No lo hará Felipe VI, al menos públicamente, pero bien pudiera repetir hoy sobre Rajoy lo que su padre, el Rey emérito Juan Carlos I, manifestara en el New York Times sobre el presidente Carlos Arias Navarro en la tensa primavera de 1976: “un desastre sin paliativos”. Ayer, el conflicto político residía en la demanda democrática de la sociedad española, hoy en la reivindicación democrática de la sociedad catalana; aquella negada por Arias Navarro, ésta por Mariano Rajoy, con idéntica argumentación: las leyes no permitían, como tampoco lo permiten hoy, satisfacer estos objetivos populares. Apenas pocas semanas después, el nuevo presidente Adolfo Suárez encargaba a los ingenieros jurídicos estatales, encontrar el tenue hilo capaz de hilvanar el referéndum sobre la reforma política en el ovillo de los Principios Fundamentales del Movimiento de la dictadura del general Franco.
El fracaso del Gobierno Rajoy, que ha renunciado a la más mínima iniciativa política sobre Cataluña, agrava la crisis del Estado español hasta tal punto de amenazar con llevarse por delante las más altas instituciones estatales. La España de 2017 no es aquella de 1936, donde gobernaban en Alemania e Italia Hitler y Mussolini; ni siquiera es la que fue en un 1978 donde la guerra fría marcó los límites que la transición no podía rebasar. Rajoy no solo no ha buscado el diálogo con la Generalitat sino que, por el contrario, ha allanado el terreno para el choque entre la legalidad constitucional y la clara legitimidad democrática catalana. Los cuervos de la caverna madrileña, que amamantó hace una docena de años en su campaña contra el Estatut, le empujan hoy al precipicio de la involución.
La Fiel Infantería se ha instalado en la Moncloa. La Brigada Aranzadi, la Brunete Mediática y la Policía Patriótica, tienen ya las manos libres para actuar sin cortapisas contra los separatistas, el 80% de la sociedad catalana que sólo pide votar, y la roja AntiEspaña, ahora morada, cómplice del separatismo. Leguleyos adiestrados por la banda de Trillo, tertulianos coordinados por Soraya y la Brigada Político Social de Zoido, se lanzan al ataque con la vana esperanza de liquidar el conflicto territorial de Cataluña el I de octubre. Como decía Aznar ya en el 2001, en una revista ideológica del grupo Vocento, es hora de recuperar “todo lo que se cedió en 1978 a los nacionalistas e izquierda”. La grave crisis catalana es su oportunidad para que la transición termine siendo un viaje de ida y vuelta a los tiempos preconstitucionales de Arias Navarro.
Quien vea mesura y proporcionalidad en la respuesta de Rajoy, como Pedro Sánchez, debiera hacérselo mirar por el oculista. La reacción de la Moncloa a su sensata propuesta de crear una comisión de estudio constitucional, en la que participaran todas las partes en conflicto, es de las manifiestamente mejorables y acabará siendo absolutamente reprobable. No en vano el PP cuenta con la muy inestimable ayuda del grupo parlamentario de Susana Díaz, alrededor de una cuarta parte de los que hoy se sientan en los escaños del PSOE, para tener atado y bien atado a Ferraz. Nada más útil para la Moncloa que azuzar la demagogia anticatalanista en Andalucía para evitar que las clases sociales ricas paguen al menos lo que pagan los territorios más ricos como Baleares, Valencia, Madrid o Cataluña.
Como era previsible, tal y como analizábamos el pasado lunes 4 de setiembre, a Rajoy le entra por un oído y le sale por el otro el grito angustioso de la derecha catalana que demanda un nuevo Tarradellas. Ayer jueves 7 La Vanguardia volvía a insistirle que encauce el conflicto de Cataluña con el Estado. Contando con el apoyo del sector oligárquico del PNV, comprado a un precio de oro que niega a los catalanes, pasa olímpicamente de este minoritario sector catalán. Si Miguel Roca, en su calidad de redactor de la Constitución de 1978, pudo renunciar a una versión catalana del Concierto vasco, según cuenta Xavier Arzalluz, carece de sentido que pida ahora lo que rechazó entonces. Hasta que no termine la batalla judicial contra el derecho a decidir se mantendrá cerrada la ventanilla polaca de la Moncloa.
Pero cuando se vuelva a abrir, Rajoy no estará en la Moncloa. Será imposible rehacer la relación de Cataluña con España si sigue como presidente de Gobierno. Tanto si pierde como si vence en su lucha a muerte contra el derecho a decidir de los catalanes. En ambos desenlaces, en los que se juega su vida política, va a morir matando. Es un muerto político que todavía no lo sabe. Convendría ya ir recuperando una vieja costumbre funeral de los judíos según la cual, cuando un cadáver era conducido al cementerio, sus correligionarios de la sinagoga tenían que gritarle al oído: ¡Fulano, Fulano, entérate de que estás muerto! No tardarán los que mandan tras las bambalinas, inquietos por la irresponsabilidad de la Moncloa, en gritarle al oído ¡Rajoy, Rajoy, entérate de que estás muerto!
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