Valores
(En
Allá
vamos, chicos! por Carlos A. Trevisi)
Llamaremos
"valores" a aquellas virtudes capaces de generar efectos deseables. El amor, la
entrega, la belleza, la justicia, la amistad, la misericordia son valores
inapreciables en la medida en que satisfacen necesidades y proporcionan
bienestar.
(1)
Entendemos por
conocimiento la acción de aprehender la interioridad de las cosas, la
relación que guardan entre sí y su manejo.
El tema de los valores
autorizaría una taxonomía que se ha valido de ellos como punto de partida de un
deber ser casi siempre empañado por circunstancias que dificultan o inhiben su
aplicación. No es nuestra intención clasificar valores. Nuestro interés pasa por
el desfavorecimiento que padecen, atribuible, sobre todo, a un enfoque
didáctico-pedagógico desactualizado que insiste en su transmisión a partir de
patrones en los que anidan grandes contradicciones. Respecto del conocimiento
abordaremos su importancia en la ecuación enseñar-aprender en el ámbito de la
educación sistemática.
Se podrá decir que el aporte
del amor poco tiene que ver con la ley de Boyle-Mariotte o con el general San
Martín. Sin embargo, sólo es así cuando la famosa ley o San Martín son un dato
en el proceso de enseñanza-aprendizaje, cuando se los enseña como mero ejercicio
de la memoria, como dato. Cuando la enseñanza se orienta hacia lo actitudinal,
cuando hemos ayudado a nuestros alumnos a descubrir el valor de ser críticos,
comunitarios, abiertos, dialógicos; cuando han aprehendido el valor de la
voluntad, del amor, de la inteligencia y de la libertad, descubrirán por sí
mismos algo más que el mero formuleo matemático o las campañas militares del
prócer argentino: asociarán a San Martín con el esfuerzo, la lucidez, el coraje,
la entrega, la modernidad, y la ley con la precisión y la constancia de sus
descubridores; se adentrarán en los datos a partir de las circunstancias
históricas de tiempo y espacio en que suceden, la plataforma científico-técnica
a partir de la cual se dan, el medio socio-económico que las autoriza y mil
detalles más.
Habrán descubierto a quienes
han encarnado esos valores. Entonces sí abor-darán el dato: ya habrá suscitado
interés; ya querrán saber quién pudo haber juntado cinco mil gauchos rotosos
para cruzar la cordillera.
El mundo necesita
hombres consustanciados con la realidad que les toca vivir, tan compleja como no
lo ha sido jamás. Y no basta con relacionarse con ella, hay que salirle al
encuentro. Y muy bien pertrechados.
(3)
Contrariamente a lo que sucede normalmente durante la primera etapa de la vida,
que autoriza búsquedas que desacatan el llamado de la realidad, de pronto,
gracias a un ejercicio intelectual y volitivo que nunca cesa, uno descubre que
es la realidad la que nos convoca, haciéndonos actuar en respuesta a sus
estímulos. Anonadado, uno ve, entonces, que las cosas cobran una grandeza que
antes jamás tuvieron. Su brutal presencia nos lanza a la aventura de penetrarlas
hasta abrasarnos en ellas.
Sólo
una necesidad personal profunda puede motivarnos a abordar la realidad. Y
abordar la realidad es penetrarla profundamente. Ese fuego que nos lleva a ver
las cosas más allá de lo que denotan exige un arsenal de saberes y una gran
armonía para reconocer hasta dónde podemos llegar. Para esto es imprescindible
haber visto el mundo y haberse visto uno mismo para insertarse en él. El proceso
es lento y la senda ríspida. No hay enciclopedia que nos lo explique, no hay
ideología que nos arrope. Hace falta poder de observación y capacidad de
análisis.
