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24 de Setiembre de 2001
Revista Diálogos Educativos de la Fundación Emilia Trevisi.com
Nueva realidad, nueva legalidad
Artículo de Carlos Fuentes, escritor
mejicano
(Extraído textualmente de
"El País.es")
Fue el siglo más corto, dijo memorablemente el historiador inglés
Eric Hobsbawm. De Sarajevo a Sarajevo. De 1914
a1994. Pero si es cierto que el larguísimo siglo XIX se
extendió de la Revolución Francesa a la Primera
Guerra Mundial, el brevísimo siglo XX, que comenzó con 'los cañones de
agosto' de 1914, título de un gran libro de Barbara Tuchman, en realidad terminó con la caída del muro de Berlín en 1989, frontera
final de la guerra fría.
Equilibrio de terror, esferas de influencia, maniqueísmo ideológico, mundo
bipolar dominado por la rivalidad de las dos superpotencias, los EE UU de
América y la Unión Soviética. Qué lejano, qué nostálgico nos parece
hoy ese universo del equilibrio nuclear, a la luz de los terribles
acontecimientos del 11 de septiembre de 2001. Se habló del paso a un mundo
multipolar, extraña cabeza de la hidra en la que, además de Rusia y los EE
UU, la Comunidad Europea, América Latina, África y Asia serían nuevos
centros de poder. La realidad fue otra: del mundo bipolar pasamos al mundo unipolar,
dominado, desde Washington, por una sola gran potencia. En vez de la cabeza de
la hidra, la mirada de la Medusa, capaz de convertir en piedra a cualquier
nación que la desafíe.
Se habló del triunfo de la globalidad, basada en un mercado mundial de
prosperidad creciente y valores económicos, políticos y culturales
identificados con la democracia, portadora de valores resistentes a la uniformización, y de culturas como fuerzas visibles que darían voz a las agendas
pospuestas por medio siglo de guerra fría. Pero no se previó con suficiencia
que la globalidad en sí misma no daría sus frutos sin la prevalencia del derecho y que una globalidad sin reglas conduciría a
desequilibrios peligrosos y a injusticias perpetuadas. En 1999, el presidente Bill Clinton le recordó a la Asamblea General de la ONU que más de mil
millones de seres humanos viven con menos de un dólar diario y que cada año
cuarenta millones de hombres, mujeres y niños mueren de hambre en nuestro mundo
feliz. El veinte por ciento de la población mundial consume el noventa por
ciento del producto mundial. Las cifras de la injusticia abundan, todos las
conocen, pero cuando no se responde a la injusticia con indiferencia se
responde con esfuerzos humanitarios loables, pero insuficientes.
Pero así como la
globalidad demostró sus carencias, la localidad no tardó en enseñarnos las
suyas: regresiones a oscuras certidumbres, fatalismos aberrantes, fobias
latentes, nacionalismos agresivos, fundamentalismos religiosos, limpieza tnica, tribalismo intolerante . Son éstos los mundos que chocaron trágicamente sobre
las metrópolis norteamericanas el 11 de septiembre: los vicios de la
globalización irrestricta dominada por una sola potencia y los vicios de la
localización irrestricta dominada por tribalismos intolerantes. En
Nueva York y Washington sucedió que la potencia
mayor demostró su impotencia y la impotencia mayor demostró su potencia.
Puede formularse una lista de agravios que suma los sufrimientos impuestos
a sociedades enteras por la política imperial de los EE UU en Centroamérica,
Vietnam y el Oriente Próximo, y a sus propios pueblos por los gobiernos
represivos de China, Rusia, Irak, Irán, Argentina o Chile. Puede recordarse la
ceguera rayana en la oligofrenia de los gobiernos norteamericanos que
alimentaron con leche a las víboras que luego les respondieron con
veneno. SadamHussein es un producto de la diplomacia
norteamericana para limitar y cercar a los ayatolas triunfantes e
intolerantes de Irán. Osama Bin Laden es un producto de la diplomacia norteamericana fortalecido para
contrarrestar la presencia soviética en Afganistán. De Castillo Armas, en
Guatemala, a Pinochet, en Chile, fue la diplomacia
norteamericana la que implantó a las más sanguinarias dictaduras de la
América Latina. Y en Vietnam, aunque se enfrentaron ejércitos, la
población civil fue la víctima más numerosa y fatal del enfrentamiento, hasta
convertir la excepción de ayer -Guernica, Coventry, Dresde- en la regla de hoy: las principales y a veces las únicas víctimas de los
conflictos actuales son civiles inocentes.
Estaba yo en Santa Fe dando unas conferencias cuando ocurrió el ataque
terrorista contra Washington y Nueva York. Santa Fe nunca será
objeto de un ataque destructor. Su encanto provinciano, recoleto, indio,
español y americano, la salva de la tentación destructiva. Pero allí mismo, en
Nuevo México, se sentía igual que en Manhattan el dolor ante la
muerte de los inocentes. El 'ataque a América' que sirvió de lema a todas las
transmisiones de televisión fue un ataque a hombres, mujeres y niños concretos;
fue un ataque a padres e hijos, a abuelos y hermanos, a amigos y compañeros de
trabajo... Esto es lo intolerable, esto es lo que rebasa toda racionalidad. Son
los niños palestinos asesinados por las fuerzas vengativas de Ariel Sharon. Son los jóvenes israelíes asesinados por las fuerzas fuera de control
de YasirArafat. Son los civiles sin rostro muertos por
las 'bombas inteligentes' que los EE UU llovieron sobre Bagdad...
