BUTTERFLY
María Angélica de Marco
Buenos Aires, oct. 2015
El
pasado verano cursé Escenografía e Iluminación artística en el teatro Colón. A
mitad de clase, teníamos un descanso de veinte minutos, que yo utilizaba para curiosear
todo lo que estaba a mi alcance. Bajaba la escalera hasta el primer piso y recorría
cada uno de sus palcos, la alfombra roja y curva fue testigo de mis sigilosas
visitas. Así, abriendo y cerrando
picaportes de bronce llegué al palco presidencial. Primer piso sobre la entrada
principal, predominio total del recinto, vista perfecta. Me senté en todas sus
butacas, acaricié sus molduras, el brocato de las paredes y debido al influjo
de su historia, lo declaré, sin la menor vacilación, “mi palco”. Sentada en la semipenumbra
presenciaba ensayos o recorría visualmente la solemnidad de la sala. La cúpula
restaurada con los frescos del maestro Soldi, la araña con cientos de cristales,
los apliques, sus pesados cortinados. La baja intensidad de las luces y el
silencio predominante, me hacían entrar en un mundo de fantasía donde no era
extraño ver pasar a Stravinsky, Toscanini, Caruso o la Callas paseando entre
bambalinas como “Casta Diva” o la
Caballé con su “Barcarola”. Una a una mis ojos recorrían las
butacas imaginándolas a pleno en importantes estrenos. Entonces me preguntaba y
lo sigo haciendo, si esos fervorosos concurrentes, tan elegantes y entusiastas,
tendrían idea de la magia que hay allí,
cuando está desierto.
Una
tarde, mientras disfrutaba del ensayo de una pareja de bailarines guiados con
rigor por su coreógrafa, encontré en el palco vecino a mi derecha, a la
protagonista de Madame Butterfly que había elegido la tranquilidad del lugar
para descansar. Vestía un kimono blanco
bordado en hilos de oro y llevaba en sus
manos un abanico granate con varillas de nácar. No dudé en saludarla, hablarle
de mis cursos y contarle la admiración que sentía por la ópera que ella
protagonizaba, especialmente por el aria “Un bel dí vedremo” y el sentimiento
que despertaba en mí el escucharla. Ella dijo, con voz dulce, que en ese aria estaba
depositada toda la fuerza y esperanza de
su amor.
- Piccina, moglietina, olezzo di verbena
–murmuré…y me miró sin decir palabra.
El siguiente tiempo lo ocupé con mi charla
y debí retornar al curso poco menos que corriendo.
- Adiós, Cio Cio Sang, celebro haberte
conocido –dije nombrando al personaje.
Ella
inclinó la cabeza en señal de saludo y yo sentí que estaba frente a la protagonista
original.
En
el recreo del día siguiente, mientras bajaba las escaleras y recordaba por
enésima vez, el encuentro pasado, las notas de Puccini me hicieron apurar el
paso. Entré a “mi palco”. Ella estaba
allí, como el día anterior, sentada en el mismo sillón, con el kimono blanco
bordado en oro y el abanico granate en sus manos y esa sonrisa enigmática y tierna
a la vez.
A
partir de entonces nuestros encuentros se hicieron rutina, intercambiábamos
opiniones acerca de los personajes, la creatividad del compositor, las voces que habían llegado
a inmortalizarse con su interpretación. Era evidente que mi admiración y
conocimiento del tema la halagaba.
Una tarde me invitó al ensayo
general.
Me sentí orgullosa por la distinción.
Me sentí orgullosa por la distinción.
- Te agradezco mucho. Por nada del mundo
faltaré.
El
día fijado para acortar camino, entré por el pasaje Toscanini, el escaso movimiento
me indicó que era temprano. Después de
un rato de espera me acerqué a Mesa de Entradas.
- Hoy no hay ensayo general. ¿De dónde lo
sacaste? Para la semana próxima tenemos
ballet, pero ópera… por ahora no.
- Entendí mal entonces –dije turbada al
hombre que apoyado en el mostrador cuidaba celosamente la entrada.
– ¿Puedo subir a buscar algo que olvidé ayer? Es sólo un momento –aventuré.
– ¿Puedo subir a buscar algo que olvidé ayer? Es sólo un momento –aventuré.
- Hum… sabés que no se puede subir fuera de
clase… andá pero bajás enseguida, no me comprometas.
Juan
era responsable pero comprensivo, si hubiera estado el más viejo, con la cara
de perro que tenía, seguro me decía que no. Entré rápido en el ascensor, una
fuerza desconocida me impulsaba a estar
en “mi lugar”.
Cuando
llegué, Cio Cio Sang cantaba en el
escenario iluminado y como siempre que
ella imagina y promete, contuve el aliento.
En
el sillón que ocupara siempre Madame, había algo que la oscuridad no me
permitía distinguir, lo tomé y me acerqué a la puerta del palco en busca de
luz. Era un programa de Madame Butterfly, sin fecha de estreno y con dedicatoria. Las
letras filigranadas decían: “La nave blanca algún día entrará en el puerto y
será por mí. Gracias por tu admiración Cio Cio Sang”. Entre las hojas de extraño papel descansaba
su abanico granate con varillas de nácar. Volví a mi lugar. En el escenario
había penumbra y silencio, el telón de terciopelo descansaba inmóvil.
Butterfly
ya no estaba… había desaparecido. Imperceptiblemente.
Como una mariposa.
Como una mariposa.
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