por Carlos A. Trevisi
La "Ñ" anticipa lo que pienso de la independencia de Cataluña. En un
momento en el que todo marcha hacia una puesta en común de países, no
parece razonable que Cataluña -Catalunya, en catalán- quiera independizarse. También es cierto que
los resultados de esos acuerdos por la unidad no siempre benefician a todos los
que se integran, se benefician aquellos países que, por su poderío, aportan más
en lo económico, en el ámbito de las ciencias, de la tecnología, y de la integración social,
que los de escasos recursos (España, por ejemplo). Los países
que reniegan de ponerse en común difícilmente logran prosperar. Sucede que el
capitalismo mueve todos los hilos de un escenario de títeres, en el que nada
está garantizado para nadie. La pérdida de autonomía que han sufrido los
estados-nación a partir de mediados del los años 60 del siglo pasado han
afectado a todo el mundo, incluso a EE.UU.; qué no decir entonces de los países
que estaban pasando por un en desarrollo incipiente: al no poder asumir
sus propios proyectos sucumbieron.
Cataluña es un lugar distinto. Cualquiera que
haya visitado Barcelona y los pueblos aledaños puede dar fe de lo que digo.
Barcelona es un centro cultural de primer orden; su aporte a la economía de
España es el mayor de cualquier otra comunidad de la península. Los hechos
más relevantes tienen lugar allí. Su puerto la ayuda en todo sentido: se
comunica con Europa por mar y casi el 70 % de las exportaciones que hace España
salen desde Cataluña. Su gobierno es de derecha. No hay en España ningún
gobierno tan de derechas como el que encabeza Más. El 50% de su población
es independentista, lo cual es verdaderamente extraño: al margen de su
ideología, la ciudadanía responde a un ideario que pone en común a
muchísima gente que no es de derecha. Basándose en estas circunstancias, el
independentismo no teme afrontar las dificultades que se denuncian desde España:
dejar de pertenecer a la UE, y la fuga de grandes empresas.
En este sentido la campaña que se ha lanzado en
su contra para amedrentar a los independentistas ha quedado demostrado que
no les preocupa para nada. Se les dice que, como país independiente,
dejarán de pertenecer a Europa. Ha quedado demostrado que este viejo continente
le corta la cabeza a los pobres pero no abandonará en la cuneta a casi 8
millones de catalanes, ni los beneficios económicos que seguirían
aportando. Los que más se oponen son el sistema económico financiero, (la banca)
las grandes empresas y los nacionalistas trasnochados que quieren seguir viendo
románticamente una España que pasa por momentos especialmente difíciles
pese a los buenos resultados que se permite augurar el gobierno de
Rajoy. No me cabe duda de que la ruptura de la integridad española afronta otros
peligros. La vecindad del país Vasco, que también lleva en el alma
independizarse, sería el siguiente paso que Europa podría tener en cuenta para
no dejar a Cataluña en la calle. Las industrias más productivas de España están
radicadas allí y la afinidad con los catalanes no tardaría en concretarse en un
nuevo planteo independentista.
El gobierno central no hace más que contestar
con la ley en la mano, tarde y equivocadamente. Pero la ley es de
circunstancias; hace falta algo más que la ley: hace falta el apoyo de la
ciudadanía que, hasta ahora silenciosa, ha comenzado a salir a la calle; otros
problemas la acosan. España no puede seguir adelante con las PYMES y el
turismo como ejes del crecimiento de su PIB. Cualquier acontecimiento de orden
mundial que rompa con la rutina del turismo (el yihadismo, por ejemplo) -que
dada la situación de caos que vive el mundo puede explotar en cualquier momento,
terminaría con ese respaldo y con el de las PYMES, que aportan el 85
de la riqueza del país. Cataluña podría ser uno de los ejes futuros del
crecimiento.
En lo personal no puedo menos que renegar de la
independencia a la que aspira Cataluña. Tanto poderío como el que encierra
podría haberse canalizado a través de acuerdos con el gobierno
central que insiste en discutir acerca de cómo le va a ir a Cataluña en caso de
que se independizase sin aportar ningún acercamiento. Pero no se le puede
adjudicar a Cataluña ninguna responsabilidad; entiendo que lo que podría
sucederle a Cataluña es irrelevante en comparación con lo que podría pasarle a
España. El gobierno central tendría que haber tomado la iniciativa respecto del
conflicto no en términos de lo que significa para Cataluña sino en lo que atañe
a España misma. Pero ya es tarde; el conflicto llegó a un punto de no retorno.
Cada vez son más los independentistas y los Españoles que ven con cansancio y
aburrimiento que se hable siempre de lo mismo. El gobierno de Rajoy dejó pasar
el tiempo sin tener en cuenta que su circunstancial oponente podría tornarse en
feroz enemigo. El presidente Mas aprovechó esta incapacidad y pasó
definitivamente al ataque. De nada valdrá que en las próximas elecciones
catalanas -apenas a unos días vista- (el 27 de setiembre) pierdan los
separatistas; cualquiera que sea el resultado habrá quedado sentada la idea de
que Cataluña es un país de cuidado, algo que tendrán que tener en cuenta los
sucesivos gobernantes.
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