Por Carlos María Trevisi, desde Buenos Aires
Se abre la puerta principal y comienza a sonar una canción suave en medio del silencio reinante.
El protagonista accede a entrar, aunque mostrando -con sus gestos- cierto reparo.
¿Quién habrá abierto la puerta? ¿Cómo se habrá abierto si no hay nadie a la vista? ¿Por que se ha sentido atraído por entrar a esa casa? Habiendo vivido en el
barrio nunca había reparado en su existencia.
Traspasar el umbral será un paso muy importante en su vida.
Alto y un poco desgarbado, viste un pilotin, una camisa a cuadros, un pantalón
color caqui y un collar de soga con nudo corredizo alrededor del
cuello; lleva consigo un paraguas estilo inglés.
Por su apariencia nuestro hombre se siente libre y sin ataduras;
no es del tipo de hombre comunicativo.
Superadas sus dudas, decide entrar a esa extraña casa.
La convicción con la que ha encarado su decisión lo sorprende; nunca ha
sido muy lanzado. Es, mas bien, un hombre con reparos y algo romántico, centrado, como si se bastara a sí mismo.
Ahora, sintiéndose otro hombre, con iniciativas, pasa el umbral de la casa,
e ingresa en ella.
Percibe un olor que le recuerda el pasado. Un pasado que hubo de
transcurrir en alta mar, cuando fue grumete de un barco de la Marina Mercante de
Singapur.
Le llama la atención que haya cuadros, como si la casa perteneciera
a un artista; se nota que han sido pintados por la misma persona.
También hay muñecos, muchos y extraños muñecos, de las más variadas
formas y colores.
El olor con el que la casa le dio la bienvenida persistía. Recordó
entonces que era el mismo olor de unos muebles de madera rojiza, que tenía el
barco en el que navegó por el Índico, allá por los años ochenta.
De frente, en la sala, un cuadro representa una marina. Al observarla con detenimiento, ve un faro que destella, pausadamente, una luz blanca.
Un escalofrío involuntario le corre por su cuerpo. Cientos de voces le llegan a
su mente.
Se inquieta.
Cuando estuvo embarcado, había tenido lugar un naufragio que
lo había marcado mucho: ninguno de los 50 marineros que iban a bordo de un
pesquero ilegal perteneciente a la flota China había sobrevivido.
Centra toda su atención en aquel cuadro, que por momentos parece que
tuviera vida; hasta cree escuchar el sonido del mar.
Se acerca al cuadro, no obtiene respuesta.
De repente, se siente observado. Piensa: ¿serán los muñecos que me dan la
bienvenida? Otra vez lo invaden las primeras dudas: ¿"quién me abrió la
puerta para entrar? Y luego la segunda duda : "cómo se abrió de no
haber alguien que la hubiera abierto?
Se dice que los hombres de mar son solitarios y conviven con fantasmas
imaginarios durante toda su vida. Circunstancias poco comunes vividas en alta
mar los hacen grandes relatores de hechos que -en realidad- nunca pasaron o, si
tuvieron lugar, no fueron tan extraordinarias.
Este hombre, no era una excepción a la regla, pero le pesaba la carga de aquel naufragio del barco chino en el que le cupo la culpa de una inacción que el tiempo no borraría.
Cuando se quiso dar cuenta, la puerta de calle, estaba cerrada. No sintió que
estaba impedido de salir, porque en realidad estaba a gusto dentro de la casa,
que lo acogía con cierta calidez.
Como buen marinero, su amuleto lo acompañaba siempre: el collar de soga con nudo
marinero del tipo ORZA.
Mientras recorría la sala con su mirada, siempre su vista enfocaba el cuadro de
la marina y el faro. ¿Se sentía atraído? Ahora, a su sensaciones, se les agregaba
un sonido; lejano al principio pero luego cercano, casi ensordecedor. Era el mar, un mar agitado con vientos que azotaban la cubierta del
barco.
Por momentos creyó oír voces, en un idioma desconocido para él.
Recordó con culpa y hasta con vergüenza el egoísmo de su participación
en el rescate de los marineros víctimas del naufragio. Como grumete, estaba encargado de los botes salvavidas de estribor. Cuando sonó
la alarma con el pedido de auxilio de aquel barco pesquero chino, nuestro hombre estaba dormido, inconsciente. Su adicción a la bebida siempre
había sido su grave enemigo. Mil recuerdos acudieron a su mente, acaso porque
nunca había superado su deleznable actitud en el rescate de los naufragos. ¿Que
pueden importar 50 chinos embarcados en un buque pesquero ilegal?
Había un capítulo de su vida sin cerrar que comenzó a atormentarlo
Pasa de la sala al comedor de la casa. Notablemente perturbado, busca sentarse.
Lo logra. A su derecha lo observa un muñeco, sus ojos achinados lo
sorprenden. Una fuerza poco común le impide levantarse del sillón. No le queda
otra que entregarse a su conciencia. No puede apelar a la ayuda de nadie.
El collar de soga blanco con el nudo ORZA, comienza a cerrarse lentamente sobre
su cuello.
Cada segundo que pasa son cientos de recuerdos de aquella fatídica noche en alta
mar a bordo del buque mercante.
Mantiene en su mano izquierda el paraguas con el que había
entrado a la casa. El muñeco lo observa impávido. Lo voltea de un
paraguazo. Desde el suelo, el muñeco lo seguía mirando.
El nudo ORZA continuaba su trabajo.
La música suave con la que fue recibido, comenzó a sonar nuevamente.
Las luces de la casa se fueron apagando, al igual que la vida de nuestro
personaje. Atraído por sus propios fantasmas del pasado, gracias a
la mano de un artista que supo reflejar desde una marina la venganza de 50
chinos a los que él no supo o no quiso socorrer, se fue entregando hasta
un último suspiro que dejó su conciencia en paz .
No hay comentarios:
Publicar un comentario