Reflexión sobre cultura y civilización
por Carlos A. Trevisi (2006)
¿Dónde radica el mal que altera nuestra convivencia y nos hace discurrir por las afueras, por la periferia de los verdaderos problemas?
Cultura es todo lo que hace el hombre. Se es culto, entonces, en la medida en que se “hace”. Así, el hombre es (no es) a partir de sus actos. En este sentido, fijando metas y estableciendo procedimientos, recrea la cultura (contra cultura) en la que está inmerso.
La cultura, sin embargo, para ser trascendente, exige de personas en actitud creadora, tipos armónicos que sepan que su “estar” en el mundo está íntimamente ligado a la verdad de ser únicos, de ser uno en si mismos aunque a partir de los demás. Se es culto en la medida en que se arborece en respuesta a los principios, se florece en la recreación de esos principios y se frutece en los demás, contagiando con fervor esa organicidad. Así, en el ámbito de la cultura no se juzgan niveles de conocimientos sino sabiduría de vida. Y la sabiduría de vida se logra en el esfuerzo por armonizar las actitudes volitivas, afectivas, intelectuales y de libertad.
De esta manera, para saber de la cultura de un pueblo, basta con hablar con sus ancianos acerca de la vida.
La civilización, con todo que nace de la cultura, pervierte su organicidad, pues las exigencias propias del advenimiento de un complejo mallado socio-político-económico y tecnológico la impulsan a la fijación de metas alternativas de meras circunstancias, a negociar los procedimientos.
La civilización altera el tiempo – lo acelera- y achica el espacio, impone lo efimeral. Todo lo contrario de la cultura, que en el disfrute pasmódico del tiempo se abre a la plenitud del amor, de la inteligencia y de la libertad; que autoriza el retorno desde el error, que hospitaliza al hombre y lo relanza al mundo en busca de mejores oportunidades.La civilización somete la imaginación del hombre, le quita la libertad de hacer sus propios qués, cómos y cuándos. Esclavo de imaginerías ajenas, se aliena; pierde conciencia de sí mismo para hacerse con una conciencia colectiva que desnaturaliza su existencia.
El hombre civilizado es el habitante de la “civitas”, es el ciudadano, el que ha sido educado para el “hic et nunc”, en la ajenidad de los principios, en la trastienda de la creación, en el erratismo de lo relativo, en el éxito.
En soledad, despersonalizado.
De esta manera, para saber acerca del grado de civilización de un pueblo, basta con contar sus residencias para ancianos. (Ver "Diálogos acerca de las cosas, los valores y qué no")
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