AntonIo Battro es doctor en medicina de la Universidad de Buenos Aires y doctor de la Universidad de París en psicología. Fue miembro del Centro Internacional de Epistemología Genética (Universidad de Ginebra, prof. Jean Piaget) y fue director asociado de la Escuela Práctica de Altos Estudios en el Laboratorio de Psicología Experimental y Comparada (Universidad de París, prof. Paul Fraisse) y visiting scholar en Harvard. Obtuvo las becas Guggenheim, Fulbright y Eisenhower y el Premio Nacional de Ciencias en Psicología y Educación en la Argentina. Es miembro de la Academia Nacional de Educación. Robert F. Kennedy Visiting Professor de la Universidad de Harvard.Miembro de la Pontificia Academia de Ciencias.
—En un artículo reciente que publicó en La Nación, Ud. afirma que “en el futuro, la excelencia en educación dependerá de la investigación básica en la propia escuela”. Sin embargo, al menos en los Estados Unidos, que nuclea el mayor flujo de estudiantes del mundo, parecería que la excelencia educativa se busca por criterios cada vez menos académicos y más centrados en el lujo que ofrecen las universidades a los alumnos (muros de entrenamiento para escalada, simuladores que recrean campos de golf de todo el mundo, salas de cine con sonido digital, entre otros). ¿Qué opina de ese fenómeno?
Antonio M. Battro—Son dos temas:
a) Respecto de que “en el futuro, la excelencia en educación dependerá de la investigación básica en la propia escuela”, creo que debemos seguir el ejemplo de la medicina –que ha sido tan exitoso– en la educación. Por ejemplo: la biología experimental es una ciencia básica; la investigación clínica, en cambio, es una ciencia aplicada al paciente, que se basa en la biología. Son actividades bien distintas pero entrelazadas, una refuerza a la otra: la biología y la clínica se cruzan constantemente y se fecundan. Los resultados portentosos de la medicina actual se fundan esta interacción. Lo mismo debería suceder con las ciencias básicas y la práctica educativa. La investigación educativa aplicada al estudiante no podrá progresar sin estudios rigurosos de neurobiología, psicología, sociología, etc., realizados en el mismo ámbito escolar.
b) La excelencia educativa es un producto cultural, cada cultura valoriza determinados aspectos de la educación. Los EE.UU. contienen numerosas culturas en su seno, y las respetan. Por supuesto, algunos valores educativos no son compartidos por todos, pero otros, como la libertad de expresión, la crítica, la solidaridad para con las personas discapacitadas, son universalmente aceptados. Los criterios académicos, en cambio, se encuentran en continua revisión. Muchos de ellos han caducado (como el aprender de memoria) y otros nuevos están emergiendo (como el bilingüismo). En las mejores universidades la exigencia intelectual es muy alta. Después de haber pasado un año como profesor invitado en la Escuela de Educación de Harvard, llegué a la conclusión de que una universidad es excelente sólo cuando cuenta con alumnos excelentes y bien seleccionados por sus méritos intelectuales y morales.
—¿Podría darnos alguna definición acerca de lo que significa para Ud. “aprender hoy”?
—Si la pregunta se refiere a mi columna dominical en La Nación, puedo responder que esta actividad periodística significa mucho para mí, especialmente cuando estoy fuera del país y puedo seguir contribuyendo en temas que considero importantes para la educación argentina. Recibo centenares de cartas electrónicas –que trato de responder en detalle– y le puedo asegurar que la mayoría son muy instructivas y constructivas. Si la pregunta se refiere al “aprendizaje propio de la era actual” podría responder que está en vías de sufrir cambios decisivos y portentosos, debido a la creciente incorporación de los medios digitales y de las comunicaciones por Internet en miles de escuelas y millones de hogares. Además, las nuevas fronteras de la neurobiología y la genética ya pasan por el ámbito educativo, y seguramente transformarán muchos conceptos de la enseñanza y del aprendizaje en la próxima generación de docentes.
—¿Considera que la alfabetización digital puede adaptarse dinámicamente a las particularidades de la realidad sociocultural y económica latinoamericana?
