EL PAÍS, 10 DE FEBRERO 2015
La crisis del precio del petróleo, persistente e inoportuna (en la que también ha tenido mucho que ver la situación china), y la expectativa de subida del dólar agravan todavía más la confianza de los inversores, porque ambas fuerzas combinadas van a causar una fuerte depresión en las economías emergentes. Algunas de gran peso mundial, como Rusia, y otras al borde de la intervención del Fondo Monetario Internacional (FMI), como Venezuela. Estos trazos tan pesimistas probablemente se recibirían con menos inquietud si la economía global experimentase un crecimiento firme y continuado y si el empleo de calidad se hubiese recuperado a tasas aceptables en los países de la OCDE. Pero no es el caso.
El área monetaria del yen está sumida en el desconcierto porque la Abenomics parece gripada después de unos comienzos prometedores. El caso de Europa, por su capacidad de tracción, encierra un dramatismo especial. El área del euro ha conseguido articular una política monetaria expansiva, pero no puede orquestar una política económica adecuada para contrarrestar una nueva recesión.
Y, sin embargo, Europa sería la primera en la línea de damnificados por una nueva crisis. En primer lugar, debido a la ausencia de un gobierno unificado para el área económica y facultado para tomar decisiones fiscales. Y segundo, porque varios países del euro no han conseguido todavía reducir su endeudamiento público hasta niveles protegidos ante otra eventual convulsión de la deuda; es el caso de España, por ejemplo. Si aparece una nueva crisis financiera, Europa podría encontrarse con otro lustro depresivo.
El primer paso para hacer frente al riesgo es que los Gobiernos europeos sean conscientes de la volatilidad de los mercados y de la amenaza que tal volatilidad encierra para la economía financiera y para la economía real. A partir de ese reconocimiento, las autoridades tienen que admitir la urgencia de impulsar el crecimiento en la eurozona. Hace falta más inversión, políticas fiscales distintas y políticas de rentas más expansivas.
Los Gobiernos tienen la obligación de instar a la calma, de difundir tranquilidad. Para ello, tienen que convencer a los ciudadanos de que entienden el problema y se disponen a buscar una solución. Y esto precisamente es lo que ahora se echa en falta.
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