La formación de
pusilánimes
Hace ya bastantes años que en las Universidades de los Estados Unidos
empezó a hablarse del "acoso sexual visual", lo cual llevó a la
mayoría de profesores a impartir sus lecciones con la mirada perdida en el
techo o en el infinito, no fuera a ser que, si la fijaban en alguien -quienes
hemos enseñado sabemos que a veces uno la fija en un alumno o alumna de manera
casual e involuntaria, sin en realidad mirarlos ni verlos, simplemente como
"personificación" momentánea de la clase entera-, ese alguien los
denunciara por "persistentes ojos lujuriosos" o algo por el estilo.
Ahora leo que el "acoso" o "intimidación" laboral -que sin
duda existe, sobre todo por parte de un superior a un inferior, pero apenas
entre iguales: quiero decir que entre iguales no debería llamarse así- puede
darse en cosas tan sutiles y nimias como eso, una mirada.
"Imagínese", dice el pusilánime Joel Neuman, director del centro de
gestión aplicada de la SUNY-New Paltz School of Business, "que está
sentado a una mesa de reuniones. Usted hace una propuesta y alguien lo mira y
niega con la cabeza todo el rato". Oh, santo cielo, qué terrible, y qué
piel tan fina tienen tanto el señor Neuman como, por lo visto, buena parte de
los trabajadores americanos y, por extensión, mundiales. Se trata, una vez más,
de infantilizarlo todo: "Ay, Fulanito me ha mirado mal y no ha asentido
mientras yo hablaba, y eso me ha intimidado un huevo". Por favor.
"Puede hacer mucho daño que a uno lo desprecien constantemente delante de
sus iguales", agrega el muy cursi señor Neuman. Pero él no es el único: la
Asamblea Legislativa del Estado de Nueva York está preparando un proyecto de
ley contra la intimidación laboral, y el catedrático David Yamada, de la
Suffolk University Law School de Boston, ha redactado otro borrador de ley al
respecto, arguyendo que "hay un vacío real en la ley, y alguien podría ser
objeto de tormentos y humillaciones y estar sufriendo por ello".
¡Tormentos y
humillaciones! El mundo está lleno de personas timoratas y acomplejadas, que
"sufren" por cualquier cosilla, esto es, por las cosas normales de la
vida. Es algo corriente que uno caiga mal a unos y bien a otros, y que ambos
grupos se lo hagan notar de alguna manera. Evidentemente está mal hacerle a
alguien la vida imposible, e innegables putadas, y descarada y gratuita burla,
o segarle la hierba bajo los pies para procurar su despido y usurpar su puesto.
Pero no exageremos. "Entornar los ojos, lanzar una mirada intensa o un
bufido displicente" no son, como sostiene el artículo del New York
Times que cayó ante mi vista y ahora comento, "tácticas de
intimidación en el puesto de trabajo". Lo que al parecer quiere exigirse
es que nadie ponga nunca el menor reparo a las propuestas, iniciativas o
competencia de nadie, ni siquiera con miradas o gestos, aunque tales propuestas
e iniciativas sean estupideces o del todo inviables y vengan de un
incompetente. Y, a este paso, la restricción de las libertades acabará por ser
asfixiante. No sé. Yo no soy nada dado a intervenir en mesas redondas,
tertulias y demás inutilidades. Pero las pocas veces en que he participado en
alguna, no he podido ni he querido evitar enarcar las cejas, o sonreír con
ironía, o torcer el gesto -lo que un pusilánime pueril llamaría "poner
caras"- mientras escuchaba a otro soltar barbaridades o majaderías (claro
está, desde mi punto de vista). E, igualmente, no se me ha ocurrido quejarme si
otro participante hacía lo mismo mientras era yo quien hablaba. Es lo normal,
es lo natural y esperable, y quien se sienta "intimidado" o
"acosado" por tamañas expresiones faciales, hasta el extremo de
requerir que cesen y buscar amparo en una instancia superior o en una ley que
regule los fruncimientos y las miradas de desaprobación o guasa, es simplemente
un blandengue que no debería asomarse a una mesa redonda ni a una tertulia, ni
tan siquiera correr el riesgo de trabajar en compañía. No caemos bien a todo el
mundo, y a algunas personas les resultamos insoportables. Lo que decimos u
opinamos le puede parecer idiota a cualquiera, y está en su derecho de
hacérnoslo saber, o de hacérnoslo ver como mínimo. Eso no supone que nos estén
"acosando" o "intimidando", por caridad. Sino que forma
parte, tan sólo, de las circunstancias de la vida. Pero ya se ve que, con tanta
pamema, lo que hoy tiende a formarse son individuos tan débiles y sensibles que
resulten incapacitados para lo único fundamental, es decir, para andar por esta
vida.
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