Elecciones: la voluntad colectiva en juego
por Vicente Espeche
Gil (Revista CRITERIO, http://www.revistacriterio.com.ar/)
El resultado de las elecciones del 25 de octubre
está siendo convenientemente explicado desde el lunes 26, cuando se ve todo con
la claridad de lo que ha sido develado. Las señales estaban allí desde antes,
pero no era fácil interpretarlas en medio de la nube hecha de intereses,
distorsiones intencionadas y voluntarismos varios.
Muchos elementos definirán el resultado de la
ronda electoral final del 22 de noviembre. Entre ellos, el papel que de ahora en
más pongan en juego las distintas dirigencias y los efectos que la nueva
situación creada genere en la economía, entre otros factores. Pero hay uno que
es predominante: el de la misteriosa voluntad colectiva.
Cada elección manifiesta el verdadero acto de
voluntad colectiva. Una voluntad que ha tratado de interpretarse previamente por
medio de la intuición de los políticos y de los analistas, y el frecuente
recurso a los sondeos de opinión, algunas veces elaborados como las estadísticas
a medida.
Pero la voluntad política que se muestra en las
urnas es lo definitivo. En el caso argentino, podría decirse que esa voluntad es
un compuesto “PIP”, hecho de percepción, interés y paciencia que se va formando
durante varios años en la cultura institucional de la ciudadanía. Esta cultura
es, a su vez, consecuencia de la conducta de los ciudadanos en su demanda a las
autoridades y su respuesta a los dictados, decisiones y expresiones de las
autoridades.
Los resultados sorpresivos de las elecciones del
domingo podrían entonces explicarse por una percepción de que el “modelo” ya no
generaba las expectativas prometidas o esperadas; los intereses ya no parecían
seguir siendo satisfechos y la paciencia había sido colmada por el abuso de la
omnipresente figura presidencial.
¿Qué
idea ganó?
por Diego
Botana
El domingo pasado, 25 de octubre, una vez que el
oficialismo se decidió a publicar los resultados, la ciudadanía vivió una
sorpresa que nadie anticipó: la provincia de Buenos Aires cambió de signo
político luego de 28 años ininterrumpidos de gobiernos peronistas (en sus
distintas vertientes) y, por primera vez desde 1994, se pondrá en uso el
mecanismo de la segunda vuelta electoral.
Quedan claros, en esta coyuntura, los ganadores y los
perdedores. Basta ver sus rostros para sacar algunas conclusiones. Parece
importante pensar, entonces, cuál es la idea que prevaleció el domingo
25.
El Frente Cambiemos, como su nombre lo indica,
propugna el cambio. Sergio Massa se paró en una postura moderada, hablando del
“cambio justo”. Finalmente, los votantes le restaron apoyo (tomando como
referencia las PASO de agosto), a quien demostró ser la continuidad del modelo
kirchnerista.
Con independencia del resultado de la segunda vuelta,
un primer análisis muestra –claramente– un cambio en el rumbo. También se
refleja una sociedad fracturada. El centro geográfico, liderado por Buenos Aires
(capital y provincia), Córdoba, Santa Fe y Mendoza, motorizan esta idea de
cambio. El norte y el sur, por el contrario, apuestan por la continuidad. La
excepción a esta regla fue el holgado triunfo de Gerardo Morales en
Jujuy.
¿Apunta la idea del “cambio” a una democracia más
republicana? Si ese fuera el caso, los representantes de esta idea deberían
acometer el déficit del que adolecieron los gobiernos de Alfonsín y De la Rúa:
la eficacia. Vale decir, una democracia representativa, republicana, federal, y
eficaz.
Cuando hablamos de eficacia, lo hacemos desde el
prisma de los derechos fundamentales. No solamente desde lo económico, sino
fundamentalmente desde lo estructural. La idea constitucional toma como base y
fundamento la dignidad de la persona, sus derechos y sus obligaciones
ciudadanas. La eficacia de la que hablamos requiere posar la mirada en los más
desprotegidos.
El potencial de la Argentina, pues, habrá que
liberarlo desde esta premisa. El lugar común que todos escuchamos sostiene que
el peronismo es el único capacitado para gobernar este país, con todas sus
defecciones. El “no peronismo”, por el contrario, fracasa en sus
intentos.
En esta coyuntura, quienes se dicen republicanos, o
que propugnan una manera distinta de manejar la cosa pública, hasta la fecha no
han demostrado la capacidad de ser eficaces. Los “vientos de cambio”, entonces,
para que sean tales, deberían soplar sobre la idea de república, de eficacia en
la gestión y en la mirada hacia los más desprotegidos.
La carencia de bienes públicos básicos es patente. El
Estado –en sus diversos estamentos– está infiltrado por la mafia y el
narcotráfico. Basta hablar con cualquier cura párroco de los barrios humildes
del Gran Buenos Aires para confirmarlo. Por su parte, la educación requiere un
salto de calidad. Además, el ciudadano precisa contar con información
veraz.
La lista es intensa, larga y
compleja.
La clave del salto de calidad en la vida de los
argentinos, entonces, estaría dado por una rara combinación política: la idea de
república democrática, eficacia en la gestión, el Estado presente entre los más
pobres, y criterios de verdad, honestidad y veracidad.
El desafío es gigantesco. La ciudadanía parece
encaminarse a esta idea.
Comentario de Carlos A. Trevisi
La lejanía que me separa de la Argentina ha ido echando en el olvido más de una cara que hoy día, casi 20 años después, se me presentan avejentadas; arrugas que zurcan facciones que otrora lucían lozanas y cabezas que peinan canas hacen irreconocibles a sus portadores.
Lo que no cambia es el discurso. Entiendo que habrá que esperar dos o tres décadas más para que el mundo decida qué hacer con un país que pintaba en el mejor nivel como para decir lo suyo. Lo lamentable es que el recorrido para tales logros no lo harán los argentinos: basta con ver Buenos Aires, su engañoso esplendor, para comprobar que ya se ha iniciado una marcha en la que van cayendo millones de personas ilusionadas con llegar a una meta que les será ajena, que estará en manos de los que les darán de comer a costa de arrebatarles una vida que lleva años de agobio y desesperanza, aunque ilusa.
Algo parecido sucede en España. Ya se han olvidado del Quijote y del panzón; los han reemplazado por la Merkel.
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