miércoles, 18 de febrero de 2015

CHOMSKY HABLA DE TERRORISMO

Chomsky habla de terrorismo
(Enviado por Pablo Trevisi)
"EE.UU. es el jefe mundial del terrorismo de Estado" El Lingüista, filósofo e intelectual del MIT, a los 76 años, fue elegido por una revista como el intelectual del planeta. En su libro “El terror como política exterior de EE.UU” dice cosas como "A todo el mundo le interesa acabar con el terrorismo. Bien, hay una manera muy sencilla de conseguirlo: dejar de participar en él. No digo que eso lo arreglará todo, pero sí una gran parte". Chomsky se ubicó en primer lugar con 4.800 votos, seguido por Eco con 2.500 votos; en tercer lugar quedó Richard Dawkins, profesor de la Universidad de Oxford dedicado a temas de ciencia; el cuarto puesto fue para el dramaturgo checo Vaclav Havel y el quinto para el periodista Christopher Hitchens. En tanto, la mujer ubicada mejor en la encuesta fue la estadounidense Naomi Klein, en el puesto número 11, de un total de 100 candidatos. A través de una entrevista y varias charlas recientes, el lingüista y activista revisa el sangriento currículo de agresiones cometidas en nombre del capitalismo democrático (Afganistán, Irak, Irán, Nicaragua, El Salvador, Colombia, Palestina...), sitúa a su país como el líder mundial del terrorismo de Estado y refuta la teoría preventiva: "Lo hacemos nosotros: es contraterrorismo, guerra justa. Lo hacen ellos: es terrorismo". En una charla dada en el en el Foro de Tecnología y Cultura en el MIT, Chomsky, comienza diciendo que “Voy a dar por sentado dos condiciones para esta charla. La primera es lo que yo presumo es un reconocimiento de los hechos. Y es que los eventos del 11 de septiembre fueron una atrocidad horrenda, probablemente el mayor número de muertos súbitos de cualquier crimen en toda la historia, fuera de una guerra. La segunda presunción tiene que ver con los objetivos. Presumo que nuestro objetivo es que estamos interesados en reducir la probabilidad de tales crímenes, sean contra nosotros o contra otros. Si no aceptan estas dos presunciones, entonces lo que diga no se dirigirá a ustedes. Si las aceptan, se presentan una cantidad de preguntas estrechamente relacionadas, que merecen mucha reflexión”. Por la simple vía del recuento de las atrocidades de los últimos 50 años, el profesor del Massachussets Institute of Technology (MIT) hace en su libro, editado en EE UU poco antes de la invasión de Irak, un alegato por la paz, la justicia y la democracia. Chomsky empieza reconociendo el privilegio que es poder decir lo que piensa (una "perogrullada" que suele costarle ataques furibundos), y define el 11 de septiembre como "un espanto atroz". "Pero todos sabemos que no era nada nuevo. De esa misma manera han tratado las potencias imperialistas al resto del mundo durante cientos de años". El ataque a Nueva York y Washington fue histórico, añade, "pero no por la magnitud ni la naturaleza de la atrocidad, sino por quiénes fueron las víctimas. Si repasamos la historia, los países imperialistas han sido básicamente invulnerables. Se cometen cantidad de atrocidades, pero en otro sitio, siempre en otro sitio". Primera idea: la hipocresía al juzgar a las víctimas: "Las nuestras cuentan, las de ellos no". Chomsky cita al "filósofo favorito de Bush (Jesús)": "Hipócrita es quien se niega a aplicarse la misma vara que aplica al prójimo". Eso no sólo rige para los políticos, también para los intelectuales: "Estados Unidos fue el único país dispuesto a dar apoyo incondicional a las tremendas atrocidades terroristas cometidas por Turquía en el sureste del país. Millones de kurdos fueron arrancados de su casas, miles de pueblos fueron destruidos, hubo decenas de miles de muertos que, antes de morir, sufrieron toda clase de bárbaras torturas. Clinton hacía llegar una avalancha de armas (...). El hecho de que los intelectuales occidentales puedan ver todo esto sin decir una palabra es un testimonio admirable de lo disciplinada que es la gente bienpensante". Chomsky establece la correlación entre las ayudas militares y económicas que concede EE UU, las violaciones de los derechos humanos y la apertura de esos países a la inversión multinacional. Los más favorecidos son Israel ("la base militar de EE UU en Oriente Próximo, con 34 años de ocupación brutal de Cisjordania, cientos de miles de muertos y 50.000 torturados a costa de los contribuyentes estadounidenses"); Turquía (que emprendió su lucha antiterrorista "con armas estadounidenses en un 80%"), y Colombia (miles de abogados, periodistas, campesinos y luchadores por los derechos humanos asesinados, la tierra baldía a causa de la fumigación indiscriminada, más privatizaciones que en ningún otro país para que llegue la inversión de las corporaciones, y una división paramilitar que es, en realidad, "la sexta división del Ejército colombiano"). Pero Bush no ha inventado nada, dice Chomsky: la "agresión abierta" marca la política exterior estadounidense de forma declarada al menos desde el Gobierno de Reagan, y hoy continúa igual, incluso con viejos líderes de esa batalla al frente, como Donald Rumsfeld, entonces enviado a Oriente Próximo, y John Negroponte, embajador en la ONU de Bush y en aquel momento cerebro de la guerra en Nicaragua. Chomsky repasa también de manera implacable el registro de las violaciones de la Convención de Ginebra y el uso del veto por EE UU en la ONU. Y desvela alguna trampa lingüística, como la del "proceso de paz" de Israel y Palestina: "Durante los últimos 30 años de 'procesos de paz', EE UU no ha hecho más que socavar la paz y bloquear cualquier posibilidad de acuerdo diplomático". Aunque el abuso de poder no es patrimonio de Estados Unidos, afirma también el autor de El miedo a la democracia, que recuerda la represión colonial y da escalofriantes citas, favorables al exterminio de "árabes recalcitrantes" -Churchill-, "negros" -Lloyd George- e "indígenas argelinos" -ministro de Guerra francés-.


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