No hay marcha atrás. Liderazgo, innovación, compromiso, desarrollo, valores, etc. merecen morir porque ya no son palabras, porque ya no son lo que son.
PELLO YABEN
SOLCHAGA
LA BOCA DEL LOGO
4 DE SEPTIEMBRE DE 2017
No hay marcha atrás. Liderazgo, innovación, compromiso, desarrollo,
valores, etc. merecen morir porque ya no son palabras, porque ya no son lo que
son
PELLO YABEN SOLCHAGA
LA BOCA DEL
LOGO
4 DE SEPTIEMBRE
DE 2017
Es hora de enfrentarse al talento sin
otras armas que las de matar. Ya no valen las palabras, ni las protestas, ni
las movilizaciones. Es hora ya de acribillarlo a bocajarro y sin metáforas. Es
urgente asesinarlo a sangre fría, sin miramientos. Llegó la hora de matar el
talento sin piedad.
Llevo años planificando
la matanza, años imaginando la manera de ponerlo contra la pared y vaciar sobre
su significado todo el cargador. Balas que llevan inscrito el nombre de
millones de personas que sucumbieron a su encanto y luego quedaron solas en esa
soledad que sólo conocen quienes han sido despojados de toda esperanza. Quiero
ver el talento abatido en el suelo, acribillado a balazos, sangrando por la
boca y expulsando de su cuerpo ese mísero hedor a lenguaje empresarial.
Nunca tienen culpa las
palabras, sino quienes las usan. Faltaría más. Pero, en las empresas, las
palabras ya no son palabras. Son otra cosa: hechizos, abracadabras, conjuros,
encantamientos. Así que, a estas alturas, no viene a cuento salvarlas, y no
queda otra que ejecutarlas para que dejen de provocar tantas desilusiones
profesionales, tanto dolor íntimo y tanta confusión generalizada.
EN LAS EMPRESAS, LAS PALABRAS YA NO SON PALABRAS. SON OTRA COSA: HECHIZOS,
ABRACADABRAS, CONJUROS, ENCANTAMIENTOS. ASÍ QUE, A ESTAS ALTURAS, NO VIENE A
CUENTO SALVARLAS
El talento es una de
esas palabras que han perdido el sentido. Es una loca más en el pabellón de las
palabras dementes. Debería desaparecer de las empresas, esos lugares donde las
palabras se ven abocadas a decir lo que ellas, las empresas, quieren que digan,
donde todo cobra sentido al albur de los negocios, donde toda palabra debe de
traer un resultado económico o se verá expulsada sin miramientos del
diccionario empresarial.
No hablo aquí del lugar
que ocupa el talento en el deporte como destreza técnica, ni en la ciencia como
erudición. Hablo del elefante en la cacharrería, es decir, del talento en las
empresas. Hasta hace muy poco, una persona con talento era necesariamente un
riesgo potencial para una empresa, pues su naturaleza, insobornable por
definición, o su compromiso ético, suponían una seria amenaza a cualquier
manipulación donde intermediase el parné. Del mismo modo que el talento
ético pasó de ser un pleonasmo a un oxímoron, el talento empresarial ha
realizado el camino inverso, pasando de ser un oxímoron a un pleonasmo en una
maniobra orquestada en las empresas de consultoría estratégica norteamericanas
que reinventaron su significado en favor de sus fines y domesticaron así el
ímpetu de la palabreja, amansando su destreza y vinculando su destino a ROI,
ROIC, EBITDA, PROFIT y otros forajidos de los mercados, consiguiendo finalmente
que hasta los más miserables talleres de cualquier polígono industrial olvidado
en los arrabales de España compraran la milonga con el entusiasmo de quien se
ve apretado por los préstamos y el número y, de pronto, aparece un consultor
amigo de un amigo vendiendo management, talent, leadership, culture,
values, high potential y otros anglicismos con el beneplácito y la
complicidad de la RAE, vendiendo gato por liebre, talento por valía, liderazgo
por mando, cultura por adocenamiento y valores por doblez a modo de materiales
de repuesto de última (de)generación.
