sábado, 12 de septiembre de 2015

¿CATALUÑA O CATALUNYA?

 por Carlos A. Trevisi

La "Ñ" anticipa lo que pienso de la independencia de Cataluña.  En un momento en el que todo marcha hacia  una puesta en común de países, no parece razonable que Cataluña -Catalunya, en catalán- quiera independizarse. También es cierto que  los resultados de esos acuerdos por la unidad no siempre benefician a todos los que se integran, se benefician aquellos países que, por su poderío, aportan más en lo económico, en el ámbito de las ciencias, de la tecnología, y de la integración social, que  los de escasos recursos (España, por ejemplo).  Los países que reniegan de ponerse en común difícilmente logran prosperar. Sucede que el capitalismo mueve todos los hilos de un escenario de títeres, en el que nada está garantizado para nadie. La pérdida de autonomía que han sufrido los estados-nación a partir de mediados del los años 60 del siglo pasado han afectado a todo el mundo, incluso a EE.UU.; qué no decir entonces de los países que estaban pasando por un  en desarrollo incipiente: al no poder asumir sus propios proyectos sucumbieron.
Cataluña es un lugar distinto. Cualquiera que haya visitado Barcelona y los pueblos aledaños puede dar fe de lo que digo. Barcelona es un centro cultural de primer orden; su aporte a la economía de España es el mayor de  cualquier otra comunidad de la península. Los hechos más relevantes tienen lugar allí. Su puerto la ayuda en todo sentido: se comunica con Europa por mar y casi el 70 % de las exportaciones que hace España salen desde Cataluña. Su gobierno es de derecha. No hay en España  ningún gobierno tan de derechas como el que encabeza  Más. El 50% de su población es independentista, lo cual es verdaderamente extraño: al margen de su ideología,  la ciudadanía responde a un ideario que  pone en común a muchísima gente que no es de derecha. Basándose en estas circunstancias, el independentismo no teme afrontar las dificultades que se denuncian desde España: dejar de pertenecer a la UE, y la fuga de grandes empresas.
En este sentido la campaña que se ha lanzado en su contra  para amedrentar a los independentistas ha quedado demostrado que no les preocupa para nada. Se  les dice que, como país independiente, dejarán de pertenecer a Europa. Ha quedado demostrado que este viejo continente le corta la cabeza a los pobres pero no abandonará en la cuneta a casi 8 millones de catalanes, ni  los beneficios económicos que  seguirían aportando. Los que más se oponen son el sistema económico financiero, (la banca) las grandes empresas y los nacionalistas trasnochados que quieren seguir viendo románticamente una  España que pasa por momentos especialmente difíciles pese a los buenos resultados  que se permite  augurar el gobierno de Rajoy. No me cabe duda de que la ruptura de la integridad española afronta otros peligros. La vecindad del país Vasco, que también lleva en el alma independizarse, sería el siguiente paso que Europa podría tener en cuenta para no dejar a Cataluña en la calle. Las industrias más productivas de España están radicadas allí y la afinidad con los catalanes no tardaría en concretarse en un nuevo planteo independentista.
El gobierno central no hace más que contestar con la ley en la mano, tarde y equivocadamente. Pero la ley es de circunstancias; hace falta algo más que la ley: hace falta el apoyo de la ciudadanía que, hasta ahora silenciosa, ha comenzado a salir a la calle; otros problemas la acosan.  España no puede seguir adelante con las PYMES y el turismo como ejes del crecimiento de su PIB. Cualquier acontecimiento de orden mundial que rompa con la rutina del turismo (el yihadismo, por ejemplo) -que  dada la situación de caos que vive el mundo puede explotar en cualquier momento, terminaría con ese respaldo y con el de las PYMES,  que aportan  el 85 de la riqueza del país. Cataluña podría ser uno de los ejes futuros del crecimiento.
En lo personal no puedo menos que renegar de la independencia a la que aspira Cataluña. Tanto poderío como el que encierra podría haberse canalizado a través  de  acuerdos con el gobierno central que insiste en discutir acerca de cómo le va a ir a Cataluña en caso de que se independizase sin aportar ningún acercamiento. Pero no se le puede adjudicar a Cataluña ninguna responsabilidad; entiendo que lo que podría sucederle a Cataluña es irrelevante en comparación con lo que podría pasarle a España. El gobierno central tendría que haber tomado la iniciativa respecto del conflicto no en términos de lo que significa para Cataluña sino en lo que atañe a España misma. Pero ya es tarde; el conflicto llegó a un punto de no retorno. Cada vez son más los independentistas y los Españoles que ven con cansancio y aburrimiento que se hable siempre de lo mismo. El gobierno de Rajoy dejó pasar el tiempo sin tener en cuenta que su circunstancial oponente podría tornarse en feroz enemigo. El presidente Mas aprovechó esta incapacidad  y pasó definitivamente al ataque. De nada valdrá que en las próximas elecciones catalanas -apenas a unos días vista- (el 27 de setiembre) pierdan los separatistas; cualquiera que sea el resultado habrá quedado sentada la idea de que Cataluña es un país de cuidado, algo que tendrán que tener en cuenta los sucesivos gobernantes.

  

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