—La alfabetización digital es un requisito del siglo XXI. Felizmente las “habilidades digitales” son muy accesibles, independientemente del nivel socio económico, ya que se basan en acciones muy elementales –como hacer clic–, algo que todos los alumnos pueden aprender sin dificultad. Es más, los niños y los jóvenes demuestran mayores habilidades digitales que muchos adultos. Eso sí, para que una habilidad digital se desarrolle es preciso contar con computadoras y redes informáticas. No sería difícil conectar a todas las escuelas argentinas por Internet, lo que provocaría un cambio sustancial en la educación de las nuevas generaciones. En el futuro esos equipos y esas comunicaciones bajarán sensiblemente de precio. Pero hay que “forzar” el futuro, para que los cambios se produzcan para bien de todos.
—¿Qué estrategias o qué líneas de trabajo le parecen sugerentes para abordar la capacitación tecnológica de los docentes y alumnos?
—Es fundamental crear una “cultura digital” en la escuela. Una manera es dedicar un espacio físico únicamente para docentes, abierto todo el día y todos los días, incluso feriados, muy bien equipado, donde puedan trabajar con las computadoras y recibir capacitación. De esta forma cada docente se transformará en un agente informático en cada disciplina, para beneficio de sus alumnos.
—Usted sostiene que habrá una vuelta a la práctica del "dictado de textos", dada la notable y fluida relación que se establece entre el lenguaje, los usuarios y las máquinas inteligentes.
—Se podrá dictar a las computadoras con creciente facilidad a medida que los reconocedores de voz se perfeccionen, y eso significa que la escritura adquirirá una dimensión nueva y promisoria. Una de las aplicaciones inmediatas es el dictado asistido por computadora para personas discapacitadas motoras o disléxicas.
—¿Cuál es su posición con respecto a la influencia que las nuevas tecnologías de la información ejercen sobre las estructuras cognitivas y las formas de abordar y construir el conocimiento?
—Las tecnologías digitales se apoyan en las capacidades “plásticas” de nuestro cerebro, que se combinan notablemente con las funciones de la computadora. A su vez, el uso de estas tecnologías transforma el procesamiento cognitivo. Se están investigando también nuevas funciones que se desarrollan debido a las múltiples interfaces del cerebro con la computadora (implantes cocleares, etc.)
—¿Cómo cree que debiera efectuarse la investigación del nuevo circuito que se genera entre mente, cerebro y educación (“mind, brain and education”) para lograr cambios fundamentales en los procesos de aprendizaje y formación? ¿Qué disciplinas participarían fundamentalmente en ello?
—Se trata de crear un círculo virtuoso entre cerebro, mente y educación. Lo notable es que podemos ingresar en este ciclo desde cualquier sector, desde muchas disciplinas. A veces nos llevamos sorpresas en la escuela cuando observamos que algunos docentes muy alejados de las neurociencias son los primeros que se interesan en investigar un acceso viable a este circuito; los profesores de lenguas, de letras, de artes, de educación física, por ejemplo. Hay que saber aprovechar el talento existente en la escuela para ampliar este ciclo.
—¿No cree que la escuela debería incorporar formas de lectura que valoren el aporte cognitivo de las imágenes mentales?
—Toda lectura crea imágenes mentales. Pero si Ud se refiere a las imágenes audiovisuales propiamente dichas, entonces sí, debemos insistir en que los textos sean hipertextuales, es decir, que reciban la ayuda de muchos sentidos y que sean interactivos. Esto mismo se propone actualmente en textos avanzados en la universidad, que cuentan con un apoyo digital (videos, audio, links, etc.)
—A partir de la experiencia de la Ross School, institución basada en la teoría de las inteligencias múltiples, ¿qué perspectiva observa sobre este tema en el campo educativo argentino?
—La Ross School es un caso extraordinario, que merece ser tomado como modelo. La teoría de las inteligencias múltiples de Howard Gardner, que es y ha sido mentor de esta escuela, se ha asimilado de tal suerte que ya nadie la menciona explícitamente, puesto que se ha incorporado en la vida cotidiana de la escuela. Todos los docentes y alumnos saben que la inteligencia humana no se mide con un cociente intelectual único, que hay numerosas formas de inteligencia, y que todas ellas son valiosas. Pero lo más importante es que el programa escolar toma en cuenta esta multiplicidad y trata de aprovecharla, ofreciendo una oportunidad de desarrollo a cada una de ellas. Lo mismo deberíamos hacer en la Argentina. No es tanto aceptar una teoría sino establecer una práctica.
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