Progreso, dice el diccionario de la Real Academia , es ir hacia
delante. En política – digo yo - , avanzar hacia algo mejor que lo que hay. Es
mejor lo que permite en la sociedad mayor libertad y más justicia. O sea,
cuanto refuerza la capacidad de elegir de las personas y sus posibilidades de
orientar la vida del modo que prefieran… aun a riesgo de equivocarse. No olvidemos
que poder equivocarnos libremente es el más arriesgado de nuestros privilegios,
pero no por ello deja de ser un privilegio.
Los dos grandes obstáculos para el progreso
son la miseria y la ignorancia. Nadie puede ser libre en la miseria, que es la
mayor de las injusticias en sociedades razonablemente prósperas. En la
naturaleza nuestras carencias suelen deberse al azar, pero en la sociedad
ninguna pobreza es casual o inevitable. No todo el mundo puede quizá ser rico –
porque no todo el mundo aprecia el mismo tipo de riquezas, afortunadamente –
pero nadie debe verse obligado a ser pobre, ni siquiera por culpa de sus muchos
pecados. En cuanto a la ignorancia, baste con decir que nadie será capaz de
avanzar hacia lo mejor si no sabe qué es lo mejor para él y para los otros. Las
grandes desigualdades de nuestro siglo son las que separan a quienes saben y
tienen acceso educativo a las fuentes del conocimiento de quienes necesitan la
tutela informativa de los demás toda la vida.
De modo que son progresistas quienes luchan
contra la miseria y la ignorancia, reaccionarios quienes la favorecen por
cualquier razón. Es un asunto que poco tiene que ver con la división
tradicional en derecha e izquierda. Se puede ser reaccionario de derechas
cuando se considera que la miseria es consecuencia inevitable del mercado – que
premia a los mejores y castiga a los vagos o torpes - , así como la ignorancia
proviene de que ciertas personas no merecen ser educadas tanto como las demás.
Pero también se puede ser reaccionario de izquierdas, cuando llega a creerse
que luchar contra la miseria es eliminar a los ricos en lugar de suprimir a los
pobres o que evitar la ignorancia es enseñar a pensar en la unanimidad
colectiva y no en la disidencia individual. No olvidemos que en España todavía
hay admiradores de Fidel Castro o de los tiranos de Corea del Norte dando
lecciones gratuitas de “progresismo” a los bobos que les escuchan… Sobre todo,
lo importante es dejar claro que el progreso no se debe a ningún mecanismo
providencial de la historia, como creyeron algunos optimistas ilustrados
(Condorcet fue el más ilustre de ellos), sino que necesita nuestro esfuerzo
consciente, nuestra capacidad de luchar contra lo peor para que advenga lo
mejor. Y que en todo momento puede haber retrocesos y desfallecimientos:
ninguna conquista de la civilización es inamovible, todas pueden ser derogadas
por renovadas tiranías o caer en el olvido de la incuria. Ser progresista no es
dejarse llevar por el supuesto piloto automático del progreso – no todo lo nuevo
es progresista, ni mucho menos - , sino estar dispuesto a combatir contra las
peores novedades e incluso recuperar riquezas sociales perdidas, mientras se
busca el mejor camino del futuro. Progresar es tanto innovar como conservar lo
conseguido.
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