Luces y sombras
Crece
la importancia y la presencia de nuestro idioma. Ahora hay que conseguir que
eso se traduzca en un incremento de su peso en organismos internacionales y en
foros científicos, tecnológicos y literarios
Nadie duda de la vitalidad de que goza hoy el español en
el mundo. Los más de 450 millones de hablantes en los cinco continentes, el
incremento sostenido de su presencia en Estados Unidos, el peso creciente de la
cultura en español generada en América y su presencia, como tercera lengua de
comunicación, en Internet son factores que lo ponen de relieve por encima de
cualquier otra consideración. Subrayar esos aspectos, a los que expertos de las
más diversas disciplinas e instituciones como el Instituto Cervantes o la RAE,
o los departamentos de español de las más prestigiosas universidades de España
y América se vienen refiriendo con insistencia desde hace casi una década, es
casi una tautología.
Es decir, un idioma que se habla en más de 20 países de
cuatro continentes cuenta en Europa con un grado de reconocimiento
institucional y ciudadano similar al de lenguas minoritarias como el flamenco,
el finés o el polaco. En pleno 2011, más de un cuarto de siglo después de la
entrada de nuestro país en la Unión, no parece razonable ni justo ese
tratamiento. Sobre todo porque la cuantificación del número de hablantes en el
viejo continente se establece solo con los habitantes de las comunidades de
España que no son bilingües, lo que reduce su número a 30 millones frente a los
46 millones reales. A ese factor es preciso añadir dos no menos importantes: el
primero, que al comienzo de la segunda década del siglo XXI no es posible
sustraernos a la nueva realidad generada por la creciente presencia, en los más
diversos países europeos, de una población inmigrante de primera y segunda
generación y de origen latino e hispanohablante por encima de los cuatro
millones de personas; el segundo, que un país (una lengua) que cuenta en el
territorio de la Unión con casi 40 centros de una institución como el
Cervantes, que, además, viene jugando desde hace años un papel de puente entre
Europa e Hispanoamérica, ha de contar con el reconocimiento oficial de esa
realidad.
Por otro lado, la presencia del español en Internet, en
las redes sociales, en la web 2.0, no nos habla solo de vitalidad. Pese a haber
crecido un 650,9% entre 2000 y 2009 y ser una lengua multicultural (como la
inglesa o, en menor medida, como la francesa) a través de la cual se canaliza
el 33,2% de las consultas en Internet, hay que destacar que solo el 7,9% de los
usuarios se comunican en español en la Red. A ese respecto es llamativo el
hecho de que la página web del "Día del español", celebrado por el
Instituto Cervantes en 2009 y 2010, pese a la difusión y al éxito que tuvo en
el universo hispanohablante, recibiera en su segunda edición y a lo largo de
dos meses y medio cerca de 760.000 visitas de todo el mundo, es decir, el
equivalente al nivel de audiencia del informativo más seguido de las cadenas
televisivas de presencia intermedia de nuestro país, algo que previsiblemente
será superado con creces en próximas ediciones pero poco revelador de la
vitalidad y extensión del idioma. Y si nos referimos al ámbito de la enseñanza
constatamos que, en el mundo, solo el 6% de los estudiantes de lengua
extranjera estudian español frente al 69% del inglés, por debajo del francés,
que alcanza el 7%, y casi empatada con el 5% de estudiantes de alemán. Existe,
por tanto, una notable descompensación entre las cifras que aporta la Red, el
número de personas que tienen el español como lengua materna (o de
hispanohablantes en su conjunto) y el volumen de población interesada en
aprender español. Es evidente que en la última década todos los indicadores han
mejorado (es clave, en ello, el crecimiento demográfico en Latinoamérica), pero
de manera asimétrica y descompensada. Porque, desde el punto de vista
cualitativo, está muy lejos de existir una correspondencia entre la vitalidad
del español en la Red y el volumen de consultas que se producen en los
buscadores de mayor uso (sobre todo en Google), de un lado, y la reducida presencia
de hispanohablantes en los foros internacionales de mayor nivel científico,
tecnológico, literario, de pensamiento, de otro. Al igual que ocurre con las
publicaciones científicas en papel, la lengua inglesa domina en ese tipo de
páginas y portales de manera casi absoluta, siendo en ellos el peso del español
poco más que testimonial.
La lengua de Varga Llosa y Blas de Otero, de Antonio
Gamoneda o Ricardo Piglia, de Gloria Stefan y Silvio Rodríguez o de Pedro
Guerra e Ismael Serrano, del diario EL PAÍS o del chileno La
Tercera, goza de una enorme vitalidad, sin duda. Y es una
lengua en permanente renovación, que metaboliza aportaciones de la más diversa
procedencia. Pero esa conciencia no puede llevarnos a la autosatisfacción. La
autocrítica siempre es saludable y no son pocas las razones para ejercerla. En
cualquier caso, las sombras señaladas ponen de relieve la importancia de
invertir en español, de recuperar, al tiempo que salimos de la crisis, el ritmo
de apertura de nuevos centros del Cervantes en el mundo. Todos los recursos que
se destinen a impulsar y desarrollar esa "industria" poliédrica, a
veces intangible, serán pocos. El desafío de más enseñanza de nuestra lengua,
de más cultura en español es, en el fondo, una apuesta por más economía, más
empleo, más posibilidades de negocio, de intercambios comerciales, de
influencia social, civil y política en definitiva.
Manuel Rico es
escritor y crítico literario. Su última novela, Verano, obtuvo el Premio Gómez de la Serna 2009
de narrativa. Entre julio de 2007 y mayo de 2010 fue directivo del Instituto
Cervantes.
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