viernes, 6 de noviembre de 2015

¿QUÉ LO IMPULSA A ENTRAR A ESA CASA?

Por Carlos María Trevisi, desde Buenos Aires

Se abre la puerta principal y comienza a sonar una canción suave en medio del silencio reinante.
El protagonista accede a entrar, aunque mostrando -con sus gestos- cierto reparo.
¿Quién  habrá abierto la puerta? ¿Cómo se habrá abierto si no hay nadie a la vista? ¿Por que se ha sentido atraído por entrar a esa casa? Habiendo vivido en el barrio nunca había reparado en su existencia.
Traspasar el umbral será un paso muy importante en su vida.


Alto y un poco desgarbado, viste un pilotin, una camisa a cuadros, un pantalón color caqui y  un  collar de soga con nudo corredizo alrededor del cuello; lleva consigo  un paraguas estilo inglés.

Por su apariencia  nuestro hombre  se siente libre y sin ataduras;  no es del tipo de hombre comunicativo. 
Superadas sus dudas,  decide entrar a esa extraña casa.
La convicción con la que ha encarado su decisión  lo sorprende; nunca ha sido muy lanzado. Es, mas bien, un hombre con reparos y algo romántico, centrado, como si se bastara a sí mismo.


Ahora, sintiéndose otro hombre, con iniciativas, pasa el umbral de la casa, e ingresa en ella.
Percibe un olor que le recuerda el pasado. Un pasado que hubo de transcurrir en alta mar, cuando fue grumete de un barco de la Marina Mercante de Singapur. 


Le llama la atención que  haya cuadros, como si la casa  perteneciera a un artista;  se nota que han sido pintados por la misma persona.

También hay muñecos,  muchos y extraños muñecos, de las más variadas formas y colores.
El olor con el que la casa le dio la bienvenida persistía. Recordó entonces que era el mismo olor de unos muebles de madera rojiza, que tenía el barco en el que navegó por el  Índico, allá por los años ochenta.
De frente, en la sala, un cuadro representa una marina. Al observarla con detenimiento, ve un faro que destella,  pausadamente, una luz blanca.
Un escalofrío involuntario le corre por su cuerpo. Cientos de voces le llegan a su mente.

Se inquieta.
Cuando estuvo embarcado,  había tenido lugar un naufragio que lo había marcado mucho: ninguno de los 50 marineros que iban a bordo de un pesquero ilegal perteneciente a la flota China había sobrevivido.


Centra toda su atención  en aquel cuadro, que por momentos parece que tuviera vida; hasta cree escuchar el sonido del mar.
Se acerca al cuadro, no obtiene respuesta.
De repente, se siente observado. Piensa: ¿serán los muñecos que me dan la bienvenida? Otra vez  lo invaden las primeras dudas: ¿"quién me abrió la puerta para  entrar?  Y luego la segunda duda : "cómo se abrió de no haber alguien que la hubiera abierto?


Se dice que los hombres de mar son solitarios y conviven con fantasmas imaginarios durante toda su vida. Circunstancias poco comunes vividas en alta mar los hacen grandes relatores de hechos que -en realidad- nunca pasaron o, si tuvieron lugar, no fueron tan extraordinarias.
Este hombre, no era una excepción a la regla, pero le pesaba la carga de aquel naufragio del barco chino en el que le cupo la culpa de una  inacción que el tiempo no borraría. 

Cuando se quiso dar cuenta, la puerta de calle, estaba cerrada. No sintió que estaba impedido de salir, porque en realidad estaba a gusto dentro de la casa, que lo acogía con cierta calidez.
Como buen marinero, su amuleto lo acompañaba siempre: el collar de soga con nudo marinero del tipo ORZA.
Mientras recorría la sala con su mirada, siempre su vista enfocaba el cuadro de la marina y el faro. ¿Se sentía atraído? Ahora, a su sensaciones, se les agregaba un sonido; lejano al principio pero luego cercano, casi ensordecedor. Era el mar, un mar agitado con vientos que azotaban la cubierta del barco.


Por momentos creyó oír voces, en un idioma desconocido para él.
Recordó con  culpa  y 
hasta con vergüenza el egoísmo de su participación en el rescate de los marineros víctimas del naufragio. Como grumete, estaba encargado de los botes salvavidas de estribor. Cuando sonó la alarma con el pedido de auxilio de aquel barco pesquero chino, nuestro hombre estaba dormido, inconsciente. Su adicción a la bebida siempre había sido su grave enemigo. Mil recuerdos acudieron a su mente, acaso porque nunca había superado su deleznable actitud en el rescate de los naufragos. ¿Que pueden importar 50 chinos embarcados en un buque pesquero ilegal? 

Había un capítulo de su vida sin cerrar que comenzó a atormentarlo


Pasa de la sala al comedor de la casa. Notablemente perturbado, busca sentarse. Lo logra. A su derecha lo observa un muñeco, sus ojos achinados  lo sorprenden. Una fuerza poco común le impide levantarse del sillón. No le queda otra que entregarse a su conciencia. No puede apelar a la ayuda de nadie.


El collar de soga blanco con el nudo ORZA, comienza a cerrarse lentamente sobre su cuello.
Cada segundo que pasa son cientos de recuerdos de aquella fatídica noche en alta mar a bordo del buque mercante.


Mantiene en su mano izquierda el paraguas con el que había entrado a la casa. El muñeco lo observa impávido. Lo voltea  de un paraguazo.  Desde el suelo, el muñeco lo seguía mirando. El nudo ORZA continuaba su trabajo. 
La música suave con la que fue recibido, comenzó a sonar nuevamente.
Las luces de la casa se fueron apagando, al igual que la vida de nuestro personaje.  Atraído por sus propios fantasmas del pasado,  gracias a la mano de un artista que supo reflejar desde una marina la venganza de  50 chinos  a los que él no supo o no quiso socorrer, se fue entregando hasta un último suspiro que dejó su conciencia en paz .




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