Comentario de Carlos A. Trevisi
A
diferencia de otros papas más centrados en la `institución´ Iglesia que en los
hombres, Francisco vuelve a la comunidad, a la gente, sea católica o no, con un
discurso que nos mueve a reflexionar acerca del interés que ponemos sobre los
necesitados. Al margen de sus reflexiones con fondo religioso que pueden
compartirse o no, aparece en escena un hombre mundano que ve la realidad y la
vive con el alma abierta, con ojos que ven, con afecto por el prójimo,
con voluntad de cambio. Como corresponde a un buen cristiano habla de los que
sin ser malos viven enfermos de "Mundanidad".
Comentando la parábola del rico epulón, un hombre vestido
"de púrpura y lino finísimo" que "cada día se daba a grandes
banquetes", el Papa observa que no se dice de él que fuera malo: al
contrario, "quizás era un hombre religioso, a su modo. Rezaba, quizás,
alguna oración, y dos o tres veces al año seguramente se dirigía al Templo
a hacer los sacrificios y daba grandes ofrendas a los sacerdotes, y
ellos, con esa pusilanimidad clerical, le daban las gracias y le hacían sentar
en el sitio de honor" Pero no se daba cuenta de que a su puerta había un pobre mendigo, Lázaro, hambriento, lleno de llagas,
"símbolo de la tanta necesidad que tenía". El Papa explica la
situación del hombre rico: "Cuando salía de casa, eh no ... quizás el
coche con que salía tenía los vidrios oscurecidos para no
ver lo de fuera... quizás, no lo sé... Pero seguramente sí, su alma,los ojos de su alma, estaban oscurecidos para no ver.
Sólo veía dentro de su vida, y no se daba cuenta de lo que le sucedía a este
hombre, que no era malo: era enfermo.Enfermo de mundanidad.
Y la mundanidad transforma las almas, hace perder la conciencia de la realidad:
viven en un mundo artificial, hecho por ellos ... La mundanidad anestesia el
alma. Y por esto, este hombre mundano no era capaz de ver la
realidad". Y la realidad son los
muchos pobres que viven junto a nosotros: "Muchas personas que
llevan la vida de forma difícil, de modo difícil; pero si yo tengo el corazón
mundano, nunca entenderé esto. Con el corazón mundano no se puede entender la
necesidad de los demás. Con el corazón mundano se puede ir a la Iglesia, se
puede rezar, se pueden hacer muchas cosas. Pero Jesús, en la Última Cena, en la
oración al Padre, ¿qué pidió? ‘Por favor, Padre, custodia a estos discípulos
que no caigan en el mundo, que no caigan en la mundanidad. Es un pecado sutil, es más que un pecado: es un estado pecador del
alma". En estas dos historias - afirma el Papa - hay dos
juicios: una maldición para el hombre que confía en el mundo y una bendición
para quien confía en el Señor. El hombre rico aleja su
corazón de Dios: "la su alma está desierta", una
"tierra de salinas donde nadie puede vivir", "porque los
mundanos, para la verdad, están solos con su egoísmo". Tiene "el
corazón enfermo, tan apegado a esta forma de vivir mundana que difícilmente
podía curar". Además - añade el Papa - mientras el pobre tenía un
nombre, Lázaro, el rico no lo tiene: "no tenía nombre, porque
los mundanos pierden el nombre. Son sólo uno de la muchedumbre acomodada, que
no necesita nada. Los mundanos pierden el nombre".En la parábola, el
hombre rico, cuando muere se encuentra en los tormentos del infierno, y pide a
Abraham que envíe a alguno de entro los muertos a advertir a sus familiares aún
vivos. Pero Abraham responde que si no escuchan a Moisés y los Profetas, no
creerán ni aunque resucite uno de entre los muertos. El Papa afirma que los
mundanos quieren manifestaciones extraordinarias, y sin embargo "en la
Iglesia todo está claro, Jesús habló claramente:
ese es el camino. Pero hay al final una palabra de consuelo". "Cuando
ese pobre hombre mundano, en los tormentos, pide que le envíe a Lázaro con un
poco de agua para ayudarle, ¿cómo responde Abraham? Abraham es la figura de
Dios, el Padre. ¿Cómo responde? ‘Hijo, acuérdate ...'. Los mundanos han perdido el nombre. También nosotros,
si tenemos el corazón mundano, hemos perdido el nombre. Pero no somos
huérfanos. Hasta el final, hasta el último momento hay la seguridad de que tenemos un Padre que nos espera. Confiemos en Él.
‘Hijo'. Nos llama ‘hijo', en medio de esa mundanidad: ‘hijo'. No somos
huérfanos".
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