Carlos A. Trevisi
Hace apenas dos días –el 7 de noviembre- una multitudinaria
manifestación apeló a medidas que pusieran coto a la violencia contra las
mujeres.
Al día siguiente fueron asesinadas 3 mujeres en manos de sus maridos, amantes o
compañeros.
Una vez más los políticos adhirieron.
La pregunta que deberíamos formularnos es si la solución
pasa por la ley. A mi edad nunca necesité de la ley y cuando tuve que apelar a
ella en defensa de mis derechos las circunstancias políticas imperantes las
habían abolido.
Me pregunté entonces la relación que guardan las leyes con
la justicia, cómo nacen aquéllas y el desamparo en el que caemos cuando
reclamamos la segunda.
Así como no arreglaremos el vil comercio de las drogas hasta
que no desaparezcan los paraísos fiscales que son la fuente financiera que las
sostienen, tampoco resolveremos el
problema de la violencia sobre las mujeres –ni el de sus asesinatos, ni el de las
razones por las que cobran un 20% menos que los hombres en idénticas
condiciones de trabajo, ni las guerras cuyos responsables políticos terminan impúdicamente
pidiendo perdón, ni las hambrunas en el mundo, ni la desocupación, ni la subalimentación
de nuestros españolitos , ni…
Aunque morigerada por el tiempo, todos aquellos que por su
estado de pobreza espiritual –no importa si pobres o ricos, cada cual en el
ámbito en el que se mueve- han dejado que sus vídas se penetren de egoísmo perdiendo
de vista la otredad. El ego-me-mei rige
por doquier. La ley solo puede reprimir lo que atente contra la puesta en
común, contra la convivencia, pero de ahí a lograr que el hombre aspire a su plenitud es
una entelequia.
La ley no es el camino; es apenas la que rige un estado de cosas en un
momento y en un lugar determinado; es producto de la civilización, del poder
que impone un sistema sobre el que el hombre no tiene capacidad decisoria.
El camino es la educación que no es precisamente saber
cuánto mide el Tajo o cómo resolver el binomio suma al cuadrado: es convertir a
uno igual a todos los demás en uno igual a si mismo con afanes de conocimiento,
capaz de amar, y con voluntad de ser uno mismo estando en los demás.
Si entendiéramos que éste es el camino otro sería el cantar: los políticos asumirían (o no. dado el escaso nivel intelectual que los anima) que las reformas educativas que proponen -puramente de forma- no resuelven los problemas que nos aquejan como sociedad.
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