Por Carlos
A. Trevisi
Cuando decimos que tal o
cual tiene un temperamento fuerte nos referimos
a aquellos que son impulsivos, que tienen una “marca de fábrica” que
dificulta la relación que sostienen con los demás y hace prácticamente
imposible el encuentro. Se trata de gente que altera la convivencia, que
transforma la realidad según y conforme sus propios intereses. Son erráticos en
sus juicios y categóricos en su forma de reaccionar ante las vicisitudes que la
vida va sembrando a su paso. Ofenden, desgracian, no escuchan –apenas si oyen.
Tienen respuesta para todo. Su inteligencia, su voluntad, su juicio acerca de
la libertad que asiste a los demás y su afecto están condicionados por la
ignorancia que transita sus vidas; sus respuestas irreflexivas empañan su
juicio, por lo general condenatorio, y el ejercicio de su independencia lo impulsa
a una crítica feroz de todos y todo cuanto lo rodea.
En el fondo todos tenemos
una vertiente que según vamos viviendo muestra alguna de esas facetas. Por lo
general sucede cuando las circunstancias son hostiles y no encontramos salida a
nuestras dificultades.
Cabría preguntarse, dado
que aún los que no padecemos esa irrefrenable actitud a veces caemos en sus
redes, si existe alguna posibilidad de
atenuar los efectos devastadores que insufla en nuestras vidas una “marca de
fábrica” que acompaña a los de “temperamento fuerte” y termina hartando a los
más allegados.
La respuesta sería
afirmativa. El moderador de “tanto” temperamento sería el carácter. Mientras el temperamento
es inmodificable, innato, no educable, el carácter es modificable, se adquiere,
es educable y actúa como moderador de aquél.
Se
forja el carácter desde la niñez mediante la educación. Educar, como tantas
veces hemos dicho, es algo más que llenar la cabeza de contenidos. Educar es
transformar las potencias propias que nos caracterizan como seres humanos en
actitudes. Es poner en acto aquello que la naturaleza nos ha regalado para
diferenciarnos de cualquier otro ser vivo –nuestra voluntad, nuestro afecto,
nuestro sentido de la libertad y nuestra inteligencia- de modo que en su
ejercicio amemos, luchemos por nuestra
libertad, pensemos, reflexionemos, creemos proyectos de convivencia que exalten
nuestra capacidad relacional, salgamos al encuentro de los demás, conozcamos la
realidad como para seleccionar de todo lo que nos ofrece aquello que más
satisface nuestra necesidad de
prodigarnos, de crecer, de crear circunstancias nuevas, de hacer, y de
lanzarnos a la lucha buscando compañeros que compartan con nosotros las metas
que nos hemos propuesto.
Los últimos acontecimientos
han puesto de manifiesto que hemos crecido al albur de circunstancias inconsistentes.
Los que han proclamado la muerte de la presidente de la Diputación de León agregando
a la lista otros personajes de ese ámbito que deberían seguir su camino son prueba de
ello; el cantamañanas que dio prueba de machismo vituperando a las mujeres ha
demostrado que ser inteligente y sabido –que lo es- no alcanza: no sabe o no
puede –lo traiciona su temperamento- que hay que ser armónico y desplegar
actitudes que sean algo más que fruto de la inteligencia; que el otro
cantamañanas que dijo que los inmigrantes eran una mierda y que los iba a expulsar
de su municipio a hostias arrastra consigo la implenitud de una personalidad
autoritaria y xenófoba; las dos mujeres que asesinaron a la política leonesa –madre
e hija, algo incomprensible digno de una telenovela- más allá de la brutalidad
que han demostrado, del delito que encierra tamaña salvajada, tendrían que ir a
un manicomio; Rajoy que sale a cubrir la pendencia del candidato número uno de
su partido contra las mujeres reitera su afán por cubrir a unos desparpajados
que no tienen nombre (el primero al que protegió fue Bárcenas). Y faltamos
nosotros, los de a pie. Algunos seguiremos votando tanta locura, tanta
ignominia en nombre de una democracia que hemos perdido de vista hace ya mucho
tiempo y algunos otros a los que les ha faltado tiempo para justificar a todos
los que nos quieren hacer creer que esto es una maravilla y que estamos mejor
que nunca porque la prima de riesgo, Mood´s, el FMI, la Merkel y Botín aplauden una gestión que no ha congelado
ls pensiones como el PSOE (este mes, en efecto, me aumentaron 1 un euro con 50 céntimos),
los 5 millones de parados ya no son de computar porque aumenta el empleo y los
enfermos que apilan en los pasillos del hospital de Segovia se han amontonado
porque hay gripe a roletes, algo muy propio de este época del año.
En fin, algunos amiguetes
insisten en que no hay alternativa: hay que salvar a España y eso demanda
sacrificios. ¡Viva España!
NB. No quisiera que
pudiera pensarse que la ¿? izquierda ¿? socialista que alienta el bipartidismo
sería una alternativa. Me inclino por partidos locales, núcleo fundacional de
la democracia.
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