Por Carlos A. Trevisi
Un AMPA es una organización no gubernamental
integrada por padres de familia con ámbito de acción en escuelas
primarias e institutos secundarios.
Sus objetivos generales son velar
por la educación y seguridad de sus hijos en un pie de igualdad con
autoridades académicas y maestros en cuanto partícipes imprescindibles del
proceso educativo en que aquéllos, sus hijos, están inmersos; acrecentar
los recursos materiales, medios y eficacia de la institución
escolar; favorecer la participación de las familias
en el quehacer educativo y un acercamiento entre ellas y con la
asociación.
El
AMPA posible
Algunos niños acuden a la escuela pública
porque sus padres piensan que habitar la diversidad es educativo. Allí se
encuentran con la vida tal cual es. Frecuentar diferentes realidades educa,
favorece la relación y empuja al encuentro con los demás, sobre todo con el que
más necesita.
Otros niños asisten a la escuela
pública porque sus padres, ajenos a estas especulaciones, no tienen
posibilidades de elección.
Existe un solo modelo de AMPA: el que
contempla los intereses de todos.
Un niño, sobre todo un niño, ser
privilegiado por sobre todos los demás seres, tiene derecho a
una educación tan preclara como para constituirse en persona, cuales-quiera
sean las circunstancias socio-económicas en las que le toque vivir.
A partir de este hecho innegable se habrá de
constituir un AMPA de gestión educativa que, además, preste asistencia
a las familias en satisfacción de sus necesidades materiales y de
capacitación.
La fragilidad de las AMPAS
La fragilidad constitutiva de
las AMPAs, sin embargo, conspira contra estos postulados y la tarea que se
emprende en ellas satisface sólo algunas vertientes de su quehacer.
Son factores determinantes de tal fragilidad
la ignorancia que se tiene de sus alcances institucionales, la
actitud de sus miembros y el desconocimiento de sus normativas y de las
redes que las vinculan entre sí y conectan con otras instituciones educativas
de toda Europa.
Los padres y la escuela.
Los padres no siempre sabemos encarar el
tema de la educación de nuestros hijos en el ámbito de la escuela. No tenemos
claro que la escuela no está sólo para que aprendan a leer y escribir:
entre sus varias responsabilidades, tiene aquélla de socializar a los niños,
de hacerlos partícipes de la civilización en la que les cabrá actuar
de mayores cuando su vida los obligue a la toma de decisiones. Esta
función de la escuela, que es la más importante si se quiere, pues ataca
el plano actitudinal del proceso de crecimiento, es la que disipa las
diferencias entre los niños y nos pone a los padres en un pie de igualdad con
las autoridades académicas y con los maestros.
En pos de este objetivo, y sólo de
éste, un AMPA consigue la verdadera puesta en común: aquélla de
la que van a participar todos los padres.
Un AMPA educativo
Los padres somos los primeros educadores de
nuestros hijos. Es irrelevante cualquier juicio adverso que se nos quiera
hacer: nadie educa mejor a un hijo que sus propios padres. Sin embargo,
corresponde al maestro instrumentar y operar las variables específicas que
hacen a su socialización y a las del área académica porque es el
profesional capaz de poner el conocimiento en acto. Esta colaboración
de la escuela para con nosotros, los padres, nos compromete con ella pero
seguimos siendo nosotros los que, irrenunciablemente, debemos orientar la
educación que queremos para nuestros hijos: la instrumentalización
que lleva a cabo el maestro viene después de la elección de los valores
y de la fijación de las metas, competencias éstas que nos incumben
exclusivamente.
Cuando no se entiende así, cuando
creemos que aprender a leer y escribir es el “fac totum” de
la escuela -cualquiera enseña dónde queda Guadalajara o cómo corre el Tajo-
se descuida el control del accionar académico en todas sus vertientes: en
la instrumen-talización de los valores, en la actualización
didáctico-pedagógica de los maestros, en la modernización de los recursos, la
renovación de los materiales, etc. y el no menos importante de la capacitación
de los padres respecto de lo que significa educar a un hijo a
las puertas de un siglo XXI con su carga de anticipos: nuevas tecnologías, la
aceleración de las comunicaciones, la globalización, la concentración de
capitales, etc.
Esta flaqueza sistémica deriva en un
AMPA que no sabe ponerse al servicio de lo que específicamente necesita el
niño en la escuela, dando rienda suelta al libre arbitrio de su claustro y
directivos que, pronta-mente, la transforman en un “enseñadero”.
El AMPA que no entienda esto, a más de
malinterpretar sus objetivos, orientará su quehacer a prestar apoya-turas
y fiscalizar el accionar “doméstico” de la escuela; se constituirá en un
AMPA “familiero” y como tal mandará a una madre a probar la
comida que sirven a los niños en el comedor escolar, verificará que no
haya filtraciones de agua por las ventanas de las aulas, que los baños estén
limpios, que se reparen las roturas de puertas y ventanas, se cerciorará de que
el conserje encienda la calefacción a tiempo como para que al comenzar las
clases las aulas ya estén calentitas, organizará la fiesta de fin de año (a la
que no concurrirán maestros ni directivos ... ), etc.
Entre el personal docente, estas
AMPAs, cuanto más, provocan fastidio, jamás inquietud. Es
el AMPA que quiere el maestro: buenas señoras que escandalicen por ellos o, en
casos “serios”, “con” ellos (hasta pueden llegar a firmar comunicados
conjuntos). Pero que no se le ocurra a una madre cuestionar al maestro
encargado del cuidado de los niños durante el recreo porque no le puso la
debida atención en ocasión en que se accidentara. Ahí se rompe el encanto y
nos transformamos, cuanto menos, en unos molestos que nos metemos donde
no tenemos cabida.
Un AMPA de gestión educativa, que tiene como
meta al alumno, actúa en común con las autoridades, controla el quehacer
académico, participa en el proyecto de socialización de los niños , se
pone a su servicio y, además, manda a una madre a probar la
comida.
Esta AMPA no sólo fastidia. Inquieta.
Esto lo saben, porque lo viven, las
autoridades educativas de todos los niveles: desde la ministra, pasando por
funcionarios y hasta maestros y directores, sobre todo estos dos últimos que
están en la línea de fuego del sistema.
También lo saben los ayuntamientos, que no
nos prestan ninguna atención cuando se les reclama por el mantenimiento de los
edificios escolares que, de llevarse a cabo, es por lo general tan
fuera de tiempo y forma que a veces no se pueden dar por iniciadas
las clases.
Las AMPAs en las que priman
objetivos asistencialistas a favor de las familias, las AMPAs de gestión
social, "familieras" como hemos dado en llamarlas, pueden ser presa
fácil de quienes están al acecho para transformarlas en revulsivos
políticos mucho más fácilmente que a una de gestión educativa: su marco
es lo social antes que lo educativo. Estas AMPAs centrifugan a las
familias que no necesitan asistencia y a las que no
quieren mezclar la escuela con la política.
El hecho es que, habiendo cundido la idea de
un AMPA asistencialista, difícilmente se acercarán los padres que lo
entienden como de gestión educativa. La necesidad impulsa a los primeros
con mayor fuerza que a estos últimos y pareciera que una puesta en común de
unos y otros se hace muy difícil.
La solución es presentar un proyecto de AMPA
en el que participen padres con capacidades para hacer asistencialismo (porque
les gusta, porque saben cómo, porque tienen vocación por ello) y
padres con aquellas otras necesarias para penetrar los planos
académicos (porque les gusta, porque saben cómo, porque tienen vocación
por ello).
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