miércoles, 16 de julio de 2014

EL CISNE NEGRO (Película)

Carlos A. Trevisi


Cuando uno no armoniza las actitudes que derivan de una educación gracias a la cual la plenitud  que deberíamos alcanzar no satisface el equilibrio que es menester para una vida plena, una gran inestabilidad se apodera de nosotros. Es el caso de la  protagonista de la película "El Cisne Negro" en la que se ventila un afecto destrozado y una  inteligencia que no tiene control sobre su voluntad. Ambas carencias la conflictúan en su afán por  lograr aquello a lo que aspira. Su incapacidad para salir al encuentro de los demás coarta su libertad; no puede, no sabe compartir y se apodera de ella una inseguridad que la aleja del objetivo que persigue: asumir el papel de primera figura en el rol de "cisne negro", de la famosa obra "El Lago de los Cisnes".

El personaje horizontaliza, desde un nivel profesional jerárquico, problemas que no se perfilan ni salen a la luz cuando se trata de  la necesidad de éxito que en esos niveles abochornan la existencia dado que impulsan una manifiesta incapacidad relacional que deriva en una profunda soledad apenas disimulada por actitudes que no se compadecen sino  con lo que la realidad manda: el alcohol, las drogas y una profunda vida depresiva. 

Agobiada por una madre que la atosiga, la muchacha va dejándola de lado para asumir actitudes personales que terceros, con los que está vinculada por razones de su actividad, están dispuestos a alentar. Así. aparece como "fac totum" del cambio el director del grupo de baile, que, conocedor de sus calidades como bailarina, descubre que nunca cumpirá con su destino de estrella del ballet si no pone alma y vida a su fastuosa técnica. Es el que más influye para que se salga de una vida carente de fuerza,  opaca y temerosa para incorporar sus adentros a la danza.

La película es conmovedora porque su personaje principal bien podría ser uno de nosotros mismos. La educación que se nos impone frustra nuestra personalidad, no nos autoriza a ser lo que aspiramos a ser. Vivimos pendientes de circunstancias que nos son ajenas, que aplastan nuestro fervor por ser nosotros mismos. El afán por el éxito choca con nuestra íntima necesidad de ser en los demás. Nuestras vidas se circunscriben a una lucha por logros insustanciales que nos adentran en pesares que libran una contienda íntima entre lo que percibimos de la realidad y nuestro proyecto de vida.
Me pregunto a diario cuando, sentado frente a la tele, veo los excesos en los que caen los jóvenes: desde tirarse desde un balcón a una piscina, emborracharse, perder su intimidad teniendo relaciones sexuales en la calle a la vista de todo el mundo, jugarse la vida corriendo carreras con sus coches en la vía pública...

Vuelvo entonces al "Cisne Negro" y se me caen las lágrimas. Nuestra bailarina triunfa repondiendo al cambio que se ha operado en ella. Lo ha logrado.

Sin embargo mis  lágrimas no tienen nada que ver con su triunfo como bailarina de ballet. No las derramo porque haya logrado  convertirse en la mejor bailarina. Lo mío no es emoción, es dolor. La lloro por no haber sabido llenar el vacío de una vida que no pudo conciliar con una realidad que le era hostil. Solo el éxito profesional le dio el triunfo. Con lo demás no pudo; no pudo con esa íntima necesidad de ser en los demás, con los demás y consigo misma.

Según baja el telón entre rutilantes aplausos, se ve su cuerpo tendido en el suelo con una herida mortal que ella misma se ha infligido en el vientre.











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