miércoles, 21 de octubre de 2015

BUTTERFLY

BUTTERFLY

María Angélica de Marco
Buenos Aires, oct. 2015

     El pasado verano cursé Escenografía e Iluminación artística en el teatro Colón. A mitad de clase, teníamos un descanso de veinte minutos, que yo utilizaba para curiosear todo lo que estaba a mi alcance. Bajaba la escalera hasta el primer piso y recorría cada uno de sus palcos, la alfombra roja y curva fue testigo de mis sigilosas visitas.  Así, abriendo y cerrando picaportes de bronce llegué al palco presidencial. Primer piso sobre la entrada principal, predominio total del recinto, vista perfecta. Me senté en todas sus butacas, acaricié sus molduras, el brocato de las paredes y debido al influjo de su historia, lo declaré, sin la menor vacilación, “mi palco”. Sentada en la semipenumbra presenciaba ensayos o recorría visualmente la solemnidad de la sala. La cúpula restaurada con los frescos del maestro Soldi, la araña con cientos de cristales, los apliques, sus pesados cortinados. La baja intensidad de las luces y el silencio predominante, me hacían entrar en un mundo de fantasía donde no era extraño ver pasar a Stravinsky, Toscanini, Caruso o la Callas paseando entre bambalinas como “Casta Diva” o la Caballé con su “Barcarola”. Una a una mis ojos recorrían las butacas imaginándolas a pleno en importantes estrenos. Entonces me preguntaba y lo sigo haciendo, si esos fervorosos concurrentes, tan elegantes y entusiastas, tendrían idea de  la magia que hay allí, cuando está desierto.
     Una tarde, mientras disfrutaba del ensayo de una pareja de bailarines guiados con rigor por su coreógrafa, encontré en el palco vecino a mi derecha, a la protagonista de Madame Butterfly que había elegido la tranquilidad del lugar para descansar.  Vestía un kimono blanco bordado en hilos de  oro y llevaba en sus manos un abanico granate con varillas de nácar. No dudé en saludarla, hablarle de mis cursos y contarle la admiración que sentía por la ópera que ella protagonizaba, especialmente por el aria “Un bel dí vedremo” y el sentimiento que despertaba en mí el escucharla. Ella dijo, con voz dulce, que en ese aria estaba depositada  toda la fuerza y esperanza de su amor.
- Piccina, moglietina, olezzo di verbena –murmuré…y me miró sin decir palabra.
    El siguiente tiempo lo ocupé con mi charla y debí retornar al curso poco menos que corriendo.
- Adiós, Cio Cio Sang, celebro haberte conocido –dije nombrando al personaje.
    Ella inclinó la cabeza en señal de saludo y yo sentí que estaba frente a la protagonista original.
     En el recreo del día siguiente, mientras bajaba las escaleras y recordaba por enésima vez, el encuentro pasado, las notas de Puccini me hicieron apurar el paso. Entré a “mi palco”.  Ella estaba allí, como el día anterior, sentada en el mismo sillón, con el kimono blanco bordado en oro y el abanico granate en sus manos y esa sonrisa enigmática y tierna a la vez.
   A partir de entonces nuestros encuentros se hicieron rutina, intercambiábamos opiniones acerca de los personajes, la creatividad del compositor,  las voces que  habían  llegado a inmortalizarse con su interpretación. Era evidente que mi admiración y conocimiento del tema la halagaba.
              Una tarde me invitó  al  ensayo general.  
             Me sentí orgullosa por la distinción.
- Te agradezco mucho. Por nada del mundo faltaré.
  El día fijado para acortar camino, entré por el pasaje Toscanini, el escaso movimiento me indicó que era temprano.  Después de un rato de espera me acerqué a Mesa de Entradas.
- Hoy no hay ensayo general. ¿De dónde lo sacaste? Para la semana próxima  tenemos ballet, pero ópera… por ahora no. 
- Entendí mal entonces –dije turbada al hombre que apoyado en el mostrador cuidaba celosamente la entrada.
 – ¿Puedo subir a buscar algo que olvidé ayer?  Es sólo un momento –aventuré.
- Hum… sabés que no se puede subir fuera de clase… andá pero bajás enseguida, no me comprometas.
     Juan era responsable pero comprensivo, si hubiera estado el más viejo, con la cara de perro que tenía, seguro me decía que no. Entré rápido en el ascensor, una fuerza desconocida me impulsaba  a estar en “mi lugar”.
   Cuando llegué, Cio Cio Sang  cantaba en el escenario  iluminado y como siempre que ella imagina y promete, contuve el aliento.
     En el sillón que ocupara siempre Madame, había algo que la oscuridad no me permitía distinguir, lo tomé y me acerqué a la puerta del palco en busca de luz. Era un programa de Madame Butterfly,  sin fecha de estreno y con dedicatoria. Las letras filigranadas decían: “La nave blanca algún día entrará en el puerto y será por mí. Gracias por tu admiración Cio Cio Sang”.  Entre las hojas de extraño papel descansaba su abanico granate con varillas de nácar. Volví a mi lugar. En el escenario había penumbra y silencio, el telón de terciopelo descansaba inmóvil.
     Butterfly ya  no estaba… había desaparecido. Imperceptiblemente. 
Como una mariposa.
           

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