Marcelo Colussi (especial para ARGENPRESS.info)
Las migraciones han existido siempre en la historia. Podría
decirse que si algo caracteriza a la especie humana es su afán de búsqueda, de
descubrimiento; de ahí que emigró y cubrió todo el planeta. En ese sentido, las
migraciones son un fenómeno positivo. Pero, desde hace ya unas décadas, la
arquitectura de la sociedad planetaria globalizada encuentra en las migraciones
un problema cada vez más grave. Millones y millones de personas huyen
desesperadas de la pobreza y/o la guerra, para intentar llegar a las islas de
prosperidad. En la actualidad, la situación se tornó casi inmanejable. Pero hay
una doble moral en el discurso dominante proveniente del Norte: pone frenos a
la emigración, y al mismo tiempo se aprovecha de ella como mano de obra barata.
Una visión romántica que busque un perfil más “humanizado” en los receptores no
ayuda a cambiar las cosas. El núcleo pasa por cambiar la estructura que expulsa
cada vez más gente.
Las migraciones humanas son un fenómeno tan viejo como la
humanidad misma. De acuerdo con las hipótesis antropológicas más consistentes,
se estima que el ser humano hizo su aparición en un punto determinado del
planeta y de ahí emigró por toda la faz del globo. De hecho, el hombre es el
único ser viviente que ha emigrado y se ha adaptado a todos los rincones del
mundo.
Las migraciones no constituyen una novedad en la historia.
Siempre las ha habido y generalmente han funcionado como un elemento
dinamizador del desarrollo social. Sin embargo, hoy día, y desde hace varios
años con una intensidad creciente, se plantean como un “problema”. Lo que aquí
queremos delimitar es: problema ¿por qué? y ¿para quién? Y, secundariamente, en
tanto problema a resolver, esbozar alternativas posibles.
Las aristas del fenómeno
La gente ha migrado históricamente de un sitio a otro: forzada
por las circunstancias algunas veces, y voluntariamente otras. En estos últimos
casos, la población migrante buscó nuevos horizontes simplemente movida por el
humano afán de conocer cosas nuevas, del descubrimiento, de la aventura.
Las emigraciones forzosas se han debido a diversas causas, pero
en general puede afirmarse que aparecen ligadas a contingencias naturales:
catástrofes, hambrunas, empeoramiento en las condiciones de habitabilidad de
una región.
Sólo recientemente el fenómeno ha adquirido una dimensión
masiva, de proporciones antes nunca vistas, apareciendo motivado por razones de
orden puramente social: guerras, discriminaciones, persecuciones, pero más aún:
pobreza. Sólo en la segunda mitad del siglo XX puede decirse que empieza a
constituirse en un verdadero problema, perdiendo definitivamente su carácter de
factor de progreso, de aventura positiva.
Si bien es cierto que el movimiento voluntario de población
sigue existiendo (pequeño, ocasional), y que no faltará ya hoy día quien esté
pensando instalarse próximamente en alguna base terrícola en algún punto del
cosmos, las características de aquello a lo que actualmente asistimos llaman a
la reflexión.
Una concepción realmente amplia del desarrollo humano, que no
ligue el bienestar exclusivamente a la adquisición de objetos materiales, y que
contemple como algo igualmente medular el respeto de las libertades
individuales y el cuidado del ambiente, debe interrogarse acerca de fenómenos
tan masivos y contundentes que irrumpen en lo social, rompiendo el equilibrio
general, tales como la narcoactividad (actualmente uno de los principales
negocios en la economía mundial), la violencia generalizada (la producción y
venta de armamentos constituye el primero), la amenaza nuclear, el desastre
ecológico, la actual pandemia del SIDA. Entre estos fenómenos se inscribe
necesariamente el de las migraciones actuales, masivas y sin freno.
Nunca antes como ahora tanta gente huye de situaciones adversas;
pero, paradójicamente, nunca antes ha habido tantas situaciones adversas. La
riqueza y el bienestar crecen a pasos agigantados para muchos, pero para
muchísimos otros también crece (en forma inversamente proporcional) su
marginación, su falta de posibilidades, su precariedad.
La dinámica social en curso, curiosamente, aunque se amplíe en
potencialidades productivas, en tecnologías más efectivas, en racionalidad, no
termina de resolver problemas ancestrales de la humanidad en cuanto a
mejoramiento de las condiciones de vida, sino que por el contrario para una
gran mayoría las empeora.
