Comentario de Carlos A. Trevisi
El artículo de Alemán debe ser leido con detenimiento. Ratifica buena parte de lo que nuestras sucesivas entregan en GUADARRAMA EN MARCHA
Jorge Alemán
Psicoanalista y escritor
Psicoanalista y escritor
Voy a intentar dar algunos principios de inteligibilidad a lo que podríamos llamar el malestar del siglo xxi. ¿Cuál sería la diferencia con lo propuesto por el texto clásico freudiano, que es un texto bastante radical, donde Freud despliega todas sus objeciones a los ideales modernos? Freud es un hombre de la ilustración, pero no es un progresista. Lo caracterizaría, me permitiría formularlo así, como un ‘conservador subversivo’, como alguien que, efectivamente, al ser contemporáneo de los procesos revolucionarios, no piensa que pueda darse o existir o tomar forma la posibilidad de un comienzo absoluto, un corte, un antes y un después, como después de todo la metafísica de la revolución lo pensaba. Es decir, Freud piensa en la repetición, piensa en lo que vuelve al mismo lugar, en las condiciones irreductibles de la existencia del sujeto que ninguna cultura va a lograr jamás apaciguar o transformar. Quiere decir que el malestar que Freud describe es estructural, sistémico y que no habrá jamás progreso histórico que lo cancele.
El error, a mi juicio, de los momentos filosóficos que intentaron incorporar desde el pensamiento marxista el proyecto de Freud, fue que limaron las malas noticias de Freud, quisieron conjurarlas. La filosofía, en muchas ocasiones, trató de desprenderse de ese caudal de malas noticias que Freud había desplegado, precisamente, en su texto sobre el malestar en la cultura, y había mostrado justamente ese carácter irreductible, la incompatibilidad radical entre la existencia de la condición, sexuada, mortal y hablante con la estructura social, con el campo colectivo.
Sin embargo, tenemos que decir (y aquí empiezo con la diferencia con el siglo xxi) que el texto freudiano, para utilizar una breve referencia a Foucault, está poblado de metáforas de la sociedad disciplinaria. En el texto de Freud todavía tiene una gran eficacia simbólica la familia, la prohibición, el amo que todavía regula la vida de las personas, las figuras de la autoridad, las instituciones. Freud teje toda una estructura colectiva que se ordena según las renuncias que va imponiendo al sujeto, desde una lógica que podríamos decir que es aún disciplinaria, que forma parte, si se quiere, de las soluciones de un capitalismo industrial. Es decir, un campo donde todavía las autoridades están presentes, los lazos sociales tienen consistencia, los linajes familiares siguen teniendo eficacia simbólica, y es desde allí desde donde Freud finalmente piensa toda la lógica del malestar.
Una vez que el capitalismo empezó a desplegarse, y que se fue cumpliendo la epifanía extraordinaria de Marx de que todo lo sólido se iba a desvanecer en el aire, se empieza a percibir que el nuevo malestar ya no puede ser pensado con las figuras de ese amo clásico que tenían aún solidez, que aún tenían consistencias, que aún tenían autoridades que se constituían en un ordenamiento de las subjetividades. Actualmente, como el propio Foucault lo describe, podemos decir que se ha pasado de una sociedad disciplinaria a una sociedad de control, en donde efectivamente las figuras del amo clásico tambalean, crujen, y es el propio capitalismo y su marcha ilimitada, su despliegue incesante, el que erosiona, socava desde adentro todas las figuras de la autoridad.
Lacan formuló una tesis, una conjetura que denominó discurso capitalista, que introdujo una variación lógica dentro de lo que él denominaba el discurso del amo. El discurso capitalista se caracteriza fundamentalmente por autopropulsarse desde el interior de forma ilimitada, de manera tal que no conoce crisis por más que haya catástrofes sociales, ni conoce ningún límite que pueda verdaderamente interrumpir lo que Lacan considera el movimiento circular del capitalismo.
La idea de Lacan es que el capitalismo ha logrado introducir una nueva relación entre la falta y el exceso, una nueva relación entre el carácter insaciable del deseo humano y el exceso del goce. Esta nueva relación hace (y aquí ya me despego de Foucault) que podamos captar que en el siglo xxi ha surgido un nuevo tipo de subjetividad neoliberal, que podríamos caracterizar del modo siguiente, como el ‘empresario de sí mismo’. No alguien que tiene una empresa, sino que gestiona su propia vida como un empresario de sí mismo, como alguien que está todo el tiempo desde su propia relación consigo mismo y en su relación con los otros, concibiendo, gestionando, organizando su vida como una empresa de rendimiento. Agregaríamos, desde el punto de vista de Lacan y del discurso capitalista, como una empresa de rendimiento y plus de gozar.
