sábado, 24 de septiembre de 2016

DIÁLOGO ACERCA DE LS COSAS, LOS VALORES Y QUÉ NO

Carlos A. Trevisi en diálogo consigo mismo
  
 -Pocos hay hoy día que planteen la existencia de las cosas
Será porque a la gente común no se le ocurren cosas tan abstrusas como las que se le ocurrieron a Hume (1). Yo, por mi parte, tengo la convicción más profunda de que las cosas existen fuera de mí; que no soy yo el que les otorga existencia, y que, a lo sumo, puedo responder a su llamado desvelándolas. Tanto más cerca estaré de su significado cuanto más íntimamente las aprehenda, cuanto más íntimamente las penetre. A la gente no se le ocurre pensar que las cosas no existen sólo porque no perciben su existencia.
 
-¿Significa esto que su existencia está más allá de la percepción que tengo de ellas?
Poco más o menos. Las cosas existen en sí mismas las percibamos o no (2).

-¿Cómo descubrimos esa existencia?
Cuando nos golpea. El verso se escribe cuando él quiere, pero me necesita para hacerse “verso”; lo mismo sucede con la verdad, con la belleza, con la vida. Hay que penetrarlas virilmente, abrasarse en su interior. No alcanza con la mera percepción para descubrirlas. Mario Botta, refiriéndose a su profesión de arquitecto, nos dice estar convencido de que no es el arquitecto quien elige sus temas sino, por el contrario, son los temas quienes eligen al arquitecto. Tampoco es Borges ajeno a esta idea cuando nos dice que no es el escultor el que sale en busca de un tema, sino que bruscamente “ve”. Lo mismo aseveran el poeta José Hierro, y Ribout, respecto de la fotografía.

-Habría que estar muy capacitado para eso.
Nadie va a descubrir aquello para lo que no está capacitado, aunque sí, todos los seres humanos estamos en condiciones de apreciar la belleza, distinguir la verdad y mil cosas más que no necesariamente exigen de nosotros ser artistas ni filósofos. Yo no tengo el talento de Borges, pero lo entiendo. Esos valores están al alcance de todos pues su aprehensión no sólo es inteligente sino también emotiva. Piense en Altamira. Olvídese de sus artistas y piense en el “público” que contemplaba las pinturas rupestres de la cueva. Yo me los imagino toscos, llenos de pelos, sucios y olorosos, pero también extasiados.
 
-¿Se puede hablar entonces de “valores absolutos”?
Creo que existe la belleza, la justicia, la verdad, el amor, la entrega, la amistad, la misericordia...
 
- ¿Y Dios? ¿No es un valor absoluto?
Participo de la idea de un dios generador. No creo en un dios que esté alerta de las circunstancias del universo ni del hombre. El fundamento de universalidad “del absoluto” que le he expuesto no puede partir de un interés o de una creencia.
 
- ¿Cree en Dios?
Es un dios que no me sirve para nada: no puedo ofrecerle ni pedirle. Ha estado ahí, impávido, y ahí seguirá. Es irrelevante creer en ese dios.

- Deduzco que la libertad y la democracia son valores absolutos.
No son de la misma categoría, no tienen la misma entidad. La libertad es consustancial al hombre, está  íntimamente ligada a su condición de ser humano en permanente elaboración; la democracia, el derecho, la moral, son apenas marcos de referencias que las sociedades se dan para funcionar según patrones culturales cambiantes que interpretan los valores a los que se atienen. Una cosa son los valores absolutos y otra muy distinta el “corpus” legal, moral y social –digamos “cultural”- que los interpreta. La democracia, condicionada por la economía y la globalización, es hoy día un mero enunciado. Las leyes son instrumentos de los que se vale la sociedad para ayudar a la convivencia, nada más. No espere encontrar justicia en la ley; la moral es cambiante.  La libertad no.