La llamada “era industrial” provocó las oleadas de migración
voluntaria más grandes que hasta entonces se habían producido. La búsqueda de
prosperidad que empezó a ofrecer el capitalismo en su proceso de crecimiento,
movió enormes contingentes de población rápidamente. Algo similar sucedió
recientemente en la República Popular China, llevando inmensas masas campesinas
hacia los centros industriales.
Países enteros comenzaron a nutrirse de los inmigrantes y
algunos construyeron su grandeza sobre esa base: quizás los Estados Unidos de
América son el ejemplo más elocuente. Continentes enteros se modificaron merced
a esos movimientos de población. Expandido el industrialismo y la sociedad de
alto consumo material por prácticamente todo el orbe, desde la segunda mitad
del siglo XX fueron alternativamente apareciendo nuevos focos de prosperidad
que, a su turno, atrajeron migrantes: Canadá Australia, Nueva Zelanda, zonas
francas dentro de países, como Manaos en Brasil o Hong Kong en China.
La industrialización de las sociedades, y por tanto el
crecimiento de la ciudad en detrimento del campo, tiene en curso un proceso
migratorio en todo el mundo que no da miras de detenerse. Estas migraciones,
que de alguna manera fueron el insumo que necesitó la industria para expandirse
en un primer momento, no dejan de ser un problema social creciente, por cuanto
el número de personas reubicadas en las ciudades supera grandemente las
posibilidades de asimilación de nuevos habitantes que ellas tienen. Un proceso
de algún modo similar se da en el movimiento Sur-Norte, desde países pobres
hacia la metrópoli desarrollada.
Las oleadas de tercermundistas indocumentados se muestran
imparables y quizás ésta, más que ningún otro tipo de migración, es la que
alarma al status quo central. En todos estos casos, vemos que hay un interés
del migrante por desplazarse desde una situación comparativamente más
desventajosa (material, social, culturalmente) hacia una más beneficiosa.
Las guerras, quizás las peores catástrofes no naturales, han
sido desde siempre un factor determinante de migraciones. Pero las llamadas
“guerras de baja intensidad” de las últimas décadas, incluidas aquellas
desarrolladas en el marco de la Guerra Fría (la Tercera Guerra Mundial para
algunos), entre las que se cuentan toda suerte de persecuciones por cualquier
disensión, han dejado un saldo de migrantes forzosos como nunca antes se había
contabilizado. Seguramente contribuye a estos movimientos cada vez más masivos
de población, la proliferación de comunicaciones más desarrolladas en todo el
mundo, que achican distancias, globalizando y homogeneizando posibilidades y
alternativas.
Podría aventurarse la idea de que los conflictos armados y las
persecuciones provocan tantas migraciones porque, a partir de la explosión
demográfica del último siglo (por ahora siempre en aumento), cada vez hay
cantidades más inconmensurables de gente en el planeta, y más aún en las zonas
donde generalmente tienen lugar esos hechos violentos.
Por tanto, una reubicación de un grupo poblacional que hace
algunos siglos atrás hubiera pasado inadvertida o no hubiera tenido un impacto
relevante, hoy día alcanza a veces ribetes trágicos. Más aún si se da, como de
hecho ocurre, en las áreas más pobres y marginadas del mundo, menos preparadas
por tanto para hacer frente a situaciones tan adversas.
La Segunda Guerra Mundial, más allá del desastre que en sí misma
representó para quienes la sufrieron directamente en Europa, no provocó un
éxodo irrefrenable de población hacia nuevos horizontes. Pero todo conflicto
armado acaecido en el Tercer Mundo tiene como consecuencia inmediata, además de
la pérdida de vidas y de bienes materiales, movimientos poblacionales donde se
huye de situaciones generalmente irreversibles en el corto y mediano plazos, en
las que se combinan el desastre de la guerra con la precariedad heredada desde
siempre.
Tales movimientos, si bien son una forma de preservar la vida en
lo inmediato, producen posteriormente problemas de reasentamiento
definitivamente insolubles, por lo que conflictúan aún más las ya sufridas
sociedades donde tienen lugar. En estas migraciones, prácticamente forzosas, se
huye por una imperiosa necesidad de sobrevivencia.
Las cifras globales indican, elocuentemente, que las
migraciones, ya sea por interés, ya por necesidad, aumentan; y no sólo en
valores absolutos (cada vez hay más población en el mundo) sino también en
términos relativos, lo cual es un indicador de que algo especial sucede.
¿Por qué emigra cada vez más gente?
