Enrique Javier Díez
Gutiérrez
El proceso de
convergencia europea, que se presenta como una forma de armonizar los
diferentes sistemas universitarios europeos, tiene un espíritu que casi todo el
mundo podría compartir: equiparar las titulaciones; desarrollar un aprendizaje
más centrado en el estudiante, reduciendo el peso de las clases magistrales, o
potenciar la docencia tutorizada y de tipo seminario. El problema del Plan
Bolonia es el marco global en el que se inscribe y la filosofía que orienta
esta reforma.
Porque un aprendizaje
más centrado en el estudiante y más tutorizado implica grupos de estudiantes
más pequeños y, por tanto, más profesorado, cambios en las instalaciones, etc.;
es decir, más financiación. Al igual que la movilidad por Europa.
Pero la aplicación del
Plan Bolonia busca que la financiación corra, cada vez más, a cargo del
bolsillo de los estudiantes y de las propias universidades, haciendo sus
productos más atractivos para su aplicación empresarial.
El bolsillo de los
estudiantes se resentirá. Quienes quieran acceder a los títulos de posgrado,
los másteres (aquellos que ofrecen una formación científica especializada y que
serán los que realmente cuenten para acceder a los puestos mejor remunerados
del mercado laboral), tendrán que pagarlos a un alto precio. Lo que antes
equivalía a ser licenciado en una carrera de cinco años –pagando los créditos
todos por igual a lo largo de esos cinco años–, ahora se divide en dos partes
(grado y posgrado) y, si se quiere llegar a esa especialización de cinco años,
se tienen que pagar el posgrado a precio de oro.
Para eso se ha creado
la figura de los préstamos-renta. Es decir, pasamos de las becas a los
préstamos bancarios (es fácil imaginar quiénes son los más interesados), con lo
que, a partir de ahora, los estudiantes estarán endeudados antes incluso de
intentar buscar una vivienda. Pero lo crucial es el cambio que suponen: se pasa
de considerar la educación superior como un derecho accesible a toda la
ciudadanía, a entenderla como una prerrogativa que se financia a quienes puedan
devolver esa inversión.
La financiación de las
universidades públicas también se resentirá. Las inversiones y los planes de
estudio están siendo pensados de acuerdo con las exigencias del mercado y como
preparación al mercado de trabajo. Mientras, se recorta el presupuesto para
proyectos improductivos de orientación humanística y/o crítica. Porque la
profesionalización ya no es una finalidad entre otras de la Educación superior,
sino que tiende a convertirse en la principal línea directriz de todas las reformas
educativas. Con el argumento de que la Educación superior debe atender a las
demandas sociales, se hace una interpretación claramente reduccionista de qué
es la sociedad, como si esta se redujera únicamente a los intereses de las
grandes empresas.
Es obvio que hoy en día toda persona necesita aptitudes y competencias adecuadas para moverse en el mundo laboral; pero sorprende que la actitud de las universidades sea reducir la enseñanza universitaria a las competencias útiles para la gran empresa, obedeciendo a un utilitarismo que impide a los jóvenes interesarse mínimamente en lo que parece no ser vendible en el mercado de trabajo. Otras capacidades que podrían promover una sociedad más justa y mejor van quedando obsoletas y se las obvia progresivamente.
Es obvio que hoy en día toda persona necesita aptitudes y competencias adecuadas para moverse en el mundo laboral; pero sorprende que la actitud de las universidades sea reducir la enseñanza universitaria a las competencias útiles para la gran empresa, obedeciendo a un utilitarismo que impide a los jóvenes interesarse mínimamente en lo que parece no ser vendible en el mercado de trabajo. Otras capacidades que podrían promover una sociedad más justa y mejor van quedando obsoletas y se las obvia progresivamente.
Incluso la
financiación pública se subordina a la previa obtención de fuentes de
financiación externa; es decir, privada. Donantes que imponen su logotipo en
las paredes, vuelven a bautizar los edificios y promueven cátedras a cambio de
una denominación que revela el origen de los fondos. La investigación que
proviene de estas cátedras responde a los intereses de quienes las patrocinan,
no sólo porque son quienes las financian y ante quienes hay que demostrar la
eficacia de su inversión a través de resultados tangibles y que produzcan
beneficios, sino también porque recortan y definen los temas e intereses de las
investigaciones, así como las prioridades de las mismas.
La prioridad para la
investigación de temáticas de interés para las empresas y la industria siempre
será así mucho mayor que la financiación disponible para la investigación de
cuestiones locales de interés para la gente empobrecida, las minorías y las
mujeres de clase trabajadora, por ejemplo.
Es el denominado capitalismo académico: universidades cuyo personal sigue siendo retribuido en una gran parte por el Estado, pero cada vez más comprometidas en una competencia de tipo comercial, en busca de fuentes de financiación complementarias.
Es el denominado capitalismo académico: universidades cuyo personal sigue siendo retribuido en una gran parte por el Estado, pero cada vez más comprometidas en una competencia de tipo comercial, en busca de fuentes de financiación complementarias.
Resulta difícil pensar
que esta universidad va a poder preocuparse por la interculturalidad, por la
diversidad, por la filosofía o por el pensamiento crítico en este contexto de
competitividad por resultados y por figurar en el ranking de la excelencia
académica.
Es necesario defender
una universidad que se comprometa con la sociedad, que sea motor de
transformación social. Pero el Plan Bolonia no pretende cambiar la sociedad
desde la universidad para hacerla más justa, más sabia, más universal, más
equitativa, más comprensiva, sino adaptar la universidad al mercado, a una
parte muy concreta de la sociedad, cuyas finalidades no se orientan
precisamente hacia la Justicia, la comprensividad o la equidad, como a la vista
está. Por ello, necesitamos repensar los auténticos problemas de la
universidad, para que otro proceso de convergencia sea posible. Una reforma de
la Educación superior desde una óptica auténticamente social y al servicio de
la sociedad y no exclusivamente del mercado.
Enrique Javier Díez Gutiérrez es Profesor de la facultad
de Educación de la Universidad de León.
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