivamente
las causas de los problemas que aquejan a un país. Su juicio será certero y con la templanza que es menester para no ser sospechoso de anteponer intereses personales, como sucede
con los políticos –el caso más fulgurante es el de Felipe González- y la
cantidad de ladrones que alberga el PP, ni con periodistas de la catadura de Marhuenda,
causantes principales del desasosiego que reina en el electorado.
Los intelectuales hacen falta como guía que ponga en blanco sobre negro la
realidad y la manera de abordarla adentrándose en todas y cada una de las
variables que la animan. Para ello será imprescindible comenzar con la gente de
a pie, los que viven atados a ideologías decimonónicas. Será entonces cuando
sus representantes puedan asumir con inteligencia y claridad que la
partidocracia va camino de desaparecer y que las ideologías no son sino una
trampa a la que los políticos actuales apelan porque temen que los idearios terminen con el circo
que estamos viviendo en España y en muchos países de América del Sur.
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