Es claro que, dada la actual cantidad de humanos sobre el
planeta, cualquier fenómeno masivo debe contabilizarse en términos
monumentales. Pero esto no alcanza para explicar el por qué de la masividad de
las migraciones. Pareciera que, crecientemente, hay más interés al igual que
más necesidad de emigrar. Pero, observando más detenidamente el fenómeno, vemos
que el interés (nos referimos al migrante voluntario, que fundamentalmente es
migrante económico) se reduce también a necesidad.
La gente huye de la miseria: del área rural a la ciudad, de los
países pobres a la prosperidad del Norte, al igual que huye de las guerras, de
las persecuciones políticas, de las cacerías humanas, cualquiera sea su
naturaleza. Ahora bien, si el número de huidos aumenta (ya sea en forma de
desplazados, refugiados, exiliados, de habitantes de barrios marginales en las
ciudades o de inmigrantes ilegales en las sociedades más ricas) esto está
indicando que las condiciones de vida, de donde proviene tanta gente, expulsan
en vez de permitir un armónico desarrollo.
Con la globalización en curso, a la que actualmente todos
asistimos, es posible pensar que las fronteras del Estado-nación moderno puedan
tender a debilitarse y que los desplazamientos de población para fines de
crecimiento personal (económico, cultural) entre un punto y otro del orbe sean
paulatinamente más comunes.
Pero esto no deja de ser un movimiento que no altera la
estructura misma del edificio social: los negocios son y serán cada vez más
marcadamente transnacionales, al igual que la cultura, las modas, los hábitos
cotidianos, las distintas formas de poder y las políticas de control. No es
impensable que, dentro de algún tiempo, grandes áreas del mundo sean la casa
común para millones de habitantes (Europa, por ejemplo, apuesta a ese
proyecto). Pero los desplazamientos humanos que allí tengan lugar no podrían
ser considerados migraciones (un pasaporte común, un destino común; las
migraciones no son eso).
¿Qué tienen de especial las migraciones masivas a las que nos
referimos? En el hecho migratorio deben considerarse tres elementos: el
migrante, el lugar de donde emigra y aquel a donde llega. Cada uno de estos
polos tiene su especificidad propia. Cada tipo de migrante (el latinoamericano
que se va “mojado” a Estados Unidos, o el sobreviviente de un terremoto que es
reubicado por sus autoridades gubernamentales en una nueva región del país, o
aquel que alcanza a cruzar la frontera para escapar a un régimen dictatorial
sangriento, etc.) tiene una historia personal y colectiva que le hace
sobrellevar esa transformación en su vida, con mayor o menor suerte.
De hecho, cualquier gran cambio existencial provoca una
conmoción subjetiva que cada quien sobrellevará como mejor pueda, no faltando
ocasiones en que algunos no podrán procesar todo lo nuevo, reaccionando con
distintos tipos de descompensaciones (sintomatología psicológica, desadaptación
a las nuevas condiciones, duelo perpetuo por lo perdido). Este es un nivel del
problema: el problema concreto para cada migrante.
Por otro lado, y siempre funcionando como un problema, se
encuentra el medio que fuerza la emigración: algo irrumpe o actúa como
distorsionador en la vida normal provocando las condiciones para abandonar,
temporal o definitivamente, el lugar de origen. Pueden ser catástrofes
naturales, guerras, pobreza, etc., pero para quien lo padece, ello tiene en
todos los casos el valor de problema insoluble, cuya única alternativa es la
evitación.
Finalmente, también es un problema el proceso de llegada del
emigrante a su nuevo destino, no sólo para él (¿cómo se adaptará, cómo
soportará la pérdida?) sino también para el entorno en el que se reinstala. A
veces el nuevo medio acoge solidariamente, pero muchas otras no, creándose
tensiones entre recién llegado y nativo. El proceso de reubicación no deja de
ser un enorme problema, y en ocasiones más complejo que los otros.
Lo distintivo en las migraciones actualmente, además de su
tamaño, es el hecho de constituirse como problema para todos los factores que
hacen parte de ellas, en virtud de su desorganización, de su desorden, de la
pérdida de su condición constructiva. Hace tiempo que las migraciones dejaron
de ser un motor beneficioso para las sociedades. Por el contrario, en un mundo
en el que, agigantadamente, en vez de resolverse problemas cruciales, se
entroniza la tendencia a dividir entre aquellos que “se salvan” y los que
“sobran”, las migraciones (como recurso desesperado de muchísimos) son un
calvario que, globalmente consideradas, no salvan a nadie sino que empeoran las
condiciones de todos.
