Se han dado un buen festín tanto Alfonso Guerra como
Felipe González en los últimos tiempos pero han olvidado el postre.
Parece que queda bastante lejos todo lo que sucedió
durante el felipismo y supongo que ese es el motivo por el
que la mayoría de los medios de comunicación presentan a ambos, sin
ningún pudor, como grandes analistas y hombres de estado. Ayuda no poco
la lamentable falta de independencia informativa.
Alfonso Guerra comparó a Podemos con los golpistas del 23F, además de llamarles
niños malcriados, mientras Felipe González afirmó que Pinochet respetaba más los derechos humanos que la Venezuela de Maduro, que “peleó contra todos, y casi sin ningún apoyo, para devolver la
democracia a los venezolanos” y, hace poco, propuso un gobierno de concentración PP-PSOE.
No es que les vaya a echar en cara a ambos que durante
el 23F se agacharan quedando como marionetas de
trapo en comparación a la valentía de Adolfo Suárez, Gutiérrez Mellado o
Santiago Carrillo. No. Tampoco es que sea mi intención relatar toda la
corrupción socialista, hablar del hermanísimo de Alfonso, el tal
Juan Guerra, o de las promesas incumplidas, que no son pocas. No. Y no, sobre
todo, porque no da este blog para ello. Es algo más profundo.
No es enroscarse cuando suenan los tiros, lo que
es humano, es más bien la falta de lealtad democrática que
mantuvieron durante el gobierno de Adolfo Suárez y la desmedida
ambición que les situó en demasiadas ocasiones en los parámetros de los
golpistas e, incluso, haciéndoles el juego. Fue ese comportamiento lo que
les colocó en posturas antidemocráticas y terminó por escribir el nombre de
Felipe en el fallido gobierno de concentración de Alfonso
Armada. Gobierno antidemocrático al que ni el Rey ni ellos jamás se opusieron (hasta se reunieron con el propio Armada).
No solo es esa evidente traición, muy parecida a la
de Juan Carlos I, la que debería haberlos silenciado para siempre. También
son los muchos años de gobierno en los que no emprendieron regeneración alguna
de la justicia militar, sus órganos de control o el mundo militar. Es,
desgraciadamente, su complicidad con los golpistas y sus mentiras y
promesas incumplidas como aquello de la desmilitarización de la Guardia Civil.
Es que bajo su gobierno los golpistas tenían mayordomo, marisco y vino de reservao el Rey, con su
aquiescencia, mostraba simpatía públicamente (según el embajador alemán del momento) por los que asaltaron la democracia a
tiros.
La cuestión no es que Felipe González fichara por Gas Natural a razón de 126.500 euros brutos
anuales y luego decidiera dejarlo porque es “muy
aburrido”. No es eso. Es cierto que lo de fichar para cobrar semejantes
cantidades como consejero no queda bonito en un expresidente y deja un
aroma un tanto pestilente, pero ya digo que no es eso.
Y no es eso porque hasta ahora, aunque muy repugnante
casi todo lo narrado, la mayor parte de ello no es noticia en el
sucio mundo de la política española. Basta pensar en el PP para darse cuenta de
la dificultad que cualquiera tendría para decidir si son un buen
ejemplo de partido político o de banda mafiosa y/o criminal.
Hay algo mucho más profundo, de lo que casi no se
habla, lo que les tendría que haber hecho desaparecer del mundo, pedir perdón y
no volver a abrir la boca. El gran problema es que Felipe González estaba tras los GAL según José Amedo (y según
cualquiera que tenga un mínimo de entendederas). Era la famosa “X”.
ue dos personas que han permitido la organización de
una banda criminal en el Estado (siendo benévolos al no
considerarles impulsores y parte activa de la misma), pretendan impartir
seminarios de derechos humanos y democracia o iluminar el camino a
seguir es bastante vergonzoso. Que lo hagan con la complicidad de los
medios de comunicación es revelador.
Cualquiera que lea, aunque sea por encima, lo que
hicieron los GAL y otros grupos que actuaron durante aquellos años con la
complicidad o la permisividad del Estado (secuestrando, torturando, traficando
con drogas y asesinando), se percatará de la ignominia de estos dos
personajes, que más que hombres de estado se comportaron como vulgares
delincuentes.
Combatieron el terrorismo desde la total
inmoralidad, la más absoluta falta de valores democráticos y el mayor de los
desprecios por los derechos humanos. Respondieron de la misma forma que lo
habría hecho una dictadura: usaron las pistolas, los cuchillos y la droga en
lugar de la legalidad, los derechos humanos y la democracia.
Felipe González y Alfonso Guerra pasarán a la historia
como infames, corruptos y ambiciosos políticos que no tuvieron el más
mínimo problema en apuñalar a la democracia con su connivencia golpista,
como el Rey y gran parte de la sociedad, y menos aún en dejarla desangrar
en las manos de una banda criminal que despellejaba y arrancaba las uñas a sus
víctimas.
Con semejante historial, dado que han tenido la fortuna de esquivar la cárcel (digo fortuna por decir algo),
lo mejor sería que alimentasen sus vidas con el silencio y no nos recordasen
cada cierto tiempo que nada es lo que nos han dicho que fue.
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