No fueron las palabras las que comenzaron ni esta guerra ni ninguna otra, pues no es posible que lo que se compone de letras elabore por sí solo goma 2. Pero las empresas las han convertido en armamento pesado con el que eliminar al enemigo, que no es otro que la libertad individual o, peor aún, la sociedad ilustrada. ¿Hay acaso mayor despropósito para la sociedad que despojarla de las palabras que quizá, sólo quizá, pudieran salvarla de un devenir inquietante? ¿No debería ser delito arrebatar a las personas el lenguaje que las pudiera llevar hacia un futuro mejor o, al menos, a seguir reflexionando con la neutralidad semántica que cualquier reflexión requiere? ¿De qué, y cómo, podemos pensar, hablar y debatir si las palabras que utilizamos ya no son lo que eran? ¿Qué palabras usar si las que usamos ya dejaron hace tiempo de ser palabras para convertirse en la materia prima de la cadena de producción de espejismos? ¿Nadie responde ante la ley por el delito de dejar que las empresas se apropien de las palabras para después abusar de ellas, maltratarlas, denigrarlas, explotarlas para finalmente exponerlas como carnaza en sus discursos, panegíricos y declaraciones públicas? ¿Alguien va a denunciar a las empresas por el expolio semántico? ¿Cómo repensar el mundo si las palabras que necesitamos han perdido su esplendor y son sólo ya rehenes complacientes de los negocios? ¿No es un crimen el abandono de las palabras en la boca equivocada, es decir, en la boca que sólo tiene hambre de poder? ¿Qué hacemos ahora que las palabras ya no son palabras?
Ya sé que el talento no
sabe, que el talento es sólo una palabra. También lo son liderazgo, cultura,
valores, innovación, compromiso, desarrollo, éxito… Son inocentes las palabras
hasta que no lo son. Y dejan de serlo cuando su sentido nos arrebata el
nuestro, y dejan así de ser o inocentes o palabras o ambas cosas a la vez.
Las palabras que dejan
de ser palabras son sólo componentes de un encantamiento; en este caso, el de
los negocios. Es cierto también que nada las mata mejor que su inutilidad y
desuso, pero conviene ser optimistas y pensar que quizá, sólo quizá, pegándoles
un tiro podamos liquidar algunas de ellas en el momento de su máximo apogeo.
¡Que se chinchen, ahora que se sienten intocables!
Talento apesta. Está en
todos los sitios y de todas las maneras posibles. Millones de posiciones han
incorporado el talento como función o responsabilidad; miles de puestos llevan
la palabra en su nombre; áreas enteras se dedican al talento en sus tres
modalidades del todo vale: adquisición, atribución y detección; hay unidades de
negocio internacionales abocadas al talento; proliferan empresas dedicadas en
exclusividad a su búsqueda o desarrollo; están en las declaraciones
estratégicas de las multinacionales, y en las frases lapidarias de los Amancio
Ortegas del califato digital de los negocios. Y peor aún: está en
todas las conversaciones sociales, políticas, familiares, profesionales e
íntimas. Cada individuo cree poseer talento, y lo expone al mundo sin rubor
como si ese pedacito de virtud fuera un salvoconducto para encumbrar la
autobiografía. De este modo, la ubicuidad del talento pudiera hacernos creer
que es fácil eliminarla disparando al alimón. Pero no. Talento es rápido como
rayo de Luna, que diría el indio Cara Cortada, y lo mismo está que no está. Lo
mismo parece estar en todos los sitios y en todas las personas, que de pronto
nada de nada, ni en un dónde ni en un quién.
La reivindicación del
propio talento nos ha llevado a desfigurar nuestro lugar en la sociedad y nos
ha lanzado a una carrera de todos contra todos que demuestra sin ambages que
todos los participantes cuentan con todo menos con talento, puesto que no se
requiere más que una pizca de talento para renunciar a esa carrera.