Para que ustedes tengan un ejemplo más patente de esto, cuando uno va, por ejemplo, a las villas miserias, visita las favelas o visita los poblados de los excluidos, hay empresarios de sí mismos. Es decir, ha habido una metamorfosis de la pobreza. La pobreza ya no puede ser entendida como Marx, es decir, como la no satisfacción de las necesidades materiales, en la pobreza hay relación con el plus de gozar, en la pobreza hay tráfico de armas, marcas, drogas. Es decir, aún no estando satisfechas las necesidades materiales básicas, el goce despliega todas sus fuerzas.
Ese malestar del siglo XXI es precisamente el que se determina de este modo: el acceso de sujetos a maneras del plus de gozar, que tienen que ver con un rendimiento de sí mismo que los pone más allá de sus propias posibilidades. Concebirse todo el tiempo como un empresario de sí, necesita desde luego consumir muchos libros de autoayuda, muchos libros de autoestima, muchos coachs… El coach para los asalariados de arriba y el seguimiento y las evaluaciones para los asalariados menos favorecidos. Pero como se trata todo el tiempo de un rendimiento ilimitado, que tiene que estar todo el tiempo consagrado en un exceso más allá de sí mismo, nunca del lado del principio del placer, sino siempre del lado del goce, es decir, siempre del lado de la pulsión de muerte, el sujeto del capitalismo como empresario de sí tiene como contrapartida clínica la depresión, que se ha expandido de manera exponencial. ¿Qué es la depresión, ya no en el sentido clínico, sino en este aspecto del malestar en el siglo XXI? Una patología de la responsabilidad, una patología del sujeto que dice que no da la talla de sus exigencias, un sujeto que se hace cargo de no haber cumplido. Porque ser empresario de sí mismo ya no es trabajar para el otro, tal como lo describía Marx bajo la forma de la explotación de la fuerza de trabajo, es explotarse a uno mismo, explotarse a uno mismo en la culminación del rendimiento y en la obtención del plus de goce. Por lo mismo, el confín clínico de esta experiencia del empresario de sí es la depresión o la adicción, para aquellos a los que la adicción ayuda a sostenerse en esa carrera ilimitada y circular, donde todo el tiempo está comenzando. Porque el empresario de sí mismo no tiene historia, ni tiene legado simbólico, ni puede ya remitirse a ninguna biografía, ni puede remitirse a ninguna tradición que lo sostenga. No hay nada que lo garantice atrás, y está su puro emprendimiento entregado a su plus de gozar.
Culmino. Si fuera así, la pregunta que inmediatamente se haría Freud, o se hace Lacan, es ¿cómo es que los sujetos aceptan esto? ¿Cómo es que dentro de un mundo donde todo se erosiona, donde todo se ha vuelto precario, donde todo se ha vuelto líquido, como dicen algunos, donde no hay ningún lazo social que se sostenga, donde no hay ninguna autoridad que lo proteja, donde no hay ninguna brújula del padre, y donde ni siquiera la comunidad internacional parece ya existir con sus propósitos reguladores, cómo puede ser que el sujeto haya aceptado esta figura de la subjetividad que lo ha convertido en un empresario de sí que se autogestiona? Y en donde, además, y esto lo tengo que decir muy rápido, la sexualidad, el trabajo y el deporte lo unifican. Es decir, el rendimiento también se metaforiza a través de la sexualidad, que se convierte en una fotografía paradigmática, un gran paradigma. Hay varios coachs que se especializan en el logro del éxito, el éxito en los equipos, el éxito en las empresas, el éxito en el rendimiento sexual. ¿Cómo es que el sujeto acepta esto? Esto es lo que Foucault no puede explicar: el sujeto, para la gobernanza, se subjetiva como un empresario de sí.
Yo creo que hay otro reverso de esta cuestión, y que vuelve a tener que ver con el discurso capitalista en Lacan, que es un nuevo viraje del neoliberalismo, que el liberalismo clásico no había producido, y que termina de culminar lo que podría ser la descripción del malestar en el siglo xxi, que es la relación del acreedor con la deuda. No sólo se fabrica a sujetos que deben ser empresarios de sí, sino que también se fabrica a deudores. Desde el momento donde no se asumieron ni por el Estado ni por el capital financiero las pérdidas que fueron transferidas a la población, con un relato que, además, de distintas maneras, se replicó en distintos países del mundo, según el cual “habéis participado de una fiesta”, “habéis dilapidado el dinero”, “habéis gastado un dinero que no teníais”, y ahora es necesario empezar con la austeridad, las restricciones, un discurso que, ustedes ven, vuelve a reproducir exactamente la matriz del superyó freudiano.
