Carlos A. Trevisi
¿Dónde radica el mal que altera nuestra convivencia y nos hace discurrir por las afueras, por la periferia de los verdaderos problemas?
Cultura (http://www.fundacionemiliamariatrevisi.com/cultura.htm) es todo lo que hace el hombre. Se es culto, entonces, en la medida en que se “hace”. Así, el hombre es a partir de sus actos. En este sentido, fijando metas y estableciendo procedimientos, recrea la cultura en la que está inmerso.
La cultura, sin embargo, para ser trascendente, exige de personas en actitud creadora, tipos armónicos que sepan que su “estar” en el mundo está íntimamente ligado a la verdad de ser únicos, de ser uno en si mismos aunque a partir de los demás. Se es culto en la medida en que se arborece en respuesta a los principios, se florece en la recreación de esos principios y se frutece en los demás, contagiando con fervor esa organicidad. Así, en el ámbito de la cultura no se juzgan niveles de conocimientos sino sabiduría de vida. Y la sabiduría de vida se logra en el esfuerzo por armonizar las actitudes volitivas, afectivas, intelectuales y de libertad.
La civilización, con
todo que nace de la cultura, pervierte su organicidad, pues las exigencias
propias del advenimiento de un complejo mayado socio-político-económico y
tecnológico la impulsan a la fijación de metas alternativas de meras
circunstancias, y a negociar los procedimientos.
La civilización altera el tiempo – lo acelera- y achica el espacio, impone lo efimeral. Todo lo contrario de la cultura, que en el disfrute pasmódico del tiempo se abre a la plenitud del amor, de la inteligencia y de la libertad; que autoriza el retorno desde el error, que hospitaliza al hombre y lo relanza al mundo en busca de mejores oportunidades.
La civilización somete la imaginación del hombre, le quita la libertad de hacer sus propios qués, cómos y cuándos. Esclavo de imaginerías ajenas, se aliena; pierde conciencia de sí mismo para hacerse con la conciencia del “mercado”, que desnaturaliza su existencia.
El hombre civilizado es el habitante de la “civitas”, el que ha sido educado para el “hic et nunc”, en la ajenidad de los principios, en la trastienda de la creación, en el erratismo de lo relativo, en el éxito.
En soledad, despersonalizado, sin más conciencia que la que le imponen las circunstancias. “La crisis de la lectura es una crisis de la cultura, ni más ni menos, y las consecuencias están a la vista. Basta ver las fotografías de buses quemados, de automovilistas apedreados desde los puentes de las autopistas, de estudiantes encapuchados que tiran ácido a la cara de otros estudiantes. No creo que en sociedades medianamente ilustradas, lectoras, aficionadas a la música, organizadas en torno a principios humanistas puedan suceder estas cosas.[…] Nuestros héroes actuales son héroes de farándula, del forcejeo, de las pantallas. Si uno consigue unos minutos de fama, como decía alguien, tiene la sensación que ha conseguido algo. Se habla en os medios de loa nanita, de
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