sábado, 19 de septiembre de 2015

CULTURA DE BARRIO

Claudio ZulianCineasta
En varios artículos escritos en los años 70, Pasolini, fino conocedor de la textura cultural de Italia, lamentaba que el “pueblo” se estaba transformando en “masa” y que la cultura popular estaba siendo substituida por la cultura de masas. Llamó a tal fenómeno “la primera verdadera revolución de la derecha”: según él, se trataba de una “revolución antropológica” y no política en el sentido tradicional. Es una transformación de fondo.
Algunos de los planteamientos que sobre la cultura se dan en el ámbito de las nuevas organizaciones políticas progresistas, parecen olvidar la temprana advertencia pasoliniana –válida, obviamente para todo el sur de Europa. Algunos discursos y escritos se diría que hablan de “cultura de barrio” como de algo coherente, incontaminado, tesoro de una cultura alternativa que sólo esperaba una posibilidad política de expresarse. En los años 70, Pasolini ya no hubiera suscrito tales afirmaciones, porque ya entonces la transformación era demasiado evidente.
La “cultura de masas” tiene en su núcleo la cultura televisiva, y ese es también el nervio de la cultura de barrio actual. El imaginario más común está conformado esencialmente por Telecinco y las cadenas de Atresmedia (Antena 3, La Sexta). En cualquier barrio, un acto en el que participara, por ejemplo, Belén Esteban, tendría un éxito inenarrable. Bien lo saben algunos líderes de Podemos que han hecho, con realismo, de la televisión su primer estrado político.
El diagnóstico pasoliniano, sin embargo, no atañe sólo a los barrios populares, sino a nuestra sociedad en su conjunto. La cultura burguesa, la cultura universitaria que podía identificar una clase a través de saberes humanísticos, científicos y políticos, ya no existe. Los herederos de los burgueses también miran Telecinco. Ya no hay una cultura popular diferente de la cultura burguesa: sólo hay cultura de masas. Los ataño productores de cultura burguesa son ahora grupos de especialistas (universitarios, artistas, etc.), a menudo muy mal pagados y con un rol extremadamente ambiguo: sin centralidad, desclasados, a veces al servicio de la cultura de masas. La mayoría de las veces, sin embargo, los especialistas son los primeros críticos de la cultura de masas: en el ámbito de la cultura universitaria y de la producción artística y cinematográfica, han surgido obras y discursos que cuestionan de manera radical sus formas y
sus contenidos.
La programación de los Ateneos de barrio y otras entidades culturales alternativas parece regirse a menudo por el paradigma anterior al advenimiento de la cultura de masas. En el poco sitio que se hace a las producciones culturales más significativas del arte contemporáneo, del cine y de la literatura, se barrunta una sospecha generalizada de “aburguesamiento” de todo lo que tiene visibilidad en Museos y Centros Culturales más oficiales.
De este modo, la cultura alternativa se condena a sí misma a una complaciente marginalidad que se contradice abiertamente con todo discurso trasformador de la sociedad: desde Gramsci sabemos que no hay proyecto de transformación social que no vaya acompañado de un proyecto de hegemonía cultural. Este proyecto no puede ser un sueño de tabula rasa, sino, un proyecto de rescate y relectura (de “redención”, diría Benjamin) del conjunto de la tradición cultural. Sólo adueñándose de ella y reorientando sus contenidos, se podrá imaginar una respuesta de altura a la “revolución antropológica” de la derecha.
En la propia tradición cultural española hay espléndidos intentos: nos baste recordar las “Misiones Pedagógicas”, aquel programa de solidaridad cultural, que animaron en pueblos y barrios, María Zambrano, José Val de Omar, Luis Cernuda y Federico García Lorca, junto a muchos otros, en tiempos de la República.

En Europa, varias entidades culturales alternativas también lo han entendido así. La historia del centro social okupado “La Belle de Mai” en Marsella, en Francia, podría ser un buen ejemplo. La “cultura de barrio” puede ser un fertilísimo punto de encuentro entre las complejas realidades locales, marcadas por diferentes formas de creatividad cultural y social, y las propuestas más especializadas, más conectadas con el mundo y con mayores medios de producción. Unas y otras, no sólo no se excluyen, sino que se necesitan. (PÚBLICO))

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