De modo que el reverso de este empresario de sí es precisamente un deudor que está frente a un acreedor frente al cual no va poder jamás cancelar la deuda. Las deudas, tanto la soberana, como la privada, como la pública, son las nuevas formas de subjetivar al sujeto en la época neoliberal del capital. Esto es, un empresario de sí o un deudor, o las dos cosas a la vez. De manera tal que la deuda no es una anomalía en su vida, ni un elemento exterior, sino aquello que modula y condiciona toda su existencia, como también modula y condiciona toda su existencia volverse un empresario de sí. Por lo que la pregunta con la que hay que concluir todo esto, es una pregunta a la que he intentado responder en mis últimos trabajos: ¿Qué hay en el sujeto que no sea colonizable por la estructura del capital? ¿Qué hay en el sujeto que no esté al servicio y a disposición del capital?
Es cierto que el sujeto tiene un costado por donde, vamos a decir, no es una sustancia eterna, es el resultado de una construcción histórica, así que podemos decir que confirmamos que hay actualmente sujetos que se perciben a sí mismos en la ecuación rendimiento-goce, o en la ecuación del deudor. Pero la pregunta es: ¿hay algo en el sujeto que haga obstáculo a la reabsorción completa de la subjetividad por el capital? Porque el secreto del capital es la subjetividad, el verdadero botín de guerra del capitalismo contemporáneo es el sujeto. ¿Hay algo en el sujeto que le haga objeción al discurso capitalista? Ya no está el sujeto histórico teleológico denominado proletariado por Marx, que garantizaba la desconexión en la maquinaria capitalista. Ese lugar ha quedado vacío. Así que hay que volver a la pregunta de ¿qué recursos tiene el sujeto en sus síntomas, en la construcción de su fantasma, en sus maneras de vivir el amor, en sus maneras de entender la amistad, en su relación con el otro, que no ingresen al circuito del capital?
Esta pregunta, me parece, es como una especie de homenaje al final del texto El malestar en la cultura de Freud, cuando Freud se preguntaba si frente a la pulsión de muerte todavía Eros tenía alguna oportunidad. Es una pregunta del mismo orden. ¿Hay todavía alguna oportunidad frente a la lógica del capital? Si la hay, en este caso, para mí, el nuevo nombre del Eros es política. Y es una política que no conjure, como se hizo antes, las malas noticias del psicoanálisis, sino que admita que las lógicas emancipatorias deben ser atravesadas con el psicoanálisis sin la protección de la filosofía.
Expertos y pueblo
En el régimen de dominación neoliberal, la apelación a los “expertos” es el recurso último que legitima las decisiones económicas y sociales. Los expertos aseguran con su conocimiento “especializado” que el poder ya no es una fuerza coercitiva, que no impone nada arbitrariamente, ya que las decisiones se toman después de importantes evaluaciones, y son únicas e irremplazables porque emanan de la “propia realidad objetiva”.
Los expertos constituyen una pieza clave del dispositivo neoliberal, encarnan el control, por parte del saber, sobre la población que deja de estar constituida por “sujetos”, y se presenta como cosas que deben ser gestionadas y calculadas. De este modo, recurriendo a técnicas contables, gráficos, esquemas teóricos que se presentan como universales, neutros y, por tanto, desinteresados, construyen el marco de la realidad. Y, especialmente, los límites que no deben ser atravesados si no se quiere ser acusado de “irracional”. En este aspecto, los expertos no sólo se sostienen con este simulacro sino que dicho “programa” debe ser acompañado de una retórica que encubra del modo más eficiente posible los antagonismos sociales que se presentan como irreductibles…
Por ello, junto a ese relato técnico hay una permanente referencia a los “valores democráticos” que funcionan como la coartada mayor de la estrategia neoliberal: presentar una decisión que nunca fue ni será votada, como si emanara del centro mismo de la democracia. Señalemos al pasar, que si se trata de la TV y las famosas tertulias, aun invitando a quienes sostienen una posición crítica y política con el dispositivo neoliberal, los programas están editados de tal modo que ya han secuestrado de antemano el sentido crítico que se quiere transmitir.