Aflora la fácil tentación de la venganza babilónica, la ley de Hamurrabi, la ley del talión: ojo por ojo, diente por diente. Es la salida fácil. Es
la salida inútil. Es la represalia que provoca la nueva represalia, en una
espiral incontenible de violencia que puede englobarnos a todos. Es la
represalia norteamericana contra un enemigo sin rostro que alienta y justifica
las represalias rusas contra Chechenia y las represalias chinas contra sus etnias
septentrionales. Es la represalia que, como la mancha de sangre de Macbeth, se extiende hasta ahogarlo todo, incluso el sueño.
El problema para los EE UU es vengarse sin saber de quién, atacar sin saber
a quién. La tentación de darle rostro al enemigo invisible es muy grande y
pueden pagar justos por pecadores. No es ése el camino. Es demasiado fácil. Es
demasiado irreflexivo. Es demasiado peligroso. Justifica represiones, vendettas, la mística de la cruzada contra lo diferente...
Pero, sobre todo, hablar de 'represalias' es obviar el tema que reclama nuestra atención concentrada si vamos a convivir civilizadamente en el siglo XXI. Ese tema -lo ha venido proclamando desde que cayó el muro de Berlín- es crear una nueva legalidad para una nueva realidad. El fin de la historia proclamado por Francis Fukuyama hace una década, hoy suena a broma. Lejos de terminar, la historia se ha vuelto tan rápida, el espacio tan grande y el tiempo tan breve que todas las formas forjadas durante un milenio -Estado, Nación, Sociedad Civil, Soberanía- se están disolviendo, en tanto que se han reafirmado tribus, clanes, cotos lingüísticos y religiosos. La globalidad no ha logrado crear una legalidad que gobierne por igual a os Estados nacionales dañados y a los tribalismos locales resurrectos.
El 'enemigo' no tiene
cara. Pero, acaso la tiene el 'amigo'. Decir que quien siembra vientos cosecha
tempestades no basta para suplir el inmenso dolor de la muerte de los inocentes
en Nueva York y Washington. Pero confrontar a los
EE UU con sus obligaciones internacionales sí le da un rostro a la posibilidad
de una nueva legalidad para una nueva realidad. Si Estado, Nación, Comunidad
Internacional, no se comprometen con Legalidad superior a las fuerzas del
mercado y del crimen, éstas se impondrán con la fuerza de la fatalidad
invisible. Los EE UU de América no podrán quejarse de un ataque sangriento, vil
y artero como el del 11 de septiembre si los EE UU de América se excluyen de la
legalidad internacional, reniegan de los tratados de protección del medio
ambiente, privilegian a compañías explotadoras del equilibrio natural, rehúyen
sujetarse a las normas de la justicia internacional propuestas por el Tribunal
de Roma en nombre de una soberanía que le niegan a los más débiles, y rompen el
balance militar mantenido desde 1972 por el tratado ABM con un delirante
proyecto de escudos antimisiles que no sirven un puro carajo frente a una docena de terroristas armados con 'cuchillas de
mantequilla' a bordo de un jet comercial...
Si los EE UU quieren en verdad combatir el terrorismo que tan impunemente
le ha llagado su corazón nacional deben aprovechar esta trágica oportunidad
para unirse a los esfuerzos encaminados a sancionar legalmente los crímenes de
guerra y los abusos contra los derechos humanos, reforzar a los organismos
internacionales, sumarse a las medidas protectoras del medio ambiente,
encabezar las campañas para la erradicación de la pobreza, el hambre, la
enfermedad y el analfabetismo en un mundo cada vez más injusto, más dividido,
más explosivo, verdadero caldo de cultivo para criminales como los que el 11 de
septiembre se rieron de la coraza antimisiles, se rieron de la CIA y
su notoria falta de inteligencia, se rieron de la incapacidad toda de la única
gran potencia para vivir fuera del sueño embriagante de su propio poder y
sumarse, al fin, a la construcción de una nueva legalidad para una nueva
realidad.
Han caído las
jurisdicciones de antaño. El terrorismo, el crimen organizado, el imperio de la
droga, rebasan toda jurisdicción; crean jurisdicciones propias fuera de todo
alcance. Nueva legalidad para una nueva realidad: ¿carecemos de inteligencia
jurídica y diplomática para responder a este desafío?, ¿carecemos de la
inteligencia negociadora para ir desmontando los mecanismos de conflicto que
provoca el terrorismo?, ¿carecemos de la voluntad de negociación para allanar,
una a una, las avenidas hoy obstruidas hacia la paz y la legalidad en Oriente
Próximo, en Irlanda del Norte, en el País Vasco? Tarea lenta, a veces desesperante,
pero que nunca debe ser desesperada.
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