LA REIVINDICACIÓN DEL PROPIO TALENTO NOS HA LLEVADO A DESFIGURAR NUESTRO
LUGAR EN LA SOCIEDAD Y NOS HA LANZADO A UNA CARRERA DE TODOS CONTRA TODOS
Las empresas necesitan
personas valiosas para sus objetivos, personas que desplieguen el
comportamiento requerido para alcanzar el resultado. Nada más. Eso no es
talento, sino valía. Pero si al basurero le llamamos corredor de Bolsa,
y al jefe de electricistas le llamamos team leader de los
chispas, no pasa nada si a cualquier empleado obediente y resolutivo le decimos
que rezuma talento por todos los poros de su piel (blanca, mayoritariamente).
Los dos verbos con los
que accionamos el talento reflejan la estupidez de este asunto: atribuir y
detectar. El juego al que te somete esta disyuntiva es cuando menos divertido:
te pueden atribuir talento sin tenerlo; o puedes tenerlo aunque nadie, ni tú,
lo detecte; hay quien además de tener talento, se lo conceden y los hay que ni
una cosa ni la otra o las dos a la vez.
Como se ve, atribuir
talento significa otorgar algo a una persona. Por el contrario, detectar
talento significa que éste se encuentra en el interior, como un diamante, pero
no se sabe en el interior de quién, lo que obliga a explorar. En el primer
verbo, el talento se concede como un título; y en el segundo, se descubre como
un diamante. En el primero el talento es creado, y en el segundo es
descubierto. En el primero, la dirección del juego va de fuera adentro; sin
embargo, en el segundo cambia la dirección del juego, yendo de dentro afuera.
Así, en el primero, el símil del talento es la comida; y en el segundo, de
dentro afuera, el símil del talento es el pedo. En el primero, el talento entra
en tu vida; y en el segundo, tu talento ve la luz.
Lo mismo que le ocurre a
talento en las organizaciones le ocurre a cualquier otra palabra al tocar suelo
empresarial: dejan de ser lo que eran. Y visto que siempre es así, ¿No es ya
hora de prohibir el terrorismo verbal en las empresas? ¿Debiera ser delito la
verborrea? ¿Es necesario solicitar autorización para matar a líder, liderazgo,
liderar y a toda su parentela? ¿Podemos obligar, por una cuestión de salud
pública, a que las frases rimbombantes se autodestruyan después de tres mil
visualizaciones en la red? ¿Cómo es que nadie se ha propuesto seriamente volar
por los aires las palabras que abarrotan las empresas? ¿Cuántos años te caen
por poner un bombazo en el corazón de un discurso empresarial? ¿Es delito secuestrar
palabras? ¿No es hora ya de secuestrar la palabra Liderazgo y pedir un
cuantioso rescate por su liberación, a sabiendas de que la sociedad no sabe ya
vivir sin la dichosa palabrita? Y una vez pagado el rescate, ¿culminamos la
acción con el tiro de gracia? El tiro de gracia y la gracia del tiro son
expresiones que se acoplan perfectamente en este suceso redentor. O quizá
mejor, ¿no es hora ya de liberar a todas las palabras del maltrato al que son
sometidas en las organizaciones? Me temo que es demasiado tarde.
No hay marcha atrás. Talento, liderazgo, innovación, compromiso,
desarrollo, valores, etc. merecen morir porque ya no son palabras, porque ya no
son lo que son. El talento no es talento, ni la innovación, innovación; y qué
decir de liderazgo, o compromiso, o valores, o desarrollo. La libertad
individual merma cuando creemos que las palabras que utilizamos son palabras. Y
la sociedad languidece cuando se comunica con palabras que ya no son palabras.
Hemos sucumbido al hechizo de los negocios, que van disponiendo de definiciones
más rentables para conceptos como vida, inteligencia, sueño, bondad o amor. Los
sueños que nos mantienen vivos están impregnados de palabras que ya no son
palabras. Cuando piensas y hablas con palabras que ya no son palabras, dejas de
hablar aunque sigas hablando, y dejas de pensar aunque sigas pensando.
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