-¿Entonces reconoceríamos esos valores más allá de la cultura a la que pertenezcamos?
Cualquier hombre conlleva, genéticamente, el valor de la vida, de la belleza, de la justicia… Aún aquéllas como la cultura Maya, que practicaba sacrificios humanos, lo hacía en nombre de la vida, de su trascendencia (3). Habrá valores que las culturas estimen como absolutos y no lo son, tal el caso de la democracia, o el de la libertad que impone el ordenamiento legal en el mundo occidental hoy día. Habrá otros valores que son propios de la condición del “ser” humano que están presentes desde los orígenes de la humanidad: la verdad, la belleza y la justicia, por ejemplo. Por estos me inclino porque son reconocidos por cualquier hombre, provenga de donde proviniere. Reitero lo de Altamira

-¿Qué pasa cuando no se distinguen esas diferencias?
Cuando no se distinguen las diferencias y se otorga categoría de valor “absoluto” a lo que no lo es, se plantea el conflicto y nace la belicosidad que hay entre las culturas o dentro de cada una de ellas. La Iglesia, que se aferra a “sus valores absolutos”, cuestiona derechos y obligaciones propios del estado en nombre de valores que no son absolutos, salvo para la Iglesia misma. Tal el caso del matrimonio entre homosexuales. Es de aceptarse que la Iglesia sostenga que son “valores absolutos”, como también lo es negarles esa categoría. Lo serán para los católicos, pero no para los que no lo son. En este momento hay más de una voz en le Iglesia que expresa que el que no coincida con esos valores, no puede ser católico; que para serlo tiene que avenirse a la doctrina o apartarse. Craso error.  La doctrina es de lo que se vale la Iglesia para presentar a Cristo, para darlo a conocer. La doctrina no puede ser inmutable porque la presentación que la Iglesia hace de Cristo está en relación directa con el espacio y el tiempo en el que se lo proclama ¿Qué puede significar para un cristiano no católico o para un agnóstico o un ateo el dogma de la Asunción de la Virgen María?  La proclamación de verdad indiscutible de los dogmas sigue una línea no cuestionada dentro de la Iglesia, aunque difícil de compartir. Declamar, hacia 1950, como verdad absoluta, que la virgen María haya subido a los cielos en cuerpo y alma no deja de ser, cuanto menos, poco fácil de creer. Para abordar la solución a estos conflictos, entiendo que mal llamados culturales, es menester ser amplio, abierto, crítico, democrático, dialogal y tener mil atributos más que muy pocos políticos demuestran poseer para las relaciones internacionales (incluidos los del estado del Vaticano, acaso los primeros).

-La inmigración y el terrorismo requerirían un tratamiento acorde con estas actitudes
Sin duda los procesos inmigratorios han alterado las vidas de los “invadidos”: la escolarización de los hijos de extranjeros, trabajo clandestino, biotipos ajenos; y hasta nuevas costumbres sociales: olores diferentes, comidas exóticas, vestimentas no usuales, matrimonios poligámicos… Los “invasores” traen consigo los mismos valores “absolutos” que sostenemos nosotros. Lo que varía es el corpus, las costumbres. ¿Quién está en lo cierto, el árabe poligámico o un monogámico “occidental”? Ambos. Las diferencias son propias de los procesos de culturación a los que han estado sometidas ambas corrientes. El hombre occidental tendría que aprender a convivir con estas nuevas modalidades y costumbres confiando en que su cultura es tan poderosa como para ninguna otra pueda con ella. No me cabe ninguna duda de que la cultura occidental, por más proteica respecto de los derechos que otorga a sus miembros, terminará absorbiendo a cualquier otra. Por eso no tienen razón de ser las guerras como la planteada en Irak. Es un típico caso de imposición de valores occidentales en un país que manifiestamente no los comparte; para ellos la libertad y la democracia, como la entendemos nosotros, no tienen sentido. Esto, por supuesto, al margen del petróleo , de las mentiras que se esgrimieron para justificar la invasión y de que con ejércitos “profesionales” a la guerra sólo van los pobres, los que se “emplean” como soldados. El terrorismo es un capítulo aparte que exige un tratamiento algo más que militar; por de pronto legal. En este sentido, Mary A. Wright, FO-01, Deputy Chief of Mission US Embassy, en su carta de renuncia que presentó al secretario de estado americano, Collin Powel , nos dice (permítame que se lo lea)
 