Migraciones: un problema a resolver
En las actuales migraciones, entre las que destacan por sobre
todo aquellas derivadas de la pobreza, hay varios niveles de problema. Hoy,
dadas las características del fenómeno, nadie se beneficia de esos movimientos
sino que, por el contrario, se crean problemas comunes exclusivamente. Quizás
sólo el migrante, en tanto escapa de una situación muy desfavorable, se
beneficia en parte, sin contar con todos los problemas que le trae aparejado un
cambio brusco de vida y el abandono de su lugar.
Pero en definitiva, la experiencia lo enseña, la gran mayoría de
población movilizada termina integrándose a sus nuevas condiciones, más allá de
la amargura de la añoranza. Lo que está claro es que el fenómeno migratorio en
su conjunto (quizás podríamos atrevernos a decir que no sólo por lo
desorganizado, sino también por lo “escandaloso” que ha pasado a ser) está
denunciando una falla estructural del sistema social que lo produce. Las
grandes capitales del Tercer Mundo reciben en conjunto diariamente alrededor de
mil personas que migran desde el área rural; y algunos miles llegan cada día
ilegalmente desde el Sur a los países desarrollados. ¿Hay una solución para
esto?
La voz de alerta respecto al tema ya se ha dado desde hace algún
tiempo en todo el mundo. Quien lo siente fundamentalmente como un problema, y
más raudamente ha dado los primeros pasos para reaccionar, es el área de
llegada de tanta migración: el Norte desarrollado. Sin duda que las que emigran
son poblaciones en riesgo, pero para la lógica del poder dominante el riesgo
está, ante todo, en su propia casa, que comienza a ser invadida,
ininterrumpidamente, por contingentes siempre en aumento.
Si efectivamente consideramos que las migraciones en condiciones
de huida, tal como se van dando constantemente, son un problema (social,
humano, ético, económico o como lo queramos considerar), se impone hacer algo
al respecto. De hecho, hay varias respuestas en curso; de acuerdo al nivel del
problema enfocado habría al menos tres posibilidades: a) trabajar con el
emigrante; b) accionar sobre el punto de donde sale; y c) intervenir en el
punto de llegada.
Quizás lo más sencillo, pero no por ello lo más efectivo, es
actuar en el lugar de llegada de las corrientes migratorias, simplemente
cerrando fronteras para impedirlas. Esto, si bien se hace (y con alarma hay que
denunciar que es una tendencia creciente en vastos sectores de los países
ricos, llegándose a extremos cavernícolas de xenofobia en algunos casos) no es
una respuesta al problema sino, simplemente, una forma de sacárselo de encima.
Pedir que no lleguen más inmigrantes a un país es, exclusivamente, preservar la
situación de ese país despreocupándose del problema de otros.
Otra posibilidad, y de hecho la más desarrollada, es trabajar
directamente con la población migrante, tanto en el proceso de instalación en
su nueva morada como en el eventual regreso hacia su lugar de origen. En
general, aquí es donde se concentran todos los esfuerzos de las diversas
agencias, gobiernos e instituciones varias que se dedican al fenómeno. Ayuda
humanitaria para los traslados, acompañamiento, facilidades en los
desplazamientos, asesoría y apoyo en los nuevos asentamientos, programas de desarrollo
para los reinstalados, son algunas de las variantes más usuales en los
servicios prestados a la población migrante.
Todo ello tendiendo a hacer del hecho migratorio algo digno y
constructivo, pero sin entrar a cuestionar el por qué del mismo.
La tercera opción, tal vez la más difícil de encarar, es apuntar
a ver por qué se emigra y a solucionar en el sitio expulsor los problemas que
fuerzan a abandonar el terruño. Con esto habría que estar abordando
problemáticas tan complejas como la pobreza o la guerra. Seguramente sea
imposible impedir las migraciones (¿quién y cómo eliminará las causas
anteriores?); pero tal vez pueda ser útil ampliar el debate para profundizar
estas temáticas.
Pese a que las organizaciones dedicadas a atender migrantes no
tengan, en principio, respuesta efectiva a cuestiones tan complejas, es
necesario plantearse seriamente qué nos está diciendo este fenómeno. Si tanta
gente huye de su situación cotidiana, ello debe llamar a la reflexión
inmediata: ¿es tolerable un mundo que integra a algunos y marginaliza a tantos?
Las migraciones actuales ¿no nos están hablando de poblaciones “excedentes” en
el planeta? Y ¿qué mundo puede ser este donde haya gente “de sobra”?
Obviamente, los modelos de desarrollo en juego hacen agua, por lo que hay que
replantearlos.
