Carlos A. Trevisi
Cuando uno no armoniza
las actitudes que derivan de una educación gracias a la cual la plenitud
que deberíamos alcanzar no satisface el equilibrio que es menester para
una vida plena, una gran inestabilidad se apodera de nosotros. Es el caso de la
protagonista de la película "El Cisne Negro" en la que se
ventila un afecto destrozado y una inteligencia que no tiene
control sobre su voluntad. Ambas carencias la conflictúan en su afán
por lograr aquello a lo que aspira. Su incapacidad para salir al
encuentro de los demás coarta su libertad; no puede, no sabe compartir y se
apodera de ella una inseguridad que la aleja del objetivo que persigue: asumir
el papel de primera figura en el rol de "cisne negro", de la famosa
obra "El Lago de los Cisnes".
El personaje
horizontaliza, desde un nivel profesional jerárquico, problemas que no se
perfilan ni salen a la luz cuando se trata de la necesidad de éxito que
en esos niveles abochornan la existencia dado que impulsan una manifiesta
incapacidad relacional que deriva en una profunda soledad apenas disimulada por
actitudes que no se compadecen sino con lo que la realidad manda: el alcohol,
las drogas y una profunda vida depresiva.
Agobiada por una madre
que la atosiga, la muchacha va dejándola de lado para asumir actitudes
personales que terceros, con los que está vinculada por razones de su
actividad, están dispuestos a alentar. Así. aparece como "fac totum"
del cambio el director del grupo de baile, que, conocedor de sus calidades como
bailarina, descubre que nunca cumpirá con su destino de estrella del ballet si
no pone alma y vida a su fastuosa técnica. Es el que más influye para que se
salga de una vida carente de fuerza, opaca y temerosa para incorporar sus
adentros a la danza.
La película es
conmovedora porque su personaje principal bien podría ser uno de nosotros
mismos. La educación que se nos impone frustra nuestra personalidad, no nos
autoriza a ser lo que aspiramos a ser. Vivimos pendientes de circunstancias que
nos son ajenas, que aplastan nuestro fervor por ser nosotros mismos. El afán
por el éxito choca con nuestra íntima necesidad de ser en los demás. Nuestras
vidas se circunscriben a una lucha por logros insustanciales que nos adentran
en pesares que libran una contienda íntima entre lo que percibimos de la
realidad y nuestro proyecto de vida.
Me pregunto a diario
cuando, sentado frente a la tele, veo los excesos en los que caen los jóvenes:
desde tirarse desde un balcón a una piscina, emborracharse, perder su intimidad
teniendo relaciones sexuales en la calle a la vista de todo el mundo, jugarse
la vida corriendo carreras con sus coches en la vía pública...
Vuelvo entonces al
"Cisne Negro" y se me caen las lágrimas. Nuestra bailarina triunfa
repondiendo al cambio que se ha operado en ella. Lo ha logrado.
Sin embargo mis lágrimas no tienen nada que ver con su
triunfo como bailarina de ballet. No las derramo porque haya logrado convertirse
en la mejor bailarina. Lo mío no es emoción, es dolor. La lloro por no haber sabido llenar el vacío de una vida que no pudo
conciliar con una realidad que le era hostil. Solo el éxito profesional le dio el triunfo. Con lo demás no pudo; no pudo con
esa íntima necesidad de ser en los demás, con los demás y consigo misma.
Según baja el telón entre rutilantes aplausos, se ve su cuerpo tendido en el suelo con una herida mortal que ella misma se ha infligido en el vientre.
Según baja el telón entre rutilantes aplausos, se ve su cuerpo tendido en el suelo con una herida mortal que ella misma se ha infligido en el vientre.
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