Reflexión sobre
la imbecilidad
Se es imbécil
cuando desde la planicie de la percepción se aspira a las alturas de las
exigencias que impone el conocimiento (que no del saber, que ya son palabras
mayores), y la tal aspiración se pone en acto.
El imbécil
parte de la equivocación de que los demás son en él, rompiendo con la vieja
tradición judeo-cristiana de que el encuentro se produce a partir de la
necesidad de ser en los demás. Al no poder con la relación, el imbécil descarta
la alteridad y torna el diálogo en un alienante monólogo. Así, ni ve el
mundo, porque en su ostracismo no se anima a mirarlo, ni se ve en el
mundo, porque su estrechez de miras le impide la amplitud que es menester para
abarcar y la apertura necesaria para dejarse abarcar.
Clasifíqueselos
como se los clasificare, los imbéciles disfrutan del privilegio de haber forjado
una tenacidad que está en relación directa con la minusvalía que los acosa:
cuanto más imbéciles más tenaces.
Un imbécil jamás ceja en su empeño didáctico por ornamentar vidas ajenas con
conocimientos tan relevantes como saber dónde se come el mejor asado, porqué un
vino mendocino es más espeso que un vino de San Juan o por explicar
solemnemente los beneficios que encierra el armado de casitas con cerillas.
Admite y sostiene la vigencia de las cosas –a las que vive aferrado- con un
criterio cuántico: si la gran mayoría los acepta, pues nada, así ha de ser.
Cualquier interpretación subjetiva que ponga en tela de juicio su verdad lo
altera hasta el enfrentamiento. Incapaz de rebatir ideas (su saber meramente
libresco no lo autoriza), en el desacuerdo, descalifica a su circunstancial
víctima; sin embargo, es un derroche de generosidad personal en el acuerdo: se
atribuye toda la verdad. Categórico en la condena, pisa al caído, atribuyéndole
la entera responsabilidad de su derrota; no se queda atrás en su deprecio por el
que tiene éxito, de quien siempre sospecha.
Imbéciles hay,
en cambio, que, con todo que les caben las generales de la ley -son plenamente
inconscientes de su imbecilidad-, son mansos y cordiales: hasta da la sensación
de que tienen asumida la diferencia que los caracteriza. Se entregan a los demás
y es tal su amplitud que se prestan a todo. Son diligentes, no discuten, no
condenan a nadie y al contrario del otro imbécil, que no sirve para nada, estos
hacen la casita con cerillas, se la muestran a todo el mundo y, a lo
sumo, invitan a que otros lo hagan porque quedan muy bonitas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario