Por Carlos A. Trevisi, (2004)
Pocas cosas en esta vida me atribulan más que un imbécil.
Según hemos expresado desde esta mismas líneas, la imbecilidad puede
remitirse al disfrute de fabricar casitas con cerillas o a proclamar las
ventajas que encierra su construcción. Esta última está animada por
la íntima necesidad que siente el imbécil de que uno comparta sus estragos
afectivos. Y si hay un ámbito en el que lo logra es en política. No es casual
que los políticos se hagan con el poder con nuestra anuencia. Somos nosotros
mismos los que, imbécilmente, dejamos en sus manos nuestros
intereses. Y tan contentos. Bush, adalid del cristianismo y del
liberalismo no tiene ningún empacho en pasarse por allá al uno y al otro. Compra periodistas
para que le hagan propaganda en EE.UU. y en el exterior (en países amigos y
enemigos, da igual); ordena a la CIA que mate terroristas en cualquier parte
del mundo; decide que la guerra contra Irak es inevitable (apenas a una semana
de la entrega de 12.000 folios por parte de Sadam –qué velocidad para leerlos!-
en los que éste explica que no tiene armas a las que tanto teme Bush), y ni se
le ocurre atacar a Corea del Norte que sí las tiene y que pasa de él como
el electorado argentino de los radicales. Su liberalismo no le impide
aumentar un déficit fiscal que bien podría consultar a Duhalde para reducirlo,
y ha decidido seguir adelante con el escudo antimisiles (que cuesta una fortuna
incalculable y que Clinton cajoneó porque era totalmente inútil) cuando
cualquiera sabe, como quedó demostrado con las torres, que el terrorismo entra
a EE.UU. con pasaporte.
Blair, de izquierdas (si los hay), de profundísimo sentido
religioso (nótese: “sentido” pero no “conciencia” religiosa) y hombre de
familia, adora a Bush y tiene 40.000 hombres de élite disponibles para atacar a
Irak (a la voz de “aura”, allá vamos, Father Bush); se abraza con Berlusconi
(que merece un párrafo aparte: viene armando su propia justicia para no ir
preso irremediablemente, lo que no lo inhibe, en un arrebato de
religiosidad hacer colgar crucifijos en cuanta pared se levanta en Italia,
ni comprar antena 5 (canal 5) de la televisión de aire de España –en el
que, milagrosamente, antes de su venta, se levantó “Caiga quien Caiga”.
Mientras tanto, las empresas petroleras, las que transportan petróleo y
derivados (y los bancos que las financian), andan tirando mierda por todos los
mares del mundo. Hay alrededor de 2600 barcos monocasco como el
“Prestige” (que circulan sin que nadie los coja), que pueden provocar
catástrofes como ésta que nos toca vivir en España: se calculan unos 20
años para recuperarse del desastre ecológico.
En fin, la Biblia y el calefón.
Así, mientras los señores de la justicia, de la democracia y de la
libertad, los que nos dicen qué hacer y nos obligan a todos sus cómos para ser
igual a ellos, millones de chicos mueren de hambre y de cuanta peste
señorea por el mundo y el SIDA y el hambre siguen asolando por
doquier.
En ese “mientras tanto” entramos nosotros que, en España, nos
ensimismamos con los problemas del Barcelona Fútbol Club, nos preguntamos qué
le habrá pasado a la gordita Rosa de Operación Triunfo, o cómo andan los golfos
de Gran Hermano (donde, como no podía ser de otro modo, ya se han colado dos
argentinos); y en Argentina, los “nosotros” que quedaron allá, alucinamos con
la rentreé del amigo Menem para que la salve.
Es que somos unos boludos; unos boludos rampantes.
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