Juan José Estellez
A punto del K.O. técnico, los españoles nos despertamos a diario con la
emisora de las malas noticias. Un día las eléctricas nos dejan a dos
velas con un tarifazo del once por ciento y al otro llega Superrajoy
para anular la subasta y convocar previsiblemente otra que nos ponga la
subida en un seis para que todos celebremos la gallardía del gobierno.
Hoy, nos aprueban la ley mordaza y mañana la ley contra el aborto.
Desahucian a los desahuciados, vencen a los vencidos, se niegan a darle
la simple limosna de una tregua de invierno a la solemne pobreza
energética de este país.
Vivimos en un golpe de Estado al que no le hacen falta tanques: es mucho
peor arruinar a cualquier manifestante de por vida que encerrarlo un par
de noches en la Puerta del Sol. ¡Qué añoranza de Billy el Niño! ¡Contra
Fraga Iribarne vivíamos mejor!. Nos encañonan a golpe de talonario, nos
torturan con reformas laborales, echan a los tiesos de las universidades
y privatizan la salud sin derecho siquiera a montepío. Las pensiones
para quienes menos las necesitan. La tierra, para el que especula con
ella. Las cárceles están llenas de robagallinas y los fiscales se alían
con la defensa de la infanta para evitar que pueda defenderse ante el
banquillo de los acusados como cualquier hija de vecina. La jueza Alaya
es una heroína porque persigue a la maléfica Junta de Andalucía y a los
mangantes de UGT, pero el juez Ruz es un villano porque hace lo propio
con la Gurtel del PP. Tienen los medios y tienen los fines. Nos colocan
contra las cuerdas en una ofensiva que toma nuestras casas y nuestros
corazones. Si nadie piensa ya en revolución, ¿dónde está, al menos, la
resistencia, el simple derecho a la defensa propia?
En nuestro rincón, el de los perdedores, hay un sinfín de asambleas de
máximos, nacidas de la ira justa del 15-M, que ensayan nuevas
constituciones, propuestas inteligentes para acabar con la corrupción
sin límites, las colas del racionamiento del hambre, el acoso y derribo
de un sistema que huele a podrido como la Dinamarca de Shakespeare.
Piensan en el mañana quizá sin percibir que los de siempre nos están
llevando irremediablemente hacia el ayer, mientras los partidos y los
sindicatos al uso ni siquiera saben defender el día de hoy. Ignoramos si
nos recortan libertades para evitar que pensemos en que nos recortan
dinero y derechos o nos recortan dinero y derechos para evitar que
pensemos que nos recortan libertades. Pero lo cierto es que hay una
tijera en mitad de la rojigualda.
¿En qué se afana el resto del Estado, si es que no anda sólo en las
francachelas de las fiestas, en el dolce far niente de las vacaciones,
en el beber para olvidar simplemente? En días como estos, los parados
buscan empleo y los currantes buscan regalos. Hay quien se ocupa de su
propio sector, bien en las mareas que a veces se reúnen o en conflictos
aislados como los de Navantia, que a veces rompen el puente Carranza en
Cádiz y emerge las protestas de quienes lo cruzan a diario. Otros
deciden tomar el dinero y correr a la suyo, olvidarse del resto y que
gane el mejor, o el peor, siempre que ellos mismos ganen.
¿Rodean el Congreso o no es más cierto que el poder les rodea a ellos y
terminan en la trena o ante los tribunales de la injusticia, implacables
con los vulnerables y generosos con los poderosos? ¿Cuántos nos
dejaremos detener por los detenidos? Apenas quinientas manifestantes
–“pero, ¿dónde los hombres?”, que diría Rafael Alberti– contra el
retroaborto de Alberto Guiz Gallardón cuando Rouco y la Santa Madre
sacaban decenas de miles a las calles contra Bibiana Aido. Hubo un
tiempo en que algunos españoles arriesgaban su vida por la libertad de
todos. Hoy, nos lo pensamos dos veces porque una sanción no nos
permitirá pagar la hipoteca o los plazos del frigorífico. No hacen falta
censores porque el iva cierra teatros y prohíbe películas. O cierran
televisiones públicas por mucho que les favorezca su propaganda. El AVE
llega a París pero España es un cangrejo que corre hacia atrás mucho más
que un AVE.
Se escuchan gritos supuestamente patrióticos: Gibraltar español y
Cataluña también, pero ¿de qué España hablamos, de la del imperio o de
la de las libertades? No es el fascismo, en sentido estricto, quien nos
acosa, a pesar de que Franco y José Antonio sigan vivos en el colegio de
abogados de Madrid y en medio callejero nacional, sino que nos asedia el
viejo país tradicionalista a la par que borbónico, donde mandan los
espadones de las finanzas y los curas trabucaires: sin embargo, que
nadie pierda de vista que el huevo de esa serpiente está creciendo ya,
no sólo en los chalets de la alta burguesía sino en la infravivienda de
los suburbios. Tampoco es el liberalismo el que nos domeña: de serlo
así, no se meterían en nuestra cama, en nuestro sexo y en nuestras
costumbres.
Hogaño la emprenden contra la Ley de la Dependencia, para que sólo
dependamos de su caridad, como antaño prohibieron los convenios
colectivos para hacer inútiles los comités de empresa y los propios
sindicatos. En dos años, no sólo han logrado acabar con las conquistas
de treinta y cinco. Nos han dejado tan sonados que, desde nuestro
rincón, no sabemos si tirar la toalla de una vez por todas o morir en la
lona, aunque recibamos tantos golpes que ya ni siquiera distingamos
donde está nuestro adversario o donde su reflejo, como un laberinto de
espejos en donde anduviéramos perdidos: donde estaba ZP ahora está
Mariano, José María Aznar se refleja en Miguel Blesa y sus emails en los
sms de Luis Bárcenas, Angela Merkel se cruza con los hombres de negro,
el FMI con la OCDE, la burbuja inmobiliaria con las preferentes, los
ochos mil millones de Novagalicia con la sombra de Rodrigo Rato, Díaz
Ferrán en el banquillo y Fabra de rositas, la banca a salvo y treinta
mil personas sin techo según los últimos recuentos.
¿Quién está dispuesto a pegarle un revés de izquierdas a semejantes
campeones de los pesos pesados? Miramos alrededor y no vemos a nadie.
Nuestros pugiles no existen y nosotros no sabemos. Algún día es probable
que nos llegue la hora de la revancha pero el árbitro ya está acabando
hoy con la cuenta atrás de nuestra derrota. Quizá tendríamos que
levantarnos de un salto y volver al ring con la energía de los esclavos
y con la fuerza de los desesperados para que, al menos, esta vez no nos
ganaran por puntos los viejos pero tan nuevos amos del cortijo, chulos
del barrio, miserables y cainitas, los sepulcros blanqueados, los beatos
que imponen a sus dioses al resto, los del siempre hubo clases y esa
antigua gente de orden que tanto desorden provocan en quienes no son
como ellos.
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