 “America has lost the incredible sympathy of most of the world because of our policy toward Iraq. Much of the world considers our statements about Iraq as arrogant, untruthful and masking a hidden agenda. […] I strongly disagree with the use of a preemptive attack against Iraq and believe that this preemptive attack policy will be used against us and provide justification for individuals and groups to preemptively attack America and American citizens.[…] I cannot support the Administration´s unnecessary curtailment of civil rights following September 11. The investigation of those suspected of ties with terrorist organizations is critical but the legal system of America for 200 years has been based on standards that provide protections for persons during the investigation period. Solitary confinement without access to legal counsel cuts the heart out of the legal foundation on which our country stands. Additionally, I believe the Administration´s secrecy in the judicial process has created an atmosphere of fear to speak out against the gutting of the protections on which America was built and the protections we encourage other countries to provide to their citizens.[…]
 
- A la luz de lo que acaba de leer, me asombra que hable de la capacidad de absorción de nuestra cultura.
No tendría porqué. Una cosa es la cultura y otra la civilización. El mundo occidental proviene de una cultura que ha alcanzado los máximos niveles no sólo en el reconocimiento del valor de la vida y los derechos que le son inherentes, sino también en su capacidad de resolución de los problemas que la aquejan. La civilización, que nos es ajena y ha sido impuesta por circunstancias que se han apartado de la cultura que la impulsara, ha echado por tierra con los valores. Esta civilización (pragmática, empírica, “sajona”, en fin), tocará fondo y se revitalizarán los valores de los que hablábamos. La absorción se producirá entonces, cuando el hombre vuelva a “valer” más que el derecho a la propiedad.
 
-Me interesa la diferencia que hace entre cultura y civilización. ¿Podría ampliar, por favor?
La cultura, exige de personas en actitud creadora, tipos armónicos que sepan que su “estar” en el mundo está íntimamente ligado a la verdad de ser únicos, de ser uno en si mismos aunque a partir de los demás. Se es culto en la medida en que se arborece en respuesta a los principios, se florece en la recreación de esos principios y se frutece en los demás, contagiando con fervor esa organicidad. Así, en el ámbito de la cultura no se juzgan niveles de conocimientos sino sabiduría de vida. Y la sabiduría de vida se logra en el esfuerzo por armonizar las actitudes volitivas, afectivas, intelectuales y de libertad. No basta con la inteligencia. La civilización, con todo que nace de la cultura, como hemos dicho, pervierte su organicidad, pues las exigencias propias del advenimiento de un complejo mayado socio-político-económico y tecnológico la impulsan a la fijación de metas
circunstanciales y a negociar los procedimientos. La civilización altera el tiempo – lo acelera- y achica el espacio; impone lo efimeral. Todo lo contrario de la cultura, que en el disfrute pasmódico del tiempo se abre a la plenitud del amor, de la inteligencia y de la libertad; que autoriza el retorno desde el error, que hospitaliza al hombre y lo relanza al mundo en busca de mejores oportunidades. La civilización somete la imaginación del hombre, le quita la libertad de hacer sus propios qués, cómos y cuándos. Esclavo de imaginerías ajenas, se aliena; pierde conciencia de sí mismo para hacerse con la conciencia del “mercado”, que desnaturaliza su existencia. El hombre civilizado es el habitante de la “civitas”, el que ha sido educado para el “hic et nunc”, en la ajenidad de los principios, en la trastienda de la creación, en el erratismo de lo relativo, en el éxito. En soledad, despersonalizado. La salida es una nueva esfera en la que la sabiduría de vida se plasme con altos niveles de conocimientos. Ahí podríamos abrazarnos con el diferente .
 
