Hallados los
restos del periodismo
J.R. MORA
1 DE ENERO DE 2018
Tras horas de interrogatorio, los investigadores consiguieron
averiguar el lugar en el que se encontraba el periodismo. No era sitio de fácil
acceso, razón que explica que la búsqueda de tantos meses resultase
infructuosa. Los restos del oficio más hermoso del mundo yacían, junto al
cuerpo de la chica asesinada, en el interior de un pozo situado en una nave
industrial abandonada a las afueras de la pequeña localidad. La reconstrucción
de los hechos es brutal, como brutales son los autores del terrible suceso. El
oficio que hicieron hermoso García Márquez, Oriana Fallaci, Enrique Meneses o
Ryszard Kapuscinski, deambulaba solo por unas calles siempre en presunta fiesta
y siempre sombrías, cuando un grupo de individuos comenzaron a increpar, cosa
habitual. El oficio aceleró la respiración y el paso pero, cuando quiso darse
cuenta, ya tenía las manos de aquella manada de “compañeros” agarrándole el
cuello.
Volvemos del enésimo suceso de niña asesinada, entendido como
deporte nacional más rentable que el fútbol, y lo hacemos escépticos e
indignados. Con la sensación de haberlo visto todo ya, pero sabiendo que el
chicle de la falta de escrúpulos de los traficantes de audiencias aún puede
seguir estirándose. Acercándonos al 2019 de Blade Runner hemos visto ya de todo.
Hemos visto programas mañaneros ardiendo desprecio hacia la propia víctima más
allá de Orión. Hemos visto a reporteros, no sabemos si humanos o replicantes,
criticando, en directo y ante la puerta de su casa, a la mismísima madre que
buscaba a su hija. Hemos visto salir, de quienes se espera vocación de servicio
público, vocación de intoxicación a cambio de la audiencia más grande posible,
una audiencia tan contaminada como sus programas favoritos. Hemos visto a
chupasangres de sueldos millonarios hacer derroche de imaginación y machismo
enmascarado, señalando a madre, hija y espíritu santa, dejando pasar por alto
la que era la tesis más probable pero la menos comercial: la costumbre española
de morir por el hecho de ser mujer. Da igual si rica, pobre, gallega,
madrileña, centradísima en los estudios o en la edad del pavo.
Quienes, durante meses, exprimieron la desaparición de una joven,
quienes asesinan un oficio fundamental para la salud de todos, vuelven de
vacaciones y no pedirán perdón ante la cámara, ni se les caerá la cara de
vergüenza por lo que han hecho. Es más, seguirán haciendo lo mismo. Veremos, a
quienes asfixiaron el oficio hasta matarlo, volver a hacer lo que mejor saben
en esta segunda entrega de la macabra historia, la que comienza con la detención
del sospechoso. Lo harán sembrando odio donde antes sembraban amarillismo. Los
veremos –ya está pasando– pedir que el detenido “se pudra sufriendo entre
rejas” o que “le apliquen los demás presos la ley de la cárcel”. Los veremos,
como siempre, sembrar un mundo peor, más irresponsable. Y lo más preocupante,
los veremos volver a actuar. La manada de depredadores saldrá indemne de todo
esto, como siempre pasa. Volverán a esperar, agazapados en sus iluminados pero
oscurísimos platós de televisión o columnas de opinión, a que otra niña
desaparezca para volver a matar al oficio del periodismo y lanzarlo, una vez
más, a un pozo sucio.
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