Por Carlos A. Trevisi, (2005)
El ordenamiento legal establece que la libertad de cada uno
termina donde comienza la de los demás. En ese sentido, la ley es el
marco regulador de las relaciones entre los ciudadanos; marca los límites; es
seguridad, razón, taxonomía, cantidad.
La libertad, sin embargo, fuera del ordenamiento legal, trasciende
lo meramente relacional para dispensar el encuentro, el acto desalienante por
excelencia, "el instante de suprema lucidez que somos capaces de alcanzar
los hombres" (Isaacson). La auténtica libertad consiste, así, en la creatividad espontánea con que una persona o
comunidad realiza su verdad, es fruto de una fidelidad sincera del hombre
a su propia verdad.
La libertad es conciencia, es el adentro-verdad; es diálogo,
comprensión; comunión; solidaridad, exigencia, amplitud, reflexión, apertura,
pasión, justicia... La libertad devela, esclarece, amplía, invita; es
incierta, incomoda; está más allá de la ley. En este contexto la libertad no
sólo no se acota sino que se amplía en el encuentro con otras libertades; la
insignificancia de uno en libertad deviene en la grandeza de una comunidad en
libertad.
La ley vela, oscurece, limita, obliga; es sólida, confiable;
certera, confortable: nos dice lo que no debemos hacer y hasta lo que
debemos.
Siendo que las comunidades apelan a su conciencia y las
instituciones a la ley, corresponde a los gobiernos, depositarios de
aquélla y garantes de ésta, disipar los temores de una subyacencia
de recelo con respecto a la libertad y a las iniciativas de la comunidad. En
tal cumplimiento, exhibirán actitudes políticas francas, alejadas de toda
sospecha de indiferencia para con situaciones humanas concretas, o de
intencionalidad en la creación de un mundo abstracto con valores desconectados
de la realidad.
Aunque la sospecha incumbe por igual a la ley y a la
conciencia, en el marco de la ley, que garantiza las libertades individuales y
se reserva la condena por actos ilícitos, la sospecha abre un camino a seguir,
acaso uno más, para garantizar la justicia de su accionar y poder
condenar o exonerar con certezas.
En cambio, en el ámbito de la conciencia, la sospecha
es el punto de inflexión a partir del cual asumimos que se resquebraja el
andamiaje ético de los valores que hemos elegido, que se posponen las metas que
nos hemos impuesto, que se tuercen los procedimientos.
Cuando es así, en salvaguarda del proyecto, la conciencia
colectiva denuncia el malestar. De no haber respuesta procede por la vía del
hecho, “per se”, con violencia.
Si aún en este extremo persiste una respuesta "legal"
por parte del gobierno, la comunidad, en ejercicio de su propia conciencia,
cancela, de hecho, la representatividad de la que lo invistiera.
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