sábado, 21 de diciembre de 2013

LA VIEJA IGLESIA

A propósito de la VIEJA IGLESIA
 
Curas pederastas.
 por Carlos A. Trevisi (2007)

 A raíz de un pago que deberá hacer el Arzobispado de Madrid por los abusos cometidos por un cura pederasta, no puedo menos que ratificar el anacronismo que vive la Iglesia. No me voy a referir a la repugnancia que causa hasta a los convictos más deleznables una actitud de esta calaña. Me referiré a los porqués de  esa incapacidad de verse en  el mundo (y de ver el mundo) que tienen los curas, y a la Iglesia, una organización críptica en manos de la gerontocracia.  Cuando la sociedad industrial, en su rápido desarrollo cayó en mil  excesos –matar de hambre a los trabajadores, excluirlos del alcance de las ventajas que ofrecían las grandes riquezas que generaba, negarles , en fin, el derecho a ser partícipes de una nueva forma de vida-, la Iglesia no quiso ver el nuevo pecado: el “pecado social”. Sempiterna aliada de los poderosos, hizo caso omiso del cambio que se estaba operando. 

Las luchas por los derechos y por la igualdad de todos los hombres, en su inexorable marcha, asumieron la  ”Justicia social” en el plano político-social, sin intervención de la Iglesia que bien pudo, entonces, dado el poder que le asistía, imponer la defensa de los más débiles “administrando” en el plano religioso la nueva modalidad de pecado.
  
La Iglesia-templo, siguió aferrada al pecado de la carne, del robo, del incesto y mil pecados más que desde siempre se han resuelto en los confesionarios, mano a mano con un cura,  ya  amenazante o comprensivo, según el “cliente”.  
La pirámide jerárquica de la Iglesia tenía en su base a los curas de pueblo que se servían de la confesión  para  transmitir a  la jerarquía –el obispo- el marco social de cada lugar y sus más destacados representantes, aunque sea decirse sin traicionar el secreto que conlleva, como será de aceptarse “pro reo”. Durante siglos, la Iglesia fue a la gente lo que son hoy las grandes empresas: durante la Edad Media como creadora de riqueza, con el modernismo, asesorando “espiritualmente” a las monarquías y hoy día, aunque asustada, siempre del lado de los poderosos. 
  
Una nueva modalidad socioeconómica impuso la deslocalización de las gentes, que se fue marchando a las grandes ciudades. El templo fue perdiendo prestigio y el cura se fue quedando solo: primero la radio y luego la televisión alertaron  a la gente de que había vivido en un mundo escondido; más tarde,  el ordenador terminó con los tapujos, quedando todo expuesto.  
La Iglesia no supo reaccionar a tiempo; o no quiso. Los cambios se producen a tanta velocidad que la vieja estrategia de aparecer en escena después de los hechos, ya no le sirve para nada. Los curas, en su ostracismo, ya ni saben para que están. Formados en la vieja Iglesia, no entienden el mundo; ni a sus gentes. Tampoco entienden cómo pueden seguir siendo curas en un medio que les es cada vez más hostil y en el que no saben -desactualización didáctica por carencias pedagógicas- ni  pueden transmitir -por desactualización doctrinaria-  el mensaje de Cristo. Los apabulla su insignificancia; los trastorna la soledad; los envilece la falta de recursos para estar en el mundo; los agobia no tener destinatarios para su pobre mensaje; viven para adentro; se tornan escépticos…

En estas circunstancias, asumiendo que ya no sirven para nada ni aún saliéndose  y que carecen de una conciencia propia por haberla delegado en la conciencia corporativa del templo, se pierden en una existencia promiscua: los que hemos vivido de cerca la Iglesia sabemos de las promiscuidades  que anidan en sus comunidades. 

Poco le importa a la Iglesia-templo que haya que pagar millones de dólares en concepto de indemnización a las familias de cuyos hijos los curas abusaron (y en todas partes: desde EEUU a España*, "baluarte de la catolicidad ", como sigue insistiendo el Papado); poco le interesa revisar y exponer abiertamente sus pecados políticos de acercamiento al nazismo o de intromisión escandalosa en España durante el franquismo (y su pretensión de seguir haciendo lo mismo hoy  día); o la impudicia de la Inquisición… hechos todos de una época que no se repetirá y que de expurgarse podrían ennoblecer el carácter religioso de la Iglesia. 

La gente nueva de la catolicidad, los sacerdotes con compromiso social, los que no van a los hospitales a  hacer proselitismo*  sino a ver a los enfermos, se han sumado al mundo con Cristo de la mano  porque entendieron que en ese nuevo mundo, aún en sus disparates, o precisamente por el cúmulo de disparates que acumula, la presencia de Cristo es, una vez más, imprescindible para lograr una pedagogía del bienestar espiritual, aunque ya sin secretos ni escondites. 

No me cabe ninguna duda y apuesto por ello, que no existe ni existirá un solo  cura pederasta entre los curas ” rojos”  de ninguna parte del mundo.

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