EL PRINCIPITO
Carlos A. Trevisi
Carlos A. Trevisi
Acabo de leer El Principito nuevamente; acaso sea la última vez, lo que de ninguna manera anticipa mi necrológica sino más bien una época: mi niñez, que, imaginativa, me autorizaba ser yo mismo, ajeno a las normas que impulsaban las vidas de mis mayores todos felices de verme creativo, como cualquier otro chico de mi edad.
Leí El Principito por primera vez siendo un adolescente lleno de ínfulas sin darle mayor crédito; más adelante, ya padre de familia, dos o tres veces, sin entender acabadamente el mensaje que encerraba; finalmente ahora, a punto de cumplir 76 años, deslumbrado, he vuelto a la niñez, es decir a recuperar los mandatos de mi imaginación.
Me di cuenta que Saint Exuperí estaba recuperando aquel mundo de su niñez que le era real a él, solo a él, pues no estaba atado a los convencionalismos impuestos a las muchedumbres donde todos piensan igual, sienten por mandato del sistema, aman sin saber lo que es el amor, usan su voluntad para lograr una forma de vida que les es ajena, despersonalizada, que persigue el éxito pero no conduce a nada porque el camino que recorren se esconde enturbiado por el afán de un logro decepcionante.
Entonces “releí” a Picasso. Vi que sus sueños de niño se cumplen en la última etapa del artista, cuando abandona las excepcionales pinturas que imponía la realidad para transformar sus obras en imágenes puerilmente diseñadas; descubrí más cuando en un rapto lo asocié a Faulkner y a mi venerado Don Quijote que, recorriendo una senda que poco tiene que ver con el poder y la gloria culmina en una puesta en común con Sancho Panza como pidiendo perdón cual niño arrepentido; o con Unamuno, un luchador como pocos que eleva una última plegaria al cielo rogando, acongojado, que dios se le haga presente.
Recordé a mi abuelo paterno, de más de 80 años, sentado en el jardín contándome sus andanzas por Treviso, llenas de imaginación y de inocentes mentiras… La frase “E il mio gatto mi vide morire” cerraba un cuento que he recordado toda mi vida.
En la vejez los achaques te hacen cuestionar si esa línea que han trazado los que verdaderamente atesoran el privilegio de haber vuelto a la niñez ha requerido valentía para haberla asumido o se trata de una mera melancolía por lo que ya no volverá.
Una vida imaginativa, plena , creativa, nace en la infancia, y aunque los avatares del camino nos impulsen a dejar de lado la infinita alegría que nos deparaba, en el fondo queda como simiente de los propósitos que perseguimos ya de mayores.
Es entonces cuando los picassos, los cervantes, los faulkners, los exuperís, los unamunos, los machados, los mirós nos sumen en el éxtasis.
Es entonces cuando los picassos, los cervantes, los faulkners, los exuperís, los unamunos, los machados, los mirós nos sumen en el éxtasis.
Acaso las razones expuestas solo sean mi afán por transmitir la necesidad de que, ya de viejos, sigamos viviendo con una sonrisa acogedora como muestra de que hemos vivido en nosotros mismos pero a partir de los demás.
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