-¿Está insinuando un choque dentro de la misma cultura?
Si aceptamos las diferencias que he marcado entre “civilización” y “cultura” hay que precisar el concepto. Yo diría que la cultura va a terminar con esta civilización porque se impondrán sus valores por encima del pragmatismo. En "Tomando la palabra" ,  de Armando P. Rivas (4) tenemos una prueba de la fuerza salvaje de la civilización.
Lo que sostiene el neoliberal  Ribas no responde culturalmente a lo que han sido los valores sobre los que se fundamentó la construcción del mundo en el que vivimos. Sin embargo, la cultura occidental, al haber perdido de vista al hombre como sujeto y razón de ser de la historia, ha devenido en un estado de cosas que autoriza, con toda desfachatez, a decir que “así, la responsabilidad de los países ricos sería la de facilitar la salud a los pobres, y tal obligación se sustenta en desmedro precisamente de los derechos de patente de los medicamentos” (Foro conservador), como si fueran más importantes los derechos de patentes que la vida de alrededor de mil millones de hombres, mujeres y niños que se mueren de hambre o apestados por temibles enfermedades. Cada vez que abordo este tema recuerdo a la Argentina. Cuando me cruzo con algún amigo español que sinceramente me alienta respecto del crecimiento que está teniendo mi país, no puedo menos que recordar que se mueren 47 chicos mueren 47 chicos   por día por enfermedades no necesariamente letales. Sin embargo, el país sigue “creciendo”. ¿Qué significa crecer? (5).  Está claro que cuando dentro de la misma cultura acaecen barbaridades como éstas ya nadie se puede permitir ni siquiera hablar de valores. Será por eso que el neoliberalismo está atenuando la importancia de las instituciones que nacieron a la sombra de esos valores –la familia, el estado, la Iglesia, los sindicatos, las universidades, los partidos políticos, las asambleas políticas, etc.- y recreando nuevos valores que impulsa como absolutos: el mercado, la libertad, la democracia…
 
- No es usted precisamente optimista.
Lo soy por naturaleza. Soy escéptico, no obstante. Y es precisamente mi escepticismo lo que me hace ver que vamos mal. Si partimos de la base de que el “derecho a la propiedad”, o el ejercicio de “la libertad” o de la “democracia”, por ejemplo, son valores absolutos, podemos justificar cualquier acción que los imponga dónde estemos contestes de que hacen falta. Así se puede justificar la guerra de Irak o una eventual confrontación en Irán en nombre de la libertad y de la democracia; o de impedir legalmente, en nombre del derecho de propiedad, que los desgraciados que se mueren apestados por el SIDA o la malaria, accedan a los medicamentos. Este accionar tiene un fundamento: en el fondo se trata de “cosas” que no percibimos y que, en consecuencia, no existen. Los miles de chicos que se mueren en el tercer mundo no existen; Bolivia no existe, Haití no existe. África no existe.
El hombre tiene conciencia de que la salud es inherente a su condición de persona, y sabe sobradamente qué necesita sin que venga nadie a decirle qué tiene que hacer con su país. Lo que sí debemos hacer es impulsarlos al conocimiento de valores en cuyo ejercicio nuestra cultura ha dado pruebas de encuentro y tolerancia. Y jamás ha sido más fácil que hoy día, cuando la necesidad ha acercado a los hombres como nunca antes. Es lamentable que no logremos entender que están golpeando a nuestras puertas en busca de ayuda y que en ese contacto está la solución.
 
