Juan Carlos Escudier
Hay quien ha
empezado a echar números de los agraviados por el PP para concluir que si los
nueve millones de pensionistas, más los 24 millones de mujeres, más los 1,6
millones de parados sin protección, más otros varios millones afectados de una
forma u otra por los recortes -llámense dependientes, estudiantes, funcionarios
o enfermos crónicos-, más los 40 millones escandalizados por la corrupción,
todos ellos al alimón se cobraran su venganza en el plato frío de las
elecciones, Rajoy tendría que emigrar a Santa Pola a registrar pareados e
inscribir hipotecas y su partido acabaría siendo extraparlamentario o se
disolvería en grupos impares menores de tres.
En
la elaboración de esta cuenta de la vieja ha influido decisivamente el éxito de
la movilización que los jubilados de toda España protagonizaron el pasado
jueves, que pilló de sorpresa al Gobierno, a la oposición, a los medios de
comunicación y, especialmente, a los activistas de Twitter, que no concebían
cómo podía haber empezado la revolución sin ser tendencia en las redes mientras
ellos seguían pronunciándose a favor o en contra del nuevo peinado de Anna
Gabriel.
Que los abuelos hayan logrado hacer
hueco en su apretada agenda de limpieza, comidas, seguimiento de obras y
transporte de los nietos al colegio o a las actividades extraescolares para
decir hasta aquí hemos llegado es, sin duda, un indicativo de fin de ciclo,
aunque sea pronto para deducir que se avecinen cambios radicales o mudanzas en
La Moncloa.
La protesta ha pasmado por lo inusual
en una sociedad desmovilizada, adormecida por los vahos del opio destilado en
las probetas de Sálvame y Operación Triunfo, y entregada a Facebook o a los
selfies en paños menores en Snapchat. La reciente vitalidad de la tercera edad
contrasta con la senilidad de una juventud inconmovible hasta la
insensibilidad, que asiste impertérrita al desmantelamiento de la educación pública,
las reformas laborales, el desempleo crónico o el desvalijamiento de la
Seguridad Social. La emigración forzosa ha sido su mayor gesto de rebeldía,
cuando no de impotencia. Pasan los años y la generación perdida no termina de
encontrarse.
No es bueno generalizar pero nos
hemos hecho estoicos en el peor de los sentidos, fatalistas que aceptan su
destino con la mirada puesta en la próxima jornada de liga, a ver si hay que
seguir pitando a Benzema o si Messi nos alegra el día. Por eso nos asombra que
los jubilados se echen a la calle y se pongan un lazo marón por la subida de
mierda de sus pensiones o que las mujeres se dispongan a hacer huelga para
reclamar el fin de la violencia física y económica que sufren, que no es sino
pedir igualdad y justicia.
Es verdad que la crisis nos ha
abofeteado y muchos fueron expulsados de ese paraíso edificado en hileras de
pareados donde el aire no era puro pero olía a las barbacoas de sardina de los
domingos. Dispuestos a tropezar las veces que haga falta en la misma piedra,
los cantos de la recuperación nos ha hecho soñar de nuevo con hacernos sitio en
esa clase media tan silenciosa, tan informe y tan ridícula.
Los que alcanzan ese estatus o sueñan
con hacerlo son los mejores aliados del inmovilismo, los que matarían a sus
padres si se les dice que subirles más la pensión nos llevaría de nuevo a la
ruina, los que levantarán otra vez las banderas contra los inmigrantes que
vienen a quitarnos el trabajo, los que primero defenderán nuevos recortes en el
Estado del Bienestar porque hay mucho vago a la sopa boba, los que dirán a sus
mujeres y éstas a sus vecinas que hay que ir despacio, que ya se ha avanzado
mucho y que las brechas, aun las salariales, se cierran pero con el tiempo. De
ahí que no esté claro si asistimos a un despertar o a un ruidoso bostezo antes
de seguir durmiendo.
Hay quien ha
empezado a echar números de los agraviados por el PP para concluir que si los
nueve millones de pensionistas, más los 24 millones de mujeres, más los 1,6
millones de parados sin protección, más otros varios millones afectados de una
forma u otra por los recortes -llámense dependientes, estudiantes, funcionarios
o enfermos crónicos-, más los 40 millones escandalizados por la corrupción,
todos ellos al alimón se cobraran su venganza en el plato frío de las
elecciones, Rajoy tendría que emigrar a Santa Pola a registrar pareados e
inscribir hipotecas y su partido acabaría siendo extraparlamentario o se
disolvería en grupos impares menores de tres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario