Carlos A. Trevisi
En ESTE MUNDO DE UNOS POCOS (2ª edición, 2004)
El
mundo está llegando al punto en el que, categóricamente, se diferencian dos
posturas: aquella de los que adhieren a las razones que esgrime EE.UU. para
actuar como actúa, con todas sus consecuencias, y la de los que reniegan de
tales razones porque entienden que a ese país no le asiste el derecho de
imponerlas “urbi et orbe”, pues echan por tierra con el respeto que merece y
exige el resto de la humanidad.
El
pragmatismo de aquellos que admiten fatalmente la realidad los enrola con los
impulsores de políticas en las que las relaciones internacionales se
fundamentan en el poder (caso EE.UU. bajo la presidencia de Bush). Sentada la
premisa y dadas las circunstancias, entienden y justifican que EE.UU. maneje el
mundo actuando según necesidad: en algunos países aplicando la tiranía del
poder económico (caso Argentina) y, en otros, la de las bombas (Yugoslavia,
Afganistán, Irak (4), pág.211. En todos
los casos el poder parte de la base de que el modelo es EE.UU. –desarrollado,
rico, democrático y socialmente integrado- y que si el mundo actuara según las
fórmulas de éxito que han llevado a ese país a ser lo que es (lo que deja
implícito que la culpa de que les vaya mal es exclusivamente de aquellos que no
acatan el modelo y por eso les va mal), la gran potencia americana no tendría
porqué intervenir para corregir los desvíos que amenazan su integridad y la de
una cantidad de países que participan de sus razones (Bush acaba de ratificar
esta idea diciendo que EE.UU. llevará el bienestar a todo el mundo aplicando
“su” modelo, como si por decreto se pudiera cambiar el jamón de Jabugo por el
medallón de carne picada aplastada y, además, preferirlo). De hecho propugnan
los principios del imperio: una cultura única, un pensamiento único, un mundo
único idéntico a EE.UU.
Los
Bush –genérico de todos los que han actuado a partir de estas premisas- están
convencidos de que Europa está dormida y de que lleva un atraso intelectual
enorme precisamente porque no termina de admitir que los que deciden en el
mundo son los países que disponen de poder destructivo: Rusia, que estando
en la miseria (“recién en quince años estaremos al nivel de Portugal” ha dicho
Putin, desnudando las carencias que agobian a los rusos) participa del G7
–lo que lo transforma en G8-por la
capacidad destructiva del arsenal de misiles que atesora, pero nunca por su
riqueza y desarrollo.
Nos
oponemos a esta postura los que creemos ver más allá de lo que se nos presenta.
Los que centramos nuestro enfoque en el hombre; los que partimos de la base de
que el mundo es a partir del hombre, sujeto y razón de ser de cualquier
doctrina que lo sustente como depositario de virtudes cardinales a las que no
sólo tiene derecho, sino a partir de las cuales se obliga para con los demás
hombres. Un hombre en busca de la verdad, un hombre al que hay que brindarle
todas las posibilidades para que crezca en la certeza de que es único en sí
mismo pero desde los demás y en los demás. El periodista italiano Tiziano
Terziani, a favor de esta postura, nos dice:
“Más que una coalición contra el terrorismo, el mundo tiene necesidad de una
coalición contra la pobreza, contra la explotación, contra la intolerancia”.
Para pensar así es menester ser fiel a la cultura de la cual provenimos, pero
imprescindible saber que la guerra de Afganistán tiene que ver con el
incremento in cesante del cultivo de amapolas –de donde se obtiene el opio- antes bien que con sus derechos a la libertad
y a la democracia; que el poder no tiene reparos en aliarse con cualquier
dictadorzuelo –caso Paquistán, Chile, Argentina; que utiliza asesinos como Ben
Laden como agentes de la CIA ;
u organiza guerras a diestro y siniestro en respuesta a la exigencias que
imponen los capitales destinados al armamentismo (5), pág.212 y a la
explotación y apoderamiento del petróleo; o hace la vista gorda ante el
desamparo de millones y millones de seres humanos que mueren infectados por el
SIDA o de hambre en todo el mundo; o aplaude las inclemencias de Sharon...
El mundo
es como es, pero nadie puede quitarnos de la cabeza que podría ser mejor. Y que
para ser mejor habría que limitar el poder de aquellos que deciden más allá de
los intereses de la humanidad.
Para que esto suceda es necesario participar, participar en el
todo común.
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