Acerca del cucharón
(2000)
Un día
cualquiera, volando hacia la nada: una escala en Frankfurt.
Difícil de guardar
–el tamaño de su media esfera lo aleja de la intimidad del cajón donde coloquian sus pares menores- solía pender a la
vista, como era costumbre en las cocinas de antaño, gracias a un cabo en
anzuelo que le confería destino de verticalidad y presteza de
asido.
Íntimo de gorduras,
caldos de pucheros (o cocidos, como se prefiera, que la semántica no
podrá con los contenidos) y comidas “de cuchara”, chorreante de esclerosantes y apetitosas grasas, con péndulos de
ajo porro enlazados cual húmedas bufandas verdes al cuello de un cabo que se
hace cucharón; pringoso, aún lavado, con algún que otro resabio de suciedad
negra que asoma donde se juntan sus partes, el noble utensilio, ante la
postergación a la que lo ha sometido la cocina de hoy, excluyente de
potajes, guisos y sopas, pero moderna, ágil, equilibrada y
abundante en desperdicios cárnicos triturados, sólidos, mordisqueables, ha sido relegado y yace
escondido en alacenas desde cuyas baldas asoma su cabo sin destino entre
enlatados y cajas varias “ad hoc” de todo aquello que
rueda por la casa: el pegamento, la tijera que ya no corta, el cepillo que da
brillo mañanero al calzado, pilas agotadas, trozos de hilo, lamparillas
quemadas...
Su vigencia, en
el ámbito de las grandes concentraciones a las que convoca la obligación
o la miseria –cuarteles, campa-mentos, ollas populares- no autoriza ningún
resplandor como no sea el funcional de acarrear jugos flacos de una olla
desnutrida que no sabe de comensales al plato indiferente.
Triste destino te
cupo, cucharón amigo.
Tú, que has sabido
acompañar cálidas cenas en torno a la mesa familiar, salpicando manteles
en el trasvase de la razón de ser de tu existencia, anticipando el sabor de la
comida en el humo que elevabas por encima de la sopera hirviente,
que has respondido ergonómicamente al manejo de madres y abuelas que te cogían
con firmeza, te evoco desde ésta, mi pobreza de deglutidor
de alimentos balanceados sípidos y odorosos, sentado solo a una mesa sin humos, sin mamá
y sin abuela, que cuelga del asiento que me precede.
NOTA
Ferlosio*
refiriéndose al cucharón como metáfora de lo que se abandona nos dice con
motivo del Premio Príncipe de Asturias con que fue galardonado: "Así,
abandonado, tirado por ahí, entre el desorden y la confusión de lumbres y
calderos, debe de haber algún cucharón, que ni siquiera llega a ser "EL
cucharón", porque sólo se tiene idea de que alguno había o tendría que
haber o parece verosímil que lo haya. Las cosas huelgan sueltas, desligadas las
unas de las otras, yacen desperdigadas sin que nadie las tenga sometidas a
control".
*
Carácter y destino, discurso
de Ferlosio con motivo de la entregas del Cervantes. [...] entre los valores y los bienes hay un antagonismo
irreductible" (http://www.uah.es/universidad/premiocervantes/documentos/discurso_ferlosio.pdf)
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