jueves, 18 de septiembre de 2014

NUESTRO PARTIDO POLÍTICO; (IXX) QUÉ SE ESPERA DE UN "AMPA"

Por Carlos A. Trevisi

Un AMPA es una organización no gubernamental integrada por padres de familia con ámbito de acción en  escuelas primarias e institutos secundarios.
Sus objetivos generales son velar por la educación y seguridad de sus hijos en un pie de igualdad con autoridades académicas y maestros en cuanto partícipes imprescindibles del proceso educativo en que aquéllos, sus hijos, están inmersosacrecentar los recursos materiales, medios y eficacia de la institución escolar; favorecer  la participación de las familias  en el quehacer educativo y un acercamiento entre ellas y con la  asociación.

El  AMPA posible

Algunos niños acuden a la escuela pública porque sus padres piensan que habitar la diversidad es educativo. Allí se encuentran con la vida tal cual es. Frecuentar diferentes realidades educa, favorece la relación y empuja al encuentro con los demás, sobre todo con el que más necesita.
Otros niños asisten a la escuela pública  porque sus padres, ajenos a estas especulaciones, no tienen posibilidades de elección.

Existe un solo  modelo de AMPA: el que contempla los intereses de todos.

Un niño, sobre todo un niño, ser privilegiado por sobre  todos los demás seres,  tiene derecho  a una educación tan preclara como para constituirse en persona, cuales-quiera sean las circunstancias socio-económicas en las que le toque vivir.
A partir de este hecho innegable se habrá de constituir un AMPA de gestión educativa que, además, preste asistencia   a las familias  en satisfacción de sus necesidades materiales  y de capacitación.

La fragilidad de las AMPAS

La  fragilidad constitutiva  de las AMPAs, sin embargo, conspira contra estos postulados y la tarea que se emprende en ellas satisface  sólo algunas vertientes de su quehacer.
Son factores determinantes de tal fragilidad la ignorancia que se tiene de sus  alcances  institucionales, la actitud de sus miembros y el desconocimiento de sus normativas y  de las redes que las vinculan entre sí y conectan con otras instituciones educativas de toda Europa.

Los padres y la escuela.

Los padres no siempre sabemos encarar el tema de la educación de nuestros hijos en el ámbito de la escuela. No tenemos claro que  la escuela no está sólo para que aprendan a leer y escribir: entre sus varias responsabilidades, tiene aquélla de socializar a los niños, de hacerlos partícipes de la civilización  en la que les cabrá actuar de  mayores cuando su vida los obligue a la toma de decisiones. Esta función de la escuela, que es la más importante si se quiere, pues  ataca el plano actitudinal del proceso de crecimiento, es la que disipa las diferencias entre los niños y nos pone a los padres en un pie de igualdad con las autoridades académicas y con los maestros.
En pos de este objetivo, y sólo de éste,  un AMPA consigue la verdadera puesta en común: aquélla de  la  que van a participar todos los padres.

Un AMPA educativo

Los padres somos los primeros educadores de nuestros hijos. Es irrelevante cualquier juicio adverso que se nos quiera hacer: nadie educa mejor a un hijo que sus propios padres. Sin embargo, corresponde al maestro instrumentar y operar las variables específicas que hacen a su socialización y a las del área académica porque es el profesional  capaz de poner el conocimiento en acto. Esta colaboración de la escuela para con nosotros, los padres, nos compromete con ella pero seguimos siendo nosotros los que, irrenunciablemente, debemos orientar la educación que queremos para nuestros hijos: la instrumentalización que lleva a cabo el maestro viene después de la elección de los valores y de la fijación de las metas, competencias éstas que nos incumben exclusivamente. 

Cuando no se entiende así, cuando creemos   que aprender  a leer y escribir es el “fac totum” de la escuela -cualquiera enseña dónde queda Guadalajara o cómo corre el Tajo- se  descuida el control del accionar académico en todas sus vertientes: en la instrumen-talización de los valores, en la actualización didáctico-pedagógica de los maestros, en la modernización de los recursos, la renovación de los materiales, etc. y el no menos importante de la capacitación  de los padres respecto de lo que significa educar a un hijo a  las puertas de un siglo XXI con su carga de anticipos: nuevas tecnologías, la aceleración de las comunicaciones, la globalización, la concentración de capitales, etc.
Esta flaqueza sistémica deriva en  un AMPA que no sabe ponerse al servicio de lo que específicamente necesita el niño en la escuela, dando rienda suelta al libre arbitrio de su claustro y directivos  que, pronta-mente,  la transforman en un “enseñadero”.
El AMPA que no entienda esto, a más  de malinterpretar sus objetivos, orientará su quehacer  a prestar apoya-turas y fiscalizar el accionar “doméstico” de la escuela;  se constituirá en un AMPA  “familiero” y como tal mandará  a una madre a probar la comida  que sirven a los niños en el comedor escolar, verificará que no haya filtraciones de agua por las ventanas de las aulas, que los baños estén limpios, que se reparen las roturas de puertas y ventanas, se cerciorará de que el conserje encienda la calefacción a tiempo como para que al comenzar las clases las aulas ya estén calentitas, organizará la fiesta de fin de año (a la que no concurrirán maestros ni directivos ... ), etc.

Entre el personal docente, estas AMPAs,  cuanto  más,  provocan fastidio, jamás inquietud. Es  el AMPA que quiere el maestro: buenas señoras que escandalicen por ellos o, en casos “serios”, “con” ellos (hasta pueden llegar a  firmar comunicados conjuntos). Pero que no se le ocurra a una madre cuestionar al maestro encargado del cuidado de los niños durante el recreo porque no le puso la debida atención en ocasión en que se accidentara. Ahí se rompe el encanto y nos transformamos, cuanto menos, en  unos molestos que nos metemos donde no tenemos cabida.

Un AMPA de gestión educativa, que tiene como meta al alumno, actúa en común con las autoridades, controla el quehacer académico,  participa en el proyecto de socialización de los niños , se pone a su servicio  y, además, manda a una madre a probar la comida.

Esta AMPA no sólo fastidia. Inquieta.

Esto lo saben, porque lo viven, las autoridades educativas de todos los niveles: desde la ministra, pasando por funcionarios y hasta maestros y directores, sobre todo estos dos últimos que están en la línea de fuego del sistema.
También lo saben los ayuntamientos, que no nos prestan ninguna atención cuando se les reclama por el mantenimiento de los edificios escolares que, de llevarse a cabo,  es por lo general tan fuera  de tiempo y forma que  a veces no se pueden dar por iniciadas las clases.

Las AMPAs  en las  que priman objetivos asistencialistas a favor de las familias, las AMPAs de gestión social, "familieras" como hemos dado en llamarlas, pueden ser presa fácil de  quienes  están al acecho para transformarlas en revulsivos políticos  mucho más fácilmente que a una de gestión educativa: su marco es lo social antes que lo educativo.  Estas AMPAs centrifugan a las familias  que no necesitan  asistencia  y a las que  no quieren mezclar la escuela con la política.

El hecho es que, habiendo cundido la idea de un  AMPA asistencialista, difícilmente se acercarán los padres que lo entienden como de gestión educativa. La  necesidad impulsa a los primeros con mayor fuerza que a estos últimos y pareciera que una puesta en común de unos y otros se hace muy difícil.

La solución es presentar un proyecto de AMPA en el que participen padres con capacidades para hacer asistencialismo (porque les gusta, porque saben cómo, porque tienen vocación por ello) y  padres  con aquellas otras necesarias para penetrar  los planos académicos  (porque les gusta, porque saben cómo, porque tienen vocación por ello). 

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