Migraciones y migrantes: una mirada crítica
Las penurias que deben pasar los migrantes en su marcha hacia la
supuesta salvación son enormes, terribles. En estos últimos años de crisis
sistémica, esas penurias se acrecentaron. Y justamente por esa crisis global
del sistema capitalista, las condiciones de recepción de migrantes en el Norte
se ponen cada vez más duras, más denigrantes incluso.
Hay ahí una doble moral en juego: por un lado se aprovecha la
mano de obra barata, casi regalada, que llega a los bolsones de desarrollo en
el Norte; y por otro, se le pone trabas cada vez mayores, alentándola a no
migrar.
Es real que la crisis económica hace que muchos trabajadores
oriundos de los países desarrollados estén escasos de trabajo, pero el
endurecimiento de los obstáculos migratorios con los trabajadores del Sur busca
no sólo desestimularlos sino también, básicamente, chantajearlos, pagando
salarios bajísimos y ofreciendo condiciones de super explotación.
El antiguamente llamado “ejército de reserva industrial”, es
decir: las poblaciones desocupadas y siempre listas a trabajar por migajas, no
ha desaparecido. Hoy se presenta como fenómeno global, mundial. Se lo declara
problema, pero al mismo tiempo es lo que ayuda a mantener bajos los salarios.
No hay dudas que ese endurecimiento torna el viaje de los
migrantes una verdadera pesadilla. Luego, si sobreviven a condiciones extremas
y logran ingresar a las “islas de salvación” (Estados Unidos, Canadá, Europa,
Japón), su estadía allí, en general en condiciones de irregularidad, aumenta la
pesadilla.
Ahora bien -y ahí está el sentido último de este escrito-,
permítasenos esta reflexión: suele levantarse la voz, lastimera por cierto, en
relación a las penurias de los migrantes indocumentados. Suele decirse que la
vida que llevan en los países del Norte es deplorable, lo cual es cierto. Y
suele exigirse también un mejor trato de parte de esos países para con la
enorme masa de migrantes irregulares.
Todo eso está muy bien. Es, salvando las distancias, como
preocuparse por la situación actual de los niños de la calle. Pero ese dolor,
expresado en la lamentación por la situación de esas poblaciones especialmente
vulnerables y vulnerabilizadas (los migrantes indocumentados, la niñez de la
calle) queda coja si no se ve también la otra cara del problema: ¡la verdadera
y principal cara! ¿Por qué hay millones y millones de migrantes que escapan de
sus países de origen, forzados por la situación económica? La cuestión no es
tanto pedir un trato digno en los países de llegada, sino plantearse por qué
deben escapar.
En vez de quedarnos con la lamentación y victimización del
migrante, ¿por qué no denunciar con la misma energía la injusticia estructural
que los fuerza a emigrar? Pedir que los países de acogida los legalicen no está
mal. Pero ¿por qué no trabajar denodadamente para lograr que nadie tenga que
emigrar en esas condiciones, porque su país de origen no le brinda las
posibilidades mínimas de sobrevivencia?
Del mismo modo que nadie debe discriminar ni castigar a un niño
de la calle (él es el síntoma visible de un proceso social mucho más complejo)
del mismo modo nadie debe excluir, segregar o maltratar a un migrante en
condición de irregularidad. Pero ¡cuidado!: si alguien tiene que salir huyendo
de su sociedad natal porque ahí no puede sobrevivir, es ahí donde hay que
trabajar para cambiar esa injusta y deplorable situación. Llorar por los
efectos visibles puede ser muy bien intencionado, pero poco efectivo para
afrontar con posibilidades de éxito las inequidades.
Todas estas preguntas, aparentemente alejadas en principio de
respuestas prácticas concretas, deben ser el fundamento de nuestras acciones en
torno al tema de las migraciones.
En definitiva, el debate teórico serio (creemos que imperioso)
sobre todo esto es lo que mejor puede encaminar las futuras intervenciones.
Recordemos las palabras de Einstein, famoso inmigrante judío: “no hay nada más
práctico que una buena teoría”.
Material aparecido originalmente en la Revista “Análisis de la
Realidad Nacional” del Instituto de Análisis de Problemas Naciones de la
Universidad de San Carlos de Guatemala -IPNUSAC- N° 66. Guatemala, 2015
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producción, clases y Estado en un mundo transnacional. Colombia: Ediciones
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Familias de migrantes en América Latina. Perú: Federación Internacional de
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Norteamérica. Volumen 1, No. 2 [Revista de la Universidad Nacional Autónoma de
México y del Centro de Investigaciones sobre América del Norte]. México: UNAM.
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