ESCUDIER
Se ha dicho siempre que la educación necesita un gran pacto aunque hay quien se conformaría con algo de sentido común. Nuestros padres de la patria parecían convencidos de lo primero, tras décadas jugando a ser Penélope en un eterno tejer y destejer leyes con cada cambio de Gobierno. Ello implicaba necesariamente un entendimiento entre la derecha y la izquierda que, en este asunto y sin que sirva de precedente, no vendría nada mal. Se han pasado sus señorías un año escuchando a decenas de expertos pero al llegar a la fase de poner negro sobre blanco lo aprendido ha fallado lo segundo. ¿Deben aprobarse esas conclusiones que aún no se han redactado con una mayoría de dos tercios -lo que daría al PP capacidad de veto sobre lo dispuesto- o sólo por mayoría? En eso andan enfrascados ahora. El ladrón que ha birlado a esta gente el sentido común sigue sin ser detenido.
Entre tanto, y bajo el paraguas de estas negociaciones, el ministro de Educación ha anunciado que el Gobierno tiene intención de proponer un nuevo modelo de acceso a la docencia que incluya para los profesores algo parecido al MIR de los médicos, dos años de prácticas remuneradas que, supervisadas por tutores, permitirán comprobar su aptitud pedagógica. Los aspirantes tendrían que superar por tanto dos oposiciones: una primera prueba de conocimientos tras los tres años de grado y el cuarto de máster, y una segunda al terminar el aprendizaje en centros educativos. Aunque no se ha explicado, lo lógico es que dicha selección sea exigible tanto para colegios públicos como concertados por la sencilla razón de que ambos, total o parcialmente, se financian con el dinero de los contribuyentes.
La iniciativa no es nueva. Posiblemente por los oficios de José Antonio Marina que, nunca mejor dicho, ha asesorado a diestro y siniestro, ya lo propuso el PSOE en 2011, lo incluyó el PP en su programa electoral de ese año, lo defendió en el Congreso UPyD antes de su deceso, allá por 2013, y lo enarbola ahora Ciudadanos, que se ha enfadado mucho porque dice que Méndez de Vigo le ha robado la idea.
Y desde luego, no es descabellada. En el catálogo de puntos negros del sistema educativo están los políticos y sus leyes, los centros que no reúnen condiciones, los libros de texto que son malos y caros, los padres que se desentienden de sus hijos asilvestrados y, por supuesto, los maestros que han vivido en primera línea una degradación de la que han sido protagonistas. Hay profesores espléndidos, cuya vocación ha pasado por encima de humillaciones y recortes; y, existen otros, todo hay que decirlo, que se dedicaron al Magisterio porque era una carrera corta y con muchas vacaciones.
Es incuestionable que los docentes han sido ninguneados y que su autoridad ha sido pisoteada, pero ello no puede ocultar una formación manifiestamente mejorable. Un informe de la Inspección de Educación revelaba que el 93% de los aspirantes al cuerpo de maestros de Madrid en 2011 –no queda tan lejos- había sido incapaz de convertir a gramos dos kilos y 30 gramos, y que casi un 40% no sabía situar Ávila y Pamplona en un mapa. Ese era el nivel. La educación es el pilar fundamental sobre el que se construye un país y para que el edificio no amenace ruina quienes la sostienen deben ser los más competentes, los más prestigiosos y también los mejor pagados.
Ahora bien, de nada vale tener a los profesores más preparados del mundo si los recursos que se dedican a la formación están a años luz de los países a los que querríamos compararnos. Es una vergüenza que España ocupe el puesto 23 de 28 en porcentaje de gasto público en Educación (4,1%) en el conjunto de la UE, a años luz de Dinamarca (7%), Suecia (6,5%), Bélgica (6,4%), Finlandia (6,2%) o Portugal (6%). Es un dispendio que casi la mitad de los titulados universitarios acaben desempeñando trabajos de cualificación muy inferior a sus estudios. Y es un disparate que, debido al desprestigio al que se ha sometido a la Formación Profesional, sea hoy más fácil encontrar un astrofísico –en el paro, obviamente- que un fontanero.
Suena muy prosaico pero la educación es, ante todo, dinero. Formar a los mejores profesores y encerrarlos en barracones o en aulas masificadas y sin clases de apoyo para los alumnos con mayores dificultades porque no hay recursos es hacer pan con unas tortas. O con unas hostias que suena más rotundo. Salvo que lo que se pretenda con este MIR para docentes, como algunos se han apresurado a denunciar, sea crear mientras duren sus prácticas una bolsa de profesores de segunda peor pagados y así seguir ahorrando en lo esencial para dilapidarlo en lo accesorio. En esa mili llevamos muchos tiros dados, demasiados incluso.
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