 -Hemos comenzado hablando de la existencia de las cosas. ¿Qué importancia tiene el reconocimiento de su existencia respecto de lo que hemos hablado?
Fundamental. Si no reconocemos aquello que existe fuera de nosotros, no necesitaremos del diálogo, ni del esfuerzo de la puesta en común. Lo destruimos y ya está. Si, total, no existe (¿Irak, el hambre en el mundo…?). Este sentimiento comienza a ser común a toda Europa. Y debemos decir que ha sido muy bien inducido. Nada más cruel que la denominación de “terrorismo islámico”. Es como si en España dijéramos que el terrorismo de ETA es “terrorismo español” o “terrorismo vasco” o “terrorismo “cristiano”. Nos cuidamos bien de decirlo. ¿Por qué entonces expandimos la idea de “terrorismo islámico”? Es una respuesta que tiene que darse el lector.
 
-En esto que acabamos de conversar hay varias vertientes que explican la política actual
En efecto. Por ejemplo que la Guerra de Irak tiene un fundamento determinista, muy calvinista, diría yo.

Notas
1.
Hume´s analysis of human belief begins with a careful distinction among our mental contents: impressions are the direct, vivid, and forceful products of immediate experience; ideas are merely feeble copies of these original impressions. Thus, for example, the background color of the screen at which I am now looking is an impression, while my memory of the color of my mother's hair is merely an idea. Since every idea must be derived from an antecedent impression, Hume supposed, it always makes sense to inquire into the origins of our ideas by asking from which impressions.
2.
CIENCIA, EMPIRISMO Y RELATIVIDAD Víctor Montoya
3.
El sacrificio humano se celebraba con una piedra de    sacrificios, un cuchillo de pedernal y un recipiente para ofrendar los corazones, llamado Cuauhxicalli. Revestía gran importancia ya que era la manera de que a la muerte siguiera la vida, tal como ocurría en la naturaleza, en la que a lo largo del año había una temporada de secas donde las plantas morían, y una temporada de vida, en que la lluvia hacía renacer los frutos de la tierra, como parte de un ciclo constante. A través del sacrificio humano se ofrendaba lo más preciado, la sangre y la vida misma, para que a través de la muerte surgiera la vida. (Ver Codice Durán http://www.artehistoria.jcyl.es/historia/obras/10482.htm
  
4.
5.

En ese mundo signado por la velocidad y la precisión es imprescindible el desarrollo de la imaginación en un entorno integrador capaz de recrear circunstancias. Ante la crisis de un mundo homogéneo, unívoco, partidario de las jerarquías, estandarizado y categorizador, prescriptor de fines y administrador de medios, imperial y teocrático, donde la libertad ha sido un mero enunciado, se abre un mundo nuevo, heterogéneo, desestandarizado, participativo, abierto, simbiótico, interactuante, armonioso en su diversidad, estético, ético antes que moral, contextual, (un mundo) promotor de actos de libertad consciente que instalará al hombre como centro activo de una red de relaciones inagotables entre las cuales él instaura la (suya) propia" (Umberto Eco, Obra abierta, Planeta, 1992, Págs. 74-75) La educación que enfrentamos en los albores del siglo XXI no ha despegado de las pautas que impusiera el modernismo decimonónico. Ha carecido de una estrategia que autorizara la creatividad en los educandos, y abolido su capacidad imaginativa. Si de integración se trata, nada más atomizado que un entorno educativo: la escuela al margen de la realidad, los padres de la escuela, los directivos de los maestros, los maestros de los niños y los niños de la escuela. Esta escuela del viejo mundo va camino de desaparecer y, como no asumamos el cambio, corremos el riesgo de que no haya relevo posible, es decir, que todo siga igual, aunque bajo una estela de modernidad, donde se den cita novísimo herramental y celéricos recursos, pero al servicio de objetivos caducos y metas inciertas. Nuestra tarea como maestros es operar sobre el cambio a partir de la realidad y no de un antojo arbitrario. Nuestro destino es Europa y nuestro potencial autoriza una puesta en común con los países más avanzados del mundo. Los cambios que se han producido a partir de la mundialización que nos ha tocado en suerte vivir, para bien o para mal, obedecen a desafíos propios del siglo XXI y conllevan un rango operativo altamente competitivo. Nuestra respuesta no puede ser decimonónica.

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