Por Carlos A. Trevisi
Pululan en la televisión española -imagino que de todo el
mundo- una serie de programas que alientan la intervención de los jóvenes
ofreciendo concursos de baile, canto y demás yerbas.
He puesto especial
atención no sólo en las características socioeconómicas de los chicos que se
enrolan en los castings sino en su cantidad. Es espeluznante ver que
miles de ellos, de todas partes de España aunque con alguna
preponderancia del sur del país, hacen largas colas a la espera de que les
hagan una prueba que los admita como concursantes.
Sus expresiones de dolor o
de alegría exceden la realidad que imponen las circunstancias que los convocan.
Lloros desesperados o alegrías exultantes hablan bien a las claras de que su "sindestino"
cifra sus esperanzas en que su futuro, su proyecto de vida, quede atado a esa
posibilidad.
Es lamentable que así sea. Desde el mismo momento que se apuntan
deberían saber que, en el mejor de los casos, van a ser instrumento de una
parodia; que aún siendo elegidos después de la capacitación a
la que se los somete una vez seleccionados, nadie les garantiza absolutamente
nada; ni siquiera que van a conseguir trabajo como teloneros de algún
cuasi-famoso o regalando sus desnudeces en ignotos lugares donde aparecen exhibiendo sus partes pudendas.
Es penoso que miles de jóvenes estén dispuestos a
"regalar" vidas, a ponerlas en manos de los piratas del oportunismo
sólo porque no saben qué hacer, porque no tienen un proyecto propio que los
empuje a la realización de legítimas aspiraciones a las que tienen derecho y
por las que sentirse obligados.
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