miércoles, 26 de noviembre de 2014

LA CONJURA DE LOS IMBÉCILES

Por Carlos A. Trevisi, (2004)

Pocas cosas en esta vida me atribulan más que un imbécil. Según  hemos expresado desde esta mismas líneas, la imbecilidad puede remitirse al disfrute de  fabricar casitas con cerillas o a proclamar las ventajas que encierra su construcción.  Esta última está animada por  la íntima necesidad que siente el imbécil de que uno comparta sus estragos afectivos. Y si hay un ámbito en el que lo logra es en política. No es casual que los políticos se hagan con el poder con nuestra anuencia. Somos nosotros mismos los que, imbécilmente,  dejamos en sus manos nuestros intereses.  Y tan contentos. Bush, adalid del cristianismo y del liberalismo no tiene ningún empacho en pasarse por allá al uno y al otro. Compra periodistas para que le hagan propaganda en EE.UU. y en el exterior (en países amigos y enemigos, da igual); ordena a la CIA que mate terroristas en cualquier parte del mundo; decide que la guerra contra Irak es inevitable (apenas a una semana de la entrega de 12.000 folios por parte de Sadam –qué velocidad para leerlos!- en los que éste explica que no tiene armas a las que tanto teme Bush), y ni se le ocurre atacar a Corea del Norte que sí las tiene y  que pasa de él como el electorado argentino de  los radicales. Su liberalismo no le impide aumentar un déficit fiscal que bien podría consultar a Duhalde para reducirlo, y ha decidido seguir adelante con el escudo antimisiles (que cuesta una fortuna incalculable y que Clinton cajoneó porque era totalmente inútil)  cuando cualquiera sabe, como quedó demostrado con las torres, que el terrorismo entra a EE.UU. con pasaporte.
Blair, de izquierdas (si los hay), de profundísimo sentido religioso (nótese: “sentido” pero no “conciencia” religiosa) y hombre de familia, adora a Bush y tiene 40.000 hombres de élite disponibles para atacar a Irak (a la voz de “aura”, allá vamos, Father Bush); se abraza con Berlusconi (que merece un párrafo aparte: viene armando su propia justicia para no ir preso irremediablemente, lo que no lo inhibe,  en un arrebato de religiosidad hacer colgar crucifijos en cuanta pared se levanta  en Italia,  ni  comprar antena 5 (canal 5) de la televisión de aire de España –en el que, milagrosamente, antes de su venta, se levantó “Caiga quien Caiga”. Mientras tanto, las empresas petroleras, las que transportan petróleo y derivados (y los bancos que las financian), andan tirando mierda por todos los mares del mundo. Hay alrededor de  2600 barcos monocasco como el “Prestige” (que circulan sin que nadie los coja), que pueden provocar catástrofes como ésta que nos toca vivir en España: se calculan unos 20 años para recuperarse del desastre ecológico.
En fin, la Biblia y el calefón.
Así, mientras los señores de la justicia, de la democracia y de la libertad, los que nos dicen qué hacer y nos obligan a todos sus cómos para ser igual a ellos,  millones de chicos mueren de hambre y de cuanta peste señorea por el mundo y  el SIDA y el hambre siguen asolando por doquier. 
En ese “mientras tanto” entramos nosotros que, en España, nos ensimismamos con los problemas del Barcelona Fútbol Club, nos preguntamos qué le habrá pasado a la gordita Rosa de Operación Triunfo, o cómo andan los golfos de Gran Hermano (donde, como no podía ser de otro modo, ya se han colado dos argentinos); y en Argentina, los “nosotros” que quedaron allá, alucinamos con la rentreé del amigo Menem para que la salve.

Es que somos unos boludos; unos boludos rampantes.

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