El punto de partida puede ser un pieza
literaria, una obra de teatro, un cuadro, una película... Acaso el Quijote
cuando habla de la “razón de la sinrazón” (tan aplicable a estos momentos
históricos cuando nos apartamos de las esencias y quedamos atrapados en las
circunstancias); o “El 2 de mayo” de Goya (4)
que connota mucho más que lo que denota, de modo que su aprehensión nos abrirá
camino hacia una infinidad de nuevos conocimientos y experiencias no
necesariamente vinculadas con el arte), o Unamuno
(5) en su “Vida de Don Quijote y
Sancho” donde
nos hace ver que el único éxito radica en encontrar compañeros de lucha; u
Ortega cuando habla de rebeliones, o Nietzsche
(6)
con su superhombre; o Isaacson cuando,
siguiendo a Buber (7), nos
revela “la revolución de la persona”;
o viendo una película como
“Doce hombres sin piedad” en el que se muestran todas las actitudes que asume un
ser humano ante una situación límite; o leyendo a Shakespeare, a
Faulkner (8),
a Whitman (9),
o a John Dos Pasos
(10) en
su “Manhattan Transfer”.
Ese es
el camino, porque en este análisis se aprende a ver el mundo y los trastornos
que se están operando; la escasa resistencia que se opone a la banalidad; la
complaciente estupidez de los que se conforman con que les “digan” o simplemente
con “oír”; la desvaloración de palabras como “libertad” o “democracia”;
“pobreza”, “guerra”, “muerte”, “vida”, “amor”... o la sacralización de palabras
tales como “mercado”, o “competitividad”, o “capital” desoyendo el clamor de los
que demandan controles, trabajo y solidaridad; el descubrimiento de que el
“optimismo”, esa gracia que nos envuelve sanamente, es vano, y que la
“esperanza”, que exige un marco personal y social fluido que transformen la
búsqueda ácida en encuentros, se transforma en mera ilusión.
No podemos abandonar “el mundo
de las realizaciones” en manos de los que no “ven”. Hay que hacer un llamado que
alerte de aquellos que parcelan la realidad abordándola desde las ideologías, y
de los que se lanzan a la acción sin el “arsenal de saberes” que es menester,
y sin tener conciencia de los propios límites para saber hasta dónde pueden
llegar.
El compromiso que asumimos al
“ver” nos obliga a una nueva aventura: desentrañar al hombre mismo para
relanzarlo en recuperación de sus adentros y hacerle ver, a pesar de nuestras
propias limitaciones y con el ardor que nos provoca sabernos tan lejos y tan
cerca de la verdad, tan entregados y tan egoístas, tan sagaces y tan torpes, que
el mundo de las realizaciones se sustenta en la prodigalidad de quienes poseen
la rarísima cualidad, que muy pocos pueden ostentar, de anticiparse a las
circunstancias gracias a un manejo casi perfecto de sus variables y como
resultado de una profunda consubstanciación con la realidad; que es
imprescindible que aprendan a tejer con precisión su entrecruzamiento y llegar
a conclusiones atribuibles a la fuerza íntima que anima a una perpetua
búsqueda.
A eso
tenemos que aspirar si queremos realizarnos: a una profunda consubstanciación
con la realidad porque de esa manera entenderemos que el saber se logra creando
nuevos espacios de conocimiento que se dan cita, arborescentes y pujantes,
multiplicando sus posibilidades de realización; que tenemos que vivir
crónicamente, ser capaces de responder a la convocatoria de los hechos porque
contamos con un bagaje rico en vida, en experiencias, que tiene un punto de
partida en el que se asienta una red de intercausalidades que paulatinamente,
sin prisa pero sin pausa, nos va alejando de la diletancia para impulsarnos a la
acción.
Referencias
(1) Los valores: http://members.tripod.com/~DenisSantana/
(3) Acerca sobre cómo ver la realidad y de cómo acometer realizacio-nes (La realidad está oculta tras la máscara del discurso, en Tendencias 21)
(4) Goya: http://www.imageone.com/goya/index1.html
(5) En http://www.lakermese.net/cartonero25.html , “El sepulcro de D. Quijote”, texto completo (prefacio de Vida de Don Quijote y Sancho, por Miguel de Unamuno)
(6) Nietzsche: http://www.nietzscheana.com.ar/
(7) Buber: http://www.epdlp.com/escritor.php?id=1510
(8) William Faulkner: http://www.ctv.es/USERS/borobar/william.htm
(9) (Walt Whitman: http://www.whitmanarchive.org/
(10) John Dos Passos: http://www.epdlp.com/escritor.php?id=1659)
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