En este despliegue técnico, los expertos deben expulsar y reprimir la cuestión crucial y constitutiva de lo que llamamos lo social: la existencia de una brecha que condiciona toda la realidad y que ningún bien general construido bajo el modo neoliberal puede terminar de borrar. Finalmente, lo verdaderamente insoportable para el saber neoliberal, es que el antagonismo no puede ser absorbido por el espejismo de un consenso, porque el antagonismo es el punto de partida a partir del cual la realidad se estructura. Desde esta pendiente, el antagonismo es lo más “real” de la realidad.
Ese antagonismo es modulado históricamente con distintas significaciones. En nuestro tiempo se ha vuelto evidente el conflicto irresoluble entre los poderes oligárquicos-financieros y sus corporaciones, por un lado y, por otro, con los trabajadores explotados, los excluidos de distinto signo y las vidas desnudas y sin amparo que son atacadas en lo más íntimo del ser. Por ello, mientras hablen los expertos y determinen las reglas de juego de lo posible, lo que finalmente se produce es una abolición de lo político.
Lo político comienza cuando los expertos no tienen nada que decir, porque ellos han estado sólo presentes y han sido llamados a servicio para suturar la brecha del antagonismo social. Dicho de otro modo, lo político y el pueblo como sujeto, emergen cuando tiene lugar una práctica instituyente cuyo principio es radicalmente distinto al encuadramiento técnico y objetivo de los expertos.
La práctica instituyente del pueblo es la acción colectiva por parte de aquellos que han quedado fuera en el cálculo de los expertos. Esa práctica instituyente que surge precisamente como la verdad del antagonismo, es asumida por un sujeto popular cuya función principal es rechazar el ordenamiento jerárquico del saber de los expertos. Es evidente que, con esta posición, no se está sugiriendo que no se respeten las competencias teóricas y técnicas de cada área social. Estamos utilizando el término “experto” en otro sentido, ya que esas áreas pueden encontrar su verdadera operatividad cuando se emancipan del emplazamiento y la inercia que los expertos del régimen neoliberal han impuesto.
Ahora bien, cuando las prácticas instituyentes del sujeto soberano interpelan el relato de los expertos, empieza a surgir el verdadero rostro de los evaluadores de la realidad. Algo bien distinto al conjunto de argumentos que se presentaban bajo las apariencias de lo democrático. Aparece entonces el verdadero reverso de los especialistas económicos y técnicos, surgen las amenazas, las imputaciones, los chantajes que suelen ser modulados retóricamente según las circunstancias: “si no se cumple con esto o con aquello, la catástrofe es inminente”, “se ha gastado lo que no se tenía y ahora hay que pagar”, “es como una familia que consumió lo que no correspondía”, “hay que aprovechar la crisis y transformarla en una oportunidad emprendedora”. Y, por último, el recurrente vargallosismo que ha hecho escuela: “el país se arruinó a sí mismo y no sirve buscar culpables ni aludir a ‘campañas en contra’”. En una extrapolación perversa de la tesis sartreana sobre la “mala fe”, donde el sujeto debía responsabilizarse siempre de sus elecciones y no utilizar con “mala fe” argumentos sobre sus circunstancias adversas o su infortunio personal, el vargallosismo advierte, proclama, sin ningún pudor, que los países deberían actuar del mismo modo que el sujeto sartreano. Olvidándose del propio legado histórico que habla de una larga secuencia de golpes, desestabilizaciones, masacres, asesinatos, desapariciones de todos los gobiernos o militantes que se hayan propuesto construir una contrahegemonía al neoliberalismo. Cada vez que un país se esfuerza por salir de los estragos del neoliberalismo, y empieza a estar asediado internamente y por toda la prensa internacional, no puede referirse a ninguna ‘campaña en contra’ porque ya existe todo un dispositivo mediático que la presentará como una versión demagógica y paranoica de la situación. Y esto no se frena ni siquiera cuando ya se hace evidente la destitución programada internacionalmente.
El regimiento de expertos entrenados para dar argumentos al neoliberalismo mantiene como propósito esencial el de deshistorizar a las poblaciones, arrebatarles el sentido de sus herencias simbólicas, y ocupar sin más el presente absoluto de las “leyes objetivas” de los expertos. Sólo la emergencia, siempre contingente, de un sujeto popular soberano, puede abrir un hueco en el marco de la realidad construida por los expertos de la técnica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario