Quincuagésimo primer aniversario del bombardeo al que la aviación de la Marina de Guerra de la Argentina sometió a la ciudad de Buenos Aires
La presión que se ejercía desde el peronismo sobre
la gente sobrepasaba lo imaginable. Del mismo modo, flotaba en el ambiente que
en cualquier momento se desataría una revolución que terminaría con
Perón.
Así fue como el 16 de junio de 1955 la aviación de
la Marina de Guerra bombardeó la Plaza de Mayo para derrocar a Perón. Mi
acostumbramiento a la gran ciudad, que ya comenzaba a disfrutar, sufrió un
violento choque.
Me encontraba ese día a escasas dos cuadras, en el
Nacional de Buenos Aires, en séptima hora, con el profesor Balbiani, en clase
de geografía. Faltaban apenas 10 minutos para volver a casa cuando comenzaron a
caer las bombas. Recuerdo que entró un celador a la clase gritando: "derrocamos
al dictador!". Sentí alguna emoción. Salimos todos corriendo del aula ante
el temor de que alguna bomba cayera en el colegio y nos refugiamos en el
subsuelo, en el salón de cine. Papá me fue a buscar al colegio y, al
salir, vi un camión darse vuelta y aplastar con su caja a la gente que
llevaba a la Plaza a defender a Perón. En ese preciso momento,
hallándonos a unos 200 metros del colegio, un nuevo ataque conmovió la ciudad.
La gente corría despavorida mientras algunos aprovechaban la circunstancia de
ir a ayudar a Perón para saquear una armería en la calle Moreno y así,
llevarse todas las armas que encontraban al alcance sus manos. Corrimos con mi
padre en busca de una boca de subterráneo para volver a casa.
De resultas del bombardeo se verificaron 300
muertos y más de 2000 heridos. A todo esto Perón se había refugiado en el
subsuelo del edificio Alea. El general estaba a resguardo. Entonces me
pregunté: ¿para echar a ese hijo de tal por cual hay que bombardear la ciudad y
matar a la gente? ¿Por qué no lo matan a él? La respuesta vino mucho más tarde.
Hizo
falta un segundo golpe, tres meses después, para terminar con Perón. Si antes
se “olía” la revolución, durante estos tres meses ya era más que tangible.
Perón se volvió loco: por todos los medios salió a decir que iba a colgar a los
oligarcas con alambre de fardo que él personalmente entregaría al pueblo; sus
hordas incendiaron iglesias, quemaron el Jockey Club –un reducto oligarca que
guardaba preciosas obras de arte... en fin, se llevó a cabo cuanto desmán
uno pueda imaginarse.
Caído el régimen, con el nuevo golpe de
septiembre, los “libertadores” - la revolución que terminó con Perón se
autodenomino "Libertadora"- fusilaron a unos cuantos peronistas
en Lanús, pueblo del Gran Buenos Aires de reconocida filiación peronista. Decían
que era el escarmiento para que los "cabecitas negras se dejaran de
joder".
Comencé
a diferenciar a los peronistas. Los pobres y estafados desvalidos por un lado,
y la oligarquía peronista, inmunda colección de ladrones que cometió las
mayores tropelías en nombre de la justicia social, la libertad económica
y la soberanía política.
Cuando
cayó Perón definitivamente mucha gente fue a la Plaza de Mayo a festejar su
caída. ¡Cuánto dolor! ¿Qué mierda festejaban los que apoyaban la
Revolución Libertadora? ¿Qué libertades que hubieran visto restringidas durante
el gobierno de Perón habrían de gozar a partir de ese momento? ¿Cuál había sido
su lucha para evitar que Perón abusara de la gente, para evitar que incendiara
las iglesias o cerrara el diario La Prensa?
Poco se sabía de ellos. Sólo que se perfumaron y
salieron a festejar para diferenciarse de los "cabecitas".
Desde entonces, acaso desde mucho antes, la
Argentina se fue cayendo en pedazos. Los “revolucionarios” que bombardearon la
ciudad fueron cayendo en el olvido. Otros canallas los reemplazaron y la
Argentina perdió el rumbo.
CARLOS A. TREVISI: Yo tenía por entonces 13 años.
CARLOS A. TREVISI: Yo tenía por entonces 13 años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario