martes, 1 de marzo de 2016

ESPAÑA EN LA PRENSA BRITÁNICA

UNA MISIÓN (NO TAN) IMPOSIBLE
Sid Lowe *

Un amigo mío, corresponsal en España del más prestigioso diario británico, solía quejarse de que su trabajo consistía, básicamente, en gilinews. España —decía— no daba para más, sencillamente, no tenía importancia más allá de sus fronteras, y en Inglaterra menos aún. España era fuente de historias curiosas, de gente rara y de fiestas,de toros, tomatinas y fallas. Y poco más. Publicaba lo que hacía reír a la gente, no lo que consideraba realmente importante.Venía de cubrir Irlanda del Norte, tema de peso donde los haya, y, aunque se lo pasaba muy bien tomando cervezas en Madrid, tenía ganas de que le mandaran a algún país donde hubiera «noticias de verdad». O sea, Francia o Alemania. Hasta Italia. España no era un país de primera fila —decía—, y cuando las tropas españolas invadieron la isla de Perejil confirmó lo que pensaba, que esto no va en serio. España es «noticia broma», no «noticia bomba».

Ese amigo se ha marchado ya. Quizá si hubiera aguantado n tiempo, estaría más contento ahora (aunque hubiera tenido que dedicarse también a los deportes), ya que las cosas han cambiado. Unos años más tarde, se sabe mucho más de España que en aquel entonces, hay más interés más conocimiento. España gusta, cae bien, interesa (sobre todo por un hombre, de quien ya hablaremos).

Pero no nos pasemos. En Inglaterra, España sigue sin ser una gran potencia en términos mediáticos. La prensa sensacionalista prácticamente la ignora, como también hace con cualquier país que no tiene impacto directo en la vida de Inglaterra. Es una prensa con una mentalidad muy cerrada; el Reino Unido es una isla, y no sólo físicamente. Los ingleses, en general, no hablamos idiomas ni tenemos mucho interés en otros países. Solo se habla de España cuando se ve involucrado algún inglés, como en el caso de Tony King, por ejemplo.
Lo que sabemos de España es (o, mejor dicho, era) más bien limitado. Si la prensa sensacionalista representa a la gente normal y corriente, entonces no sorprende que España tenga poca repercusión más allá de la posibilidad de comprar casas y veranear en sus costas. Y, bueno, todos sabemos que la España de estas costas es una España donde quemarse al sol, beber pintas de cerveza y comer fish and chips.
Pero la prensa sensacionalista no anda solita. A España periódicos como The Mail y The Express, en cambio, la tratan con su habitual mezcla de racismo, tópicos y estupidez.
Que si los toros, que si el sol, que si burro-taxis, que si las costas, que si la mentalidad latina; me acuerdo sobre todo de una disputa hace unos años entre España y Canadá acerca de cuotas de pesca. The Mail presentó quince motivos por los cuales teníamos que apoyar a los canadienses y no a los españoles, entre ellos que España tenía «una Constitución escrita por un dictator que se llama Franco» (!) y «lo de la Armada» (!). En fin, España ha sido en ocasiones vista y tratada (si es que lo ha sido de alguna manera) como un país casi tercermundista.

Distinta es la prensa broadsheet, más seria, más pensativa, más profunda y pausada. Este tipo de prensa sí que habla sobre España, sí que sabe algo del país. Tiene corresponsales permanentes aquí (algo que no era el caso de los The Sun, The Mirror, The Mail, etc.) y corresponsales con un interés real en el país (¡bueno, menos ese amigo
mío!). Los diarios más izquierdistas, como The Independent y The Guardian, también tienen interés en la historia del país, curiosidad. La Guerra Civil española sigue teniendo un atractivo tremendo; aún es una guerra romántica. La tradición de los Orwell, Hemmingway y Lee perdura. España tiene su aquel, de eso no hay duda.
Sin embargo, España no llega a tener el peso de otros países; aún da más pie a historias curiosas que a reportajes y noticias de gran impacto. Lo de la Guerra Civil genera investigaciones fascinantes, pero no titulares. Bueno, normalmente no.
Lo que sí tuvo mucho impacto, desde luego, fue el 11-M. Este suceso, mucho más que cualquier discurso de José María Aznar, presidente de Gobierno a quien pocos ingleses conocían, sirvió no solo para hacer que España fuera
noticia sino para unir a los dos países. Al ser víctima de un ataque terrorista de esa índole, España se convirtió de repente en un país de primera escala mundial, en un aliado natural de los Estados Unidos e Inglaterra. Consiguió lo que Aznar pretendía y no podía: hacer importante a España (aunque solo fuera momentáneamente).

La reacción del PP y el cambio de Gobierno consecuente mantuvieron a España en la primera página, como también lo hizo la decisión de José Luis Rodríguez Zapatero de retirar sus tropas de Irak, y desde entonces da la sensación de que lo que hace España tiene más repercusión.
Sin embargo, no hay nada que haya impactado tanto de España como su gran pasión y lo que más y mejor se exporta, el fútbol.
Debo confesar que, a pesar de haberme venido a España para completar una tesis doctoral acerca de la historia política de los años treinta (tesis que ya quedó aparcada), soy corresponsal de fútbol desde hace unos cinco años.
Así que igual exagero, pero creo sinceramente que el fútbol es lo que más ha suscitado interés entre los ingleses por España. Sobre todo por un hombre, el hombre a quien me refería antes, David Beckham.

