¿Dos condiciones
sociales simétricas?
Carlos A. Trevisi
El hombre es una totalidad en permanente elaboración. Aunque asintótica en
los logros, esa totalidad "vivant" es la única verdadera garantía de
libertad. Por eso el sistema hace lo posible por fracturarla. El capitalismo
que promueve la globalización, que es la estructura en la que se asienta el
sistema, es incompatible con el hombre: cualquiera sea la condición
socioeconómica que padezcamos (la miseria más rampante o la escasez más
vergonzante), o la que alcancemos (una abundancia esclavizante o la riqueza más
exuberante), nuestras vidas se difuminan en una intrascendencia de la que ni
siquiera alcanzamos a tomar conciencia.
Hace unos años publiqué “La escasez, causal de disolución
social” (en Propuestas para una antropología argentina, Editorial Biblos,
Bs. As. 1990) Me sobraban argumentos para sacar adelante un “paper” que se
había estructurado desde la escasez misma: un trabajo de campo en el
asentamiento “Facundo Quiroga” de Lomas de Zamora, una ciudad del Gran Buenos
Aires.
[Ver LIBROS (http://www.fundacionemiliamariatrevisi.com/ LIBROS1.htm) en la Web de la Fundación E.M.Trevisi]
[Ver LIBROS (http://www.fundacionemiliamariatrevisi.com/ LIBROS1.htm) en la Web de la Fundación E.M.Trevisi]
Doce años después de la experiencia en el asentamiento, en PÁGINA12 (http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais
/1-13993-2002-12-10.html#inicio) de fecha 10 de diciembre de 2002, aparece un artículo en el que se lee
que poco han cambiado las cosas.
Transcurridos 15 años desde entonces, la vida y sus circunstancias me
trajeron al Primer Mundo, donde, no bien me acomodé, fui descubriendo que en
cuanto a “disoluciones”, la abundancia pega tan fuerte como la escasez.
La escasez se incorpora al hombre, pasa a formar parte de él; afecta todo
su ser. Víctima de la pobreza –privación de lo necesario- (que no de la
miseria, que es carencia de lo imprescindible), en su lucha por la supervivencia,
aplasta a sus semejantes. No sabe a dónde va, pero va; a los codazos,
abriéndose paso como puede, dejando el tendal, pero va. Sabe que en una
sociedad signada por la escasez, el más débil sucumbe. Es la ley de la selva;
darwinismo puro: sólo el más apto sobrevive.
En Argentina el “escaso” no siempre lo ha sido. Es el tipo que se asomó al
desarrollo de la década del sesenta y se agobió con el subdesarrollo -pobreza-
que sobrevino años después. Perduran en su memoria social los logros de antaño,
y en lo personal se siente depositario de principios aprendidos que, llegado el
momento, sin embargo, en su afán por volver a épocas mejores, no tiene ningún
inconveniente en traicionar. Es el prototipo del arribista: cuando llega exhuma
su rencor social. Es el caso de los peronistas en Argentina y será el caso de
los bolivianos que lleguen con Evo Morales. Parece una fatalidad inexorable: La
escasez los devorará. ¡Qué grandísima tristeza!
En la abundancia, la lucha primera es para hacerse con las cosas para sentir
satisfacción en ellas. Su meta es llegar a las cosas. Pero un profundo desconocimiento de las propias circunstancias
hace que aspire a lo que no es propio de sus necesidades; consecuentemente, de
poseer, posee inútilmente; sólo para parecerse a los demás, a los que tienen.
El hombre abundante vive al margen de los principios, a los que no apela.
Es un pragmático. Sabe dónde va porque sabe dónde encontrarlas. Su viaje de ida
hacia lo que busca hace escala en cada logro y se reanuda de inmediato en tanto
aspira a más y más. En su tránsito pierde el disfrute de lo que consigue: las
cosas lo devoran. ¡Y no se da cuenta!
Muy lejos de las virtudes que deben animar una vida, ni escasos ni
abundantes, espejan bondad ni propenden a dejarse guiar por su conciencia, que
mimetizan con la conciencia colectiva.
Ninguno de los dos
puede despegar de su condición de individuo para lanzarse a un encuentro
enriquecedor de la relación que debe mantener con los demás; no son capaces de
reconocer el mundo y trascenderlo en cuanto creadores de circunstancias nuevas;
no llegan a ser personas en estado de sosiego ni del encuentro íntimo para
salir en busca de la verdad; sus análisis y críticas no enraízan en la génesis
ni en las entrañas de los hechos; su conducta no entiende de solidaridad ni sus
exigencias de diálogos; son estrechos y cerrados; no se entienden con el
entorno; son dependientes y fríos; calculadores; viven alienados por el fárrago
de sus circunstancias y ajenos al gran llamado a participar de un mundo en
permanente ejecución.
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