Acerca de un cura que dejó de serlo
por
Carlos A. Trevisi (1996)
Cuando me plantearon en plena confesión, que acudían a mí porque anidaba en la
pareja la plena convicción de abortar a su hijo minusválido en salvaguarda del
resto de la familia, y porque ella no podría sobrellevar tamaña desgracia, se
cerraban todos los caminos. No podía decirles que sí y no sabía decirles que no.
¿Qué
hacer cuando a uno le plantean que el camino al Señor no puede estar sembrado de
imposibilidades? ¿Qué hacer cuando uno descubre que ser heroico no es una
actitud común y que para la mayoría de los hombres el sólo hecho de seguir vivo
es toda una epopeya? ¿Cómo ser tan cruel con un hombre que incurre en el mal,
si el mal es producto de la escuetez de su configuración, si anida en él
porque lo conlleva en su implenitud de persona, si la lucha contra el mal no es
sino una lucha contra uno mismo, contra nuestras propias debilidades...? ¡Basta
con Satán ! ¿Dónde vamos con una Iglesia que dice no saber qué es el mal, ni de
dónde proviene porque no se anima a decir que no existe fuera de uno!?
¿A
cuántos habré alejado? ¿Cuántos habrán sentido que les quitaba espacio?
¿Cuántos, a los que no supe querer como realmente eran, sino como me convenía
que fueran: convencionales, para que dijeran que sí; tímidos, para que
obedecieran; inflexibles y autoritarios para que transmitieran nuestra verdad,
de arriba a abajo, así todos la aprendían; serviles... cuántos, cuántos de ellos
se habrán apartado?
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