Becks es toda una industria. Su impacto ha sido enorme.
Antes de que llegara a España el capitán de la selección inglesa, éramos cuatro gatos. Cuando llegó, trajo consigo una verdadera invasión inglesa de paparazis y periodistas.

De repente, The Mirror tenía corresponsal en España. No era corresponsal español, sino corresponsal de Beckham, pero algo era, y de repente España salía en la prensa inglesa.

Los cuatro gatos se habían multiplicado. Había corresponsales deportivos de The Mirror, de The Sun (que también, al igual que The Mirror, tenía un corresponsal que se encargaba de cubrir news, o sea, lo que hacía Becks fuera
del campo), de The News of the World, etcétera.
Puede que al principio sólo fueran los nombres de los clubes de fútbol, pero a través de los partidos de Beckham, televisados en Inglaterra, de los reportajes y de las entrevistas, la gente iba conociendo un poco a España. Muchos ya podrían decirte que en Galicia llueve o que Barcelona es Catalunya (y, para muchos, no España). Antes no. No todo ha sido positivo. Desgraciadamente, los ingleses, o algunos de ellos, ya saben quién es Ana Obregón. Y lo que es peor, lo de Becks no siempre ha servido para romper con los tópicos, sino para confirmarlos. El periodismo era muchas veces perezoso y jingoísta. Cuando se acusó a Beckham de mantener un affaire, Rebecca Loos pasó inevitablemente a ser la Sleazy Senorita (ni siquiera encontraban una eñe, ¿tan complicado era?). Y cuando Posh dijo: «España huele a ajo», nadie la criticó, sino que se reían. 
El comentario «confirmó» lo que muchos ya pensaban.
Sin embargo, no hay duda de que la estancia de David Beckham en Madrid ha dado frutos (que no trofeos; el Madrid sigue sin ganar nada). En su primer año salieron cuatro libros acerca de Becks in Spain y su llegada a España despertó gran interés por el estudio del español. Los alumnos, que tradicionalmente estudiaban francés, elegían ahora el español. Ha sido una fase pasajera, pero algo ha durado, algo ha quedado. La web de la BBC ofrecía «clases de español con Becks», que incluían frases como: «¡Ponte las gafas, árbitro!».
Los ingleses seguramente han aprendido más acerca
de España, lingüística y culturalmente, que el propio Beckham.
Pero sí que ha aprendido algo. Demostró su «mejora
» al llamarle «hijo de puta» a un linier en Murcia y recibir una tarjeta roja por ello. No se dio cuenta de la dureza de una tarjeta roja por ello. No se dio cuenta de la dureza de sus palabras, pero es que siempre, siempre, se empieza con los tacos. Y, créanme, los tacos unen también. Cuando llegó Michael Robinson a España hace ya muchos años, sus compañeros en el Osasuna mandaban al ingenuo al bar a pedir «seis hijos de puta». Ahora el de Canal Plus se siente más español que inglés, y no sólo porque sea capaz de fumar tres cartones de Marlboro al día.
Si Robinson ayudó a crear la imagen de un inglés simpático, muy distinto de los borrachos que se queman y vomitan en Benidorm, lo mismo ha ocurrido en Inglaterra. La llegada de Becks a España se ha visto complementada por
la oleada de jugadores españoles que han aterrizado en Inglaterra
procedentes de España. Especialmente los que han llegado a Liverpool, bienvenidos sean.

Se puede decir que, por el fútbol, los ingleses ya le tienen más cariño a España, que ya la conocen más, que ya tienen más curiosidad, más ganas de descubrirla, de unirse a España. Aunque solamente sea por el fútbol, los ingleses están fascinados por lo español. Y, en Liverpool sobre todo, están encantados. Bajo el mando de Rafael Benítez, y con un equipo en el que militan Xabi Alonso y Luis García, el Liverpool se proclamó campeón de Europa por primera vez en veinte años. En Anfield ya no sorprende
ver banderas españolas adornadas con el famoso lema del club: You’ll Never Walk Alone («Nunca caminarás solo»).

Progreso ha habido, y unión también. De esto no hay ninguna duda. España ya tiene un hueco en el corazón inglés.
Sin embargo, por mucho que haya cambiado, nos vemos obligados a volver a lo de antes, no nos pasemos.

Cuando ETA declaró una tregua permanente la prensa broadsheet inglesa lo reflejó con artículos, análisis y comentarios; The Mail, The Express, etc., también cubrieron la noticia, aunque con menos profundidad; pero no hubo nada —nada de nada— en la prensa sensacionalista (la prensa, no lo olvidemos, que más vende).
«Quizá —me dijo un amigo de The Sun— si se hubiera escrito “David Beckham puede dormir más tranquilo, ya que ETA ha declarado una tregua”, se habría publicado algo, se habría mencionado brevemente». Sí, ya, quizá. 

Sid Lowe es corresponsal deportivo en Madrid del diario
británico The Guardian.

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