Carlos A. Trevisi
Un reinado surgido de la nada como el que heredó el Rey Emérito, Juan Carlos de Borbón, no
es más que un invento franquista. Si hubo de buscarse en el pasado algún antecedente
ancestral, los borbones fueron un pobre ejemplo a seguir, pero era lo que había
más a mano. Esto no obstante, al actual Rey no habría reproches que hacerle: es
un hombre capaz, moderado, abierto, abarcativo, que habla varias lenguas y
tiene en su esposa una mujer sobria e inteligente que acompaña y hasta me atrevería
a decir que participa en su gestión.
Así como su padre mostró algunas actitudes ajenas a las que eran de esperarse
que exhibiera por el cargo que ostentaba y aptitudes más orientadas a la vida
social que a la política, el Rey actual mantiene un perfil sobrio sin excesos
de ningún tipo: es un hombre que hace vida de familia que se releja en las
formas que sostienen sus hijas para con él: lo comparten con toda naturalidad.
Con todo, su reinado incluye dos infantas, sus hermanas, que dadas las circunstancias
que imperan en el mundo actual son irrelevantes “funcionales” en un ámbito que
difiere enormemente de aquél en el que
solían moverse sus pares “far away and long ago” cuando se les conseguía un
marido según fuera necesario para los intereses de la corona.
Una de ellas, de la que se sabe poco como no sea que está divorciada, no tiene
presencia en los medios; la otra, casada con un tal Urdangarín, destacado deportista
que jugaba al balón mano, aparece a diario en todos los medios por los delitos cometidos
por su marido y de los cuales, aunque no haya sido responsable, no está exenta
de culpas pese a haber alegado que su marido se ocupaba de todo y ella no sabía
lo que firmaba.
Habiéndose terminado el juicio, con cargos de prisión para Urdangarín y
exención de culpas para la infanta ( que ya no lo era –no podía aspirar al cargo
sucesorio que le habría cabido al habérsele incoado el juicio-) se ha comenzado
a hablar de devolverle el título de Infanta de España.
Una vez más caeremos en el error de confundir la ley con los valores que
encierra la ética a la que deben apuntar
los que representan a las instituciones. Aunque la ley la exima de culpa la
relación que debe guardar con la ciudadanía no puede enturbiarse con una
postura que afecte el prestigio de la Casa Real, bastante tocado ya por el Rey
emérito.
Acaso si profundizáramos más en el tema de la Corona sería de decirse que
no tiene mucho sentido seguir sosteniendo la parafernalia que encierra. Y vaya
el comentario más allá de este desgraciado suceso de la ex infanta; se trata de
otra cosa: en un mundo que ha dejado atrás los “porque” se va imponiendo cada
vez más el mundo de los “para qué”.
